domingo, 30 de mayo de 2010

LA SEDUCCION DE LOS SUEÑOS

"Los sueños, sueños son". Esta es la categoría donde debemos ubicar los sueños. Sin embargo, a los seres humanos nos resulta harto difícil tener que recorrer el camino de nuestra existencia si ésta no se encuentra ligada a los sueños. Vivir, sí, pero soñando. Soñar con una vida mejor, con un trabajo mejor, con un piso mejor, con un mundo mejor. Los sueños forman parte tan estrecha de nuestra vida, que no podemos concebirla sin ellos. Con los sueños nos aventuramos a vivir, con ellos nos atrevemos a ganar las grandes batallas con las que nos enfrentamos en la vida, ellos son los que nos dan fuerzas cuando nos sentimos desvalidos. Soñar es el gran legítimo derecho del ser humano.
Pero tenemos que aprender que soñar conlleva el peligro de no saber despertar, despertar a la realidad, porque en ocasiones es muy fina la línea que separa lo que es de lo que nos gustaría que fuese. Y es que cuando la fascinación del sueño deseado es grande, nos podemos dejar seducir por el.

Cuando Jeremías le dice a Jehová "Me sedujiste, oh Jehová, y fuí seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día"(Jer. 20:7-8), pienso que Jeremías por quien se ha dejado seducir es por la gran fascinación que tenía porque su sueño se cumpliese: que Israel se arrepintiera de sus pecados y volviera a Jehová. Más la realidad con la que se enfrenta el profeta es bien distinta a la del sueño deseado: Israel va a ser reducido a cenizas y su gente será deportada por no hacer caso a la palabra de Jehóvá. Para Jeremías la carga de la culpa recae sobre Jehová, pero su seducción proviene de su sueño, de su fascinación porque su palabra fuera escuchada y la nación fuera sensible al arrepentimiento. Nada más lejos de la realidad.

Han pasado muchos siglos y han cambiado mucho las cosas, pero la fascinación porque nuestros sueños se hagan realidad dentro del pueblo de Dios, sigue seduciéndonos. Y cuando echo una mirada al retrovisor de la vida, me doy cuenta de cuántas personas he conocido que por dejarse seducir por el sueño que tenían de la iglesia, han dejado de congregarse porque la realidad los ha devorado. No han entendido que la iglesia no se alimenta de sueños, sino de realidades; y que éstas están conformadas por hombres y mujeres de carne y hueso, cada uno con su idiosincracia, sus caracteres, sus miedos, sus traumas, sus buenas y malas intenciones, pero que luchan cada día por engrandecer la nueva humanidad que han recibido en Cristo. Y es que cuando somos seducidos por nuestros sueños, dejamos de percibir la realidad eclesial y comenzamos a entender la comunidad en base a nuestro ideal humano, sin darnos cuenta de que la comunidad es una realidad dada por Dios y que, como tal, su verdadero valor se encuentra en la esencia de lo que es: Cuerpo de Cristo.
A todos los que soñais, soñad, teniendo en cuenta que "debemos persuadirnos de que nuestros sueños de comunión humana, introducidos en la comunidad, son un auténtico peligro y deben ser destruidos so pena de muerte para la comunidad. Quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte en un destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean sus intenciones personales" (Dietrich Bonhoeffer).

viernes, 14 de mayo de 2010

COMO OVEJAS EN MEDIO DE LOBOS

Desgraciadamente, vivimos en una sociedad donde impera la filosofía de que "todo tiene su precio". Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos en un contínuo proceso de "compra-venta". Vivimos en una constante vorágine de relaciones contractuales. Yo de doy y tú me das. Yo te vendo y tú me vendes. El alcance de la sociedad del bienestar ha tenido sus grandes logros en la vida del ser humano, en lo que a occidente se refiere, pero con su venida también han llegado sus desventajas: vivir en una sociedad de consumo donde contínuamente nos estimulan el cerebro para que respondamos a la orden de intercambiar, mediante el precio estipulado, aquello que poseemos, aunque sean nuestros bienes más preciados como pueden ser la vida o la ibertad.

Queramos o no, este pensamiento afecta a nuestras relaciones interpersonales, puesto que todo lo que conforma nuestra interioridad, queda afectado por este pensamiento, de tal manera que si yo te hago algún favor, espero que pagues el precio que vale. Respondemos, con generosidad, ante situaciones de necesidad esperando algo a cambio. Permitimos que nuestros sentimientos afloren ante el problema ajeno, pero cuando la ocasión se nos presenta, pretendemos que se nos pague la factura. Y es que, la filofosía de que "todo tiene su precio" ha entrado de tal manera a través de nuestros tuétanos, que se ha quedado formando parte, como si de un okupa se tratara, de nuestra existencia.

Sin embargo, entre tantas voces que claman porque se les pague el favor realizado, reina el silencio de todos aquellos que buscan el bien del otro motivados únicamente por amor. Personas que entienden que hacer bien al prójimo no es algo que está a la venta ni necesita recompensa alguna, y que por tanto, se entregan a los demás sin esperar nada a cambio. Y es que, ante situaciones de necesidad, ni siquiera se plantean el coste de su participación. Personas que conocen muy bien cuál es el sentido de la vida y se entregan de lleno a alcanzar su plenitud, tratando de agradar al otro hasta en las cosas más insignificantes, porque solo saben vivir en clave de gratuidad.

Ante la generosidad de estas personas, solo caben dos respuestas posibles: Por un lado, nuestra respuesta es pensar que gozan de un grado elevado de estupidez, porque quién en su sano juicio es capaz de actuar desinteresadamente ante la miseria del otro, cuando lo normal es aprovecharse de su situación. Pero la realidad es que en este tipo de personas, lo que impera no es tanto la claridad de juicio, sino el grado de libertad que poseen. Libertad de ellos mismos, de su propio egoismo; libertad de los esquemas religiosos, políticos o sociales; libertad de lo que puedan pensar los demás. Libertad para darse al otro y enriquecerlo con su generosidad.

Por otro lado, nuestra respuesta puede y debe ser de gratitud. Gratitud por su autodonación, por su generosidad, por su fuerza y valentía al haber optado vivir para el otro en medio del silencio. Gratitud por recordarme que la misericordia y la gracia no están en peligro de extinción. Gratitud porque su ejemplo me sirve de espejo para ver mis miserias.

A todos ellos, y a título personal, desde aquí quiero entonar un cántico en su honor, por recordarme que amar al otro no tiene ningún precio, sino que es gratuito.