jueves, 24 de junio de 2010

RECUERDOS EN SOLEDAD

Mañana hará un año que nos dejó,
recogió su capa y el sombrero
y sin un triste y corto adiós,
se fué al país de nunca jamás.

Mordí mis labios para no gritar,
endurecí mi corazón para no amar,
congelé mi sangre para no correr
y mi mente para no pensar.

Mi triste mirada, en lágrimas bañada,
acompañaba sus torpes y cortos pasos,
hasta que cruzó el umbral
para verlo partir sin mirar atrás.

En la soledad su vida viajaba con él,
su mirada triste y apagada
anunciaba que ya no quedaban
horizontes por contemplar.

Mañana hará un año que nos dejó
y aún conservo la cicatriz de su adiós.
Qué sola me dejó el día que no me reconoció
por culpa de su maldita enfermedad
que con un cruel zarpazo su mente le arrebató.

martes, 22 de junio de 2010

EL CAMINO HACIA LA PAZ

Dicen que después de la tormenta viene la calma. Y cuánta razón tiene el dicho popular, porque toda situación crítica viene acompañada de un espacio donde se puede respirar. Este proverbio, que curiosamente parece no ser chino, resulta bien aplicable a la práctica cristiana, aunque con un pequeño matiz. Y es que en la existencia cristiana se da un fenómeno curioso que apunta al hecho de que para que la calma pueda ser experimentada, se hace necesario apostar, en primer lugar, por saborear la tormenta. Y no me refiero al hecho de pasar por las dificultades que la vida nos regala casi cada día, sino a la tormenta que representa para nuestras vidas seguir el principio divino de confiar en Dios, porque en el cumplimiento de ese principio está el origen de la rotura de nuestros esquemas. Y cuando aprendemos, en la cotidianidad de nuestra vida, a echar toda nuestra ansiedad sobre Dios, El se convierte en nuestra paz. Y esto es un acto de fe basado en datos.
Cuando afirmamos que Dios es nuestra paz porque hemos aprendido a confiar en El, esto es un acto de fe basado en testimonios reales de personas que así nos lo han confirmado. Y entre todas estas personas, el testimonio más destacable es el de Jesús. El es nuestro mejor referente porque nos puede ofrecer un testimonio auténtico basado en su vida. ¿ Y qué es lo que hace que este acto de fe sea algo especial si está basado en datos?. El acto de fe brota de la individualidad, es uno mismo el que tiene que tomar la decisión, el que se arriesga poniendo a Dios como depositario de su existencia a pesar de que no le ve. Es uno mismo el que tiene que ejercer su propia toma de decisión de apropiarse de la experiencia del otro y creer que Dios también le sostendrá a él en la conflictividad.
Si prestamos atención a la interpretación que los evangelistas hacen de la vida de Jesús, a la luz de la experiencia de su resurrección, podemos apreciar que la dependencia de Jesús hacia el Padre fue un ejercicio constante en su vida. En medio de la incomprensión, del rechazo, del fracaso, de su soledad, de la presión, de la violencia, de la hipocresía, y de tantas otras cosas a las que se vió sometido, Jesús confía en su Padre. Y esta confianza le lleva a aceptar el paso más terrible que tuvo que dar: someterse al drama de la cruz. Ante la contemplación de la cruz, Jesús se rompe por dentro, la presión a la que se ve sometido le hace sudar sangre, pero es tal el grado de confianza que él tiene en su Padre, que le hace decir: "Hágase tu voluntad". En esas palabras, la muerte es absorbida en victoria y la consumación de la redención del ser humano se lleva a cabo. La cruz se convierte así en la expresión de esa declaración de confianza.
Y después de la tempestad vino la calma. Jesús ha finalizado con éxito el largo camino de su aprendizaje y es proclamado Señor y Cristo. Ante tal testimonio, se hace necesario que abramos un serio debate en nuestra interioridad que nos lleve a reflexionar de que el camino de la autosuficiencia solo conduce a la frustración y a la ansiedad. Ante esto, no caben excusas, solo roturas. Rotura de nuestro orgullo, de nuestra prepotencia, de nuestra seguridad, de nuestra soberbia. Contra tales cosas siempre estamos en guerra, una guerra que tenemos que ganar para que El sea nuestra paz, porque habremos aprendido a confiar plenamente en El.

sábado, 19 de junio de 2010

EN RECUERDO DE UN NOMBRE

En mi pueblo han inaugurado un parque que, aunque un poco austero, está bien ubicado para poder pasear y estar tranquilo, a parte de que los niños pueden quemar sus energías en las instalaciones que les han puesto. Y en ese parque no podía faltar la placa conmemorativa del ayuntamiento, nombre del alcalde en su momento incluido, donde se nos indica que gracias a él ese parque ha visto la luz. Y como decía, el nombre del alcalde está bien marcado para que en generaciones futuras se recuerde que fué ese alcalde, y no otro, el que contribuyó a que ese parque se hiciera realidad para beneficio de la comunidad. Y mientras contemplaba esa minúscula placa, pensaba en lo difícil que se nos hace a los seres humanos que, pasados los años o incluso a veces tan solo días, se nos olvide. Pero, sinceramente, encuentro que es mucho más patético que se nos recuerde solo por el nombre, porque ese nombre se encuentra vacío de contenido, que no es referente de nada. Resulta bien triste y frustrante que al final del camino, echemos la vista atrás y la única estela de recuerdo con respecto a nosotros, sea el recuerdo del nombre. Y esa es mi mayor pena. Que después de toda una vida repleta de oportunidades para dejar recuerdos, de una vida llena de aventuras por vivir, de poder liberar pasiones para enriquecer a otros, se marcha uno teniendo al silencio como testigo de la partida y dejando un único recuerdo: el nombre.

Cuando el antiguo Israel, el Israel del Antiguo Testamento, era amonestado por Yahvé a recordar y tener presente su nombre, encontramos que ese acto llevaba implícito el recuerdo de todos los actos que Yahvé había llevado en favor del pueblo. Su nombre se encontraba unido a todas las grandes gestas que habían acontecido en la historia del pueblo. Decir Yahvé llevaba a pensar en la grandiosa liberación de Egipto, de cómo El había luchado y vencido a todos sus dioses; era pensar en el cruce del Mar Rojo, de cómo se había partido en dos para que ellos pasaran; de cómo un tropel de esclavos se había convertido en una nación temible y grandiosa porque en el nombre de Yahvé luchaban contra sus enemigos y los sometían.

A lo largo de la historia, recordamos nombres, unos más lejanos y otros más cercanos; unos más relacionados con la creencia en Dios y otros más con la laicidad, pero en definitiva todos tienen en común que han formado parte de nuestra sociedad y junto con su nombre nos han dejado el legado de su autodonación, de su entrega al ser humano. Recordamos sus nombres, pero esos nombres están llenos de riqueza, tienen un contenido excepcional, y el recuerdo de sus actos es lo que hace que su nombre llegue a nuestro presente de manera muy especial.
Estoy en las postrimerías de los 55 años, y comienzo a vislumbrar la cumbre de la montaña que me ha tocado escalar, y mucho me temo que, salvo mi familia y unos cuantos amigos, nadie recordará ni siquiera mi nombre. Este pensamiento me entristece. Espero que vuestros nombres no sean recordados por una placa conmemorativa, sino por vuestra entrega al otro.

VIDA EN MEDIO DE LA MUERTE

Cuando la muerte viene a hurtadillas produce resignación, cuando se anuncia provoca indignación. Pero tanto en un caso como en otro, enciende la rebelión, Rebeldía porque una vida se apaga; rebeldía ante la impotencia de no poder hacer valer nuestra condición privilegiada de ser humano, con nuestros conocimientos, nuestra fortaleza, nuestra grandeza. A todos y a cada uno, nos llega el fatídico momento en que tenemos que mirar a la muerte cara a cara y tutearla como se tutea al amigo más cercano, porque todos nacemos con una fecha de caducidad. Y cuando esto ocurre sabemos que todo se ha acabado, que el final ha llegado.

Si atendemos a las palabras del sabio predicador en Eclesiates, cuando dice que "Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre", entendemos que sea normal el drama que la muerte produce en el corazón del ser humano, y de una manera u otra luchemos desesperadamente contra ese monstruo que nos acecha desde que nacemos; aunque para qué luchar, si como decía José Saramago, la muerte siempre gana. Lamentablemente, la muerte es parte vital de la vida, y así tenemos que asumirla, pero en este acto no debemos perder nunca la visión de que la eternidad continúa existiendo. De ningún modo ha sido declarada obsoleta por la entrada de la muerte. Tal vez oriente ha sabido mantener con más claridad el concepto muerte/eternidad, que en occidente. La cultura oriental hacia la visión de la muerte es distinta a la cultura occidental. Mientras oriente prepara al muerto de cara a la eternidad y acepta la muerte como parte del ciclo de la vida, para occidente la muerte es el final del ciclo y se preocupa más de la estancia del muerto, de cómo van a estar los restos aqui en la tierra, y para eso no tienen reparos en gastarse grandes cantidades de dinero en buenos ataúdes. Y es que occidente tiene algo personal en contra de la idea de la eternidad. Le cuesta, aunque mantiene un cierto estupor, reconocer que puede existir un más allá, y por eso prefiere que el fallecido esté bien dentro del ataud porque esa será su estancia. Y cuando vaya, de vez en cuando, al cementerio para ver a su ser querido, su idea de la muerte quedará confirmada al comprobar que el nicho, con los restos de la persona, contiúa estando en el mismo sitio.
Frente a esta idea tan limitada de la muerte que tiene occidente, qué respuesta pueden dar aquellos que aceptan la muerte como el último paso de una vida hacia otra vida transformada. Aquellos que creen que la muerte no es un punto final, sino un punto y seguido, porque nuestra estancia corporal se verá proyectada en una estancia espiritual en la eternidad. Nuestra respuesta no debería ser de catecismo. No podemos formular una respuesta conciliar basada en argumentos teológicos, donde el conocimiento supera la vivencia. Si bien es cierto que la razón y la reflexión deben ocupar un espacio en nuestra respuesta, ésta debe darse en el marco existencial de la persona. Porque es el sujeto quien, dentro de su propio entramado social, debe reflejar en sus actitudes y comportamientos que acepta la idea de eternidad como parte de su vida. Y al hacerlo, transmite eternidad en su mirada, sus palabras estarán cuajadas de esperanza y sus pies caminarán firmes en el sendero que conduce hacia la vida eterna. Si existe algo que nos puede diferenciar de los que nos rodean, no puede ser nuestra ética, sino que la diferencia debe estar marcada por encontrarnos en posesión de la esperanza; una esperanza que está fundamentada en el mismo discurso de Dios.

domingo, 13 de junio de 2010

DESENCANTOS

Desde la noche de los tiempos, el ser humano ha asistido impasible a la presencia de los dos grandes bloques que se encuentran bien establecidos dentro de la sociedad: el bloque dominante y el bloque dominado.

El bloque dominante, formado por los tres grandes poderes, la política, la religión y la riqueza, es el que hace posible que todo el entramado social piense y actúe de acuerdo con los propósitos establecidos por ellos. Es el bloque que está conformado por todos aquellos que ejercen el poder controlando todos los sistemas establecidos por ellos con el fin de alcanzar sus objetivos: someter a la sociedad global. La política, controlando las actuaciones mediante la manipulación del miedo a que el peso de la ley, establecida por ellos, recaiga sobre todos aquellos que pretendan vivir o pensar de forma diferente. La religión, controlando las emociones mediante la manipulación mental, manteniendo cautivas nuestras mentes dentro del espacio religioso, so pena de ser castigados con el fuego del infierno a los que pretendan emanciparse y vivir en libertad. La riqueza, controlando los flujos económicos mediante el establecimiento de períodos de prosperidad y de crisis, manteniéndonos así en una inestabilidad constante donde nuestra única preocupación es cómo llegar a final de mes y si podremos tener una vejez tranquila.

El bloque dominado, formado por todos los seres que vivimos sometidos, es del que se nutre y hace que tenga sentido el bloque dominante. Aqui no hay señores ni vasallos, santos o pecadores, rangos o escalas sociales, porque todos somos iguales: marionetas en el gran circo montado por el bloque dominante.

Con el paso del tiempo, han aparecido en la historia algunas luces de San Telmo con el propósito de salir del sometimiento al que nos tienen acostumbrado, pero que, muy sutilmente, el bloque dominante ha sabido sofocar haciendo que todo cambie para no cambiar nada.

Por un lado, las grandes revoluciones, y muy especialmente la francesa, trajo consigo la posibilidad de librarnos del poder político a través de la implantación de la democracia, donde el poder reside en el pueblo y todos se encuentran sometidos al imperio de la ley. A partir de ahí, el poder político quedó fragmentado en tres sectores (el ejecutivo, el legislativo y el judicial), para que nadie tuviera la posibilidad de actuar de forma absolutista con el pueblo.

Por otro lado, la reforma nos trajo una bocanada de aire fresco al acabar con la religión monocolor y frenar su apetito de poder. A partir de los principios reformistas la religión fué adquiriendo matices bien diferentes, y el ser humano comenzó a sentirse más libre frente a las imposiciones eclesiales.

Por último, la revolución industrial supuso un cambio esencial para la vida de todos aquellos que estaban sometidos a largas jornadas de trabajo y con salarios que no les permitían salir de la penuria en que vivían. A partir de este hecho histórico, al trabajador se le abrían las puertas a la posibilidad de mejoras en su condición social y económica, y con ello llegó el invento mejor urguido por la riqueza: la clase media. El referente para el pobre ya no se sitúa en la riqueza, sino alcanzar, porque estaba en sus posibilidades, el pertenecer a la clase media, y de ahí tratar de alcanzar la riqueza. Ya no habráin más disturbios entre la pobreza y la riqueza.

Llegados a este punto, el bloque dominante ha hecho uso de su sagacidad y astucia creando, con el tiempo, una situación que llevará al bloque dominado a estar dentro de los límites de su condición: el desencanto.

Desencanto de la política porque a la democracia le ha sido usurpado su sentido original y ha sido usada como herramienta para imponer situaciones absolutistas. Porque en nombre de la democracia se han generado estados feudales donde los estados más fuertes imponen sus normas sobre los más débiles. Porque el imperio de la ley, donde se reconoce que todos somos iguales, hace recaer su peso sobre los más débiles. Como ya nos advertía Alexis de Tocqueville: "Llegará el día en que todos tendremos que soportar el peso de la dictadura de la democracia". La manipulación continúa existiendo, solo han cambiado los conceptos.

Desencanto de la religión porque desde que el hombre fué capaz de enfrentarse a la religión y mirarle cara a cara, comenzó a acercarse a ella no ya desde el miedo sino desde la libertad, para darse cuenta de que todo lo que ella representaba era una pura manipulación en favor de la política y la riqueza. Por lo tanto, era de esperar que el bloque dominante proveyera de recursos para hacer que este desencanto no les afectara en lo más mínimo. La idea de que la religión es el camino por el cual poder acercarse a Dios, pronto es sustituida por la aparición de otros caminos; lo que va a provocar que cada camino conduzca a un dios diferente, hasta llegar a un gran sincretismo en el que todos los dioses y caminos tienen cabida. La manipulación continúa existiendo, solo han cambiado los conceptos.

Desencanto de la riqueza porque la idea pregonada de que el hombre puede alcanzar ascensos en la escala social a través del trabajo y del ahorro, no tardó en ser puesta en tela de juicio, puesto que ésto era inalcanzable. Y para sofocar posibles situaciones de riesgo, era necesario mantener al bloque dominado, mediante los flujos económicos, en un estadio de expectativas constantes, de tal forma, que su preocupación fuera no tanto alcanzar la riqueza, sino de conformarse con llegar a final de mes y tener un trabajo más o menos estable que le permita vivir bien dentro de la sociedad del bienestar. Y esa es la estrategia: no darle mucho para que pueda aspirar a otras escalas, ni darle poco para que se dé cuenta de su realidad y se amargue. Lo importante ya no va a ser si se pertenece a la clase media o baja, sino de tener o no trabajo. La manipulación continúa existiendo, solo han cambiado los conceptos.
Con esta breve exposición ( y no llego a más porque soy muy limitado) lo único que pretendo es reflexionar sobre la gran manipulación y mentira que soportamos los seres humanos. Creyéndonos ser libres, vivimos bajo el sometimiento de aquellos poderosos que ejercen el control: el bloque dominante. Y desde esta reflexión, me pregunto: ¿qué hace alguien como yo, en un mundo como éste?. El último que apague la luz, nos vamos. Sin embargo, ésto no debería ser así, puesto que a través de los tiempos siempre han existido personas que han alzado su voz, y muchos han dado sus vidas, en contra del bloque dominante y el mundo que quieren configurar. Empezaron los profetas, les siguió el mismo Jesús, continuaron los cristianos de la iglesia primitiva y muchos más a través de la historia. Demasiados son los que nos observan mientras nosotros, con el testigo en las manos, nos preguntamos todavía qué hacemos. ¿No es hora de que dejemos de predicar en el desierto y levantemos nuestra voz en medio de la ciudad?. El mensaje continúa siendo el mismo y los conceptos no han cambiado. Tal vez nosotros los hayamos alterado inventando otros nuevos, pero con esta osadía, también hemos alterado nuestros comportamientos.

miércoles, 9 de junio de 2010

SILENCIOS

Dime cómo te llamas

y no escondas de mí tu nombre

ni te ocultes trás los grandes gestos del pasado.

Dime cómo eres

y no escondas de mí tu rostro

ni te ocultes trás las experiencias de otros.

Cuéntame el secreto de lo que guarda tu nombre

y muéstrame tu mirada clara.

Porque mi lucha es con gigantes

pero yo nunca estuve en el valle de Elah;

mi fe se debilita en medio de los conflictos

pero mi pies nunca estuvieron en el monte Moria;

la oscuridad me asalta en mitad del camino

pero mis ojos no han visto tu amanecer.

El día alcanza su monótono ocaso

y las respuestas guardan silencio,

mientras la impotencia se adueña de mí

esperando alcanzar el paraiso perdido.