martes, 13 de julio de 2010

EPITAFIO DE UNA NOCHE

Mientras el día vacía ya sus alforjas,
la noche se comienza a desnudar,
el silencio reina en la habitación
y da paso a las reflexiones del corazón.

Entre el cielo y la tierra, recostadas en la cama,
el amor y la esperanza, con una fe en común.
Juntas de la mano hablan las dos,
la una mira al pasado, la otra al presente feroz.

Entre risas y lágrimas a punto de brotar,
las dos disfrutan de ese momento de paz
dejándose embriagar de la felicidad
que hace tiempo la vida les negó.

Silencios, paz, felicidad, en medio del dolor.
Cielos abiertos que vislumbran separación.
Aferradas a ese instante, muy quietas están las dos,
dejando que el tiempo pase entonando su canción.

Bosteza la noche y el dia despunta ya,
el silencio se quiebra como el cristal.
Juntas de la mano salen las dos,
la una preparada para dar amor,
la otra esperando en Dios, roto el corazón.

lunes, 5 de julio de 2010

PONGAMOS UN NIÑO EN NUESTRA VIDA

A los pocos meses de nacer, existen dos de los estímulos más gratificantes para el niño: contemplar el rostro de su madre y que este acto venga acompañado de palabras dirigidas hacia él. Frente a estos dos actos, el niño siente una gran satisfacción, de tal manera que empieza a balbucear y a mover las piernas y los brazos como signos de alegría. No sé lo que deben sentir, tampoco yo me acuerdo, pero debe representar toda una fiesta para ellos. Una fiesta de alegría.
Cuando tengo el privilegio de poder contemplar una escena como ésta, la visión secuestra de tal manera mi mente que me lleva a recordar, a pesar de que ésto a algunos les pueda parecer pueril, que aquellos que relacionamos el nombre de Dios con el concepto de padre, estamos muy lejos de manifestar nuestro cariño hacia Él como lo hace el niño ante la contemplación del rostro de su madre. Es bien cierto que necesitamos recuperar, en este sentido, nuestra niñez, nuestra pequeñez infantil. Porque la verdad, estamos tan estresados con las cargas que nos trae el devenir diario, estamos tan agobiados con las crisis, con las gripes A, con los enfados y desenfados entre naciones, con el uso indebido de la energía nuclear, con el cambio climático etc., que tenemos nuestros sentimientos caducados porque se han agriado, se han secado. Nos hemos vuelto fríos, opacos, y el color de nuestra vida ha desaparecido. Antes nos costaba un poco, pero ahora es que somos incapaces hasta de susurrarle al oído a nuestra pareja un "te quiero". Eso lo dejamos para los enamorados, para los que se encuentran todavía dentro del período romántico. Y esto ni puede ni deber ser así, porque el amor debe ser expresado en miradas y palabras, como la madre hace con su hijo y éste se lo agradece. Pero a pesar de que somos incapaces de dejar aflorar nuestros sentimientos por la sequedad de nuestra vida, estoy convencido de que el Padre sale a nuestro encuentro personal para expresarnos su cariño en su mirada y su palabra.
El profeta Elías, estando en pleno apogeo de su ministerio, sintiéndose fuerte y seguro de sí mismo, tuvo que aprender lo refrescante y enriquecedor que resulta la mirada y la palabra de Dios sobre la persona. Como ya sabemos, Elías acaba de celebrar un duro combate con los dioses extranjeros que se habían afincado en el pueblo de Israel, por mano de Jezabel y Acab. Los había ridiculizado de tal manera, que más tarde se llega a enterar de que Jezabel había dado orden de matarlo. Elías sale huyendo para salvar su vida, y en su huída le acompaña el resentimiento y rencor que guarda hacia Dios por lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo es posible que esto me ocurra a mí? Si yo muero, la fe desaparece. ¿Es que Dios no se ha enterado de que sólo quedo yo? ¿Acaso Dios está durmiendo, como los otros dioses? Si me quitan la vida, el último justo desaparecerá de Israel.
La terapia de Dios con respecto a Elías es dejarlo dormir. Ya habrá tiempo para hablar y de cruzar miradas. Y es por esto que, al cabo de los días, estando ya más tranquilo, Jehová se muestra ante él en el monte Horeb. Y al hacerlo, no utiliza los mismos medios que años antes había utiliado con Moisés, en ese mismo monte, al entregarle las tablas. Podría haber hablado con rayos y truenos, con fuego y viento huracanado, con temblores de tierra, o con cualquier otra cosa que demostrara su terrible poder, y así Elías quedara petrificado ante la contemplación del poderío de Jehová, y al mismo tiempo un sentiemiento de seguridad invadiría su persona al comprobar lo grande y terrible que es su Dios. Para sorpresa de Elías, Jehová no está en ninguna de esas manifestaciones. Hasta que al escuchar "un silbido apacible" se estremece, porque al oirlo, reconoce que Jehová está delante de él, mirándole y hablándole. Jehová puede estar en lo grande, en lo majestuoso, pero en esta ocasión prefiere estar en la pequeñez, en la insignificancia, en lo que no llama la atención. Porque la grandeza de Dios no se mide por su manifestación, su sola presencia basta. Elías debía aprender a poner su atención en la sola mirada y palabra de Jehová, y no tanto en la contemplación de su poder. Frente al "silbido apacible" todo lo que Elías es y representa, se desploma. Su profetismo, su autoridad como profeta, su conocimiento de Jehová, su celo por la gloria de Jehová, su soledad en su guerra contra los dioses, todo queda relegado a un segundo plano ante la novedosa visión que él tiene de su Dios. Frente al "silbido apacible" solo queda la madre frente a su hijo, para que éste quede confortado en su sola mirada y palabra.
Llegados a este punto, permitidme la licencia de creer en la necesidad de volvernos como niños para poder contemplar de forma diferente las expresiones de cariño por parte de nuestro Padre. Y al hacerlo, nos daremos cuenta de que nuestras alforjas están vacías. Vacías de títulos, de autosuficiencia, de prepotencia, de aparente conocimiento de Dios, de esquemas religiosos adheridos a nuestra vida. Al hacerlo, tal vez nos demos cuenta de que nuestros sentimientos están a flor de piel y de que seremos capaces de proferir un "te quiero" a Dios sin importarnos mostrar nuestra sensibilidad espiritual.