miércoles, 9 de marzo de 2011

DUELO DE GIGANTES

En ocasiones ocurren sucesos en nuestra historia que, a pesar del paso de los años o incluso de los siglos, quedan grabados a fuego en nuestras mentes y son recordados por todos. Este es el caso de la gesta de David frente al gigante Goliat. Quién no recuerda este duelo a muerte que tuvo lugar en la historia de la humanidad. Un duelo que llevó a dos gigantes a enfrentarse cara a cara, cada uno en representación de su dios. Uno, grande en estatura, en fuerza, en conocimiento de la lucha, adiestrado para la batalla; el otro, grande en su fe, en su convencimiento de ganar, en su saber que la justicia estaba de su parte.
Es de sobras conocido por todos el final que tuvo este duelo. Pero lo que ya no conocemos tanto, porque no interesa en el panorama histórico, es la actitud de todos aquellos que estuvieron presentes en ese duelo. Es interesante notar que ni el rey, ni sus capitanes, ni el pueblo y ni siquiera su propia familia, salieron al paso de David para persuadirle de la locura que quería realizar. ¿Por qué nadie salió al paso para impedir que un mocoso como David se enfrentara al tan temido Goliat?. Es evidente que David lo tenía muy claro, pero sus observadores no sabían lo que había en el interior de él, por lo tanto, qué menos que intentar frenarle o siquiera que se lo pensara antes de dar el paso. Nadie dijo nada.
Es evidente que a lo largo de nuestra historia, esta escena se ha ido repitiendo en algunas ocasiones. Por un lado nos encontramos con aquellos, escasos por cierto, que a pesar de su pequeñez han sentido la obligación de enfrentarse con algún gigante (ya fuese religioso, político o económico), que tiranizaba a la sociedad por el hecho de que ostentaba el poder para hacerlo. Como Don Quijote en busca de molinos de viento que abatir, endurecieron sus rostros y fueron a enfrentarse a los gigantes a pesar del sacrificio que iba a representar para sus vidas. Y digo bien, sacrificio, porque ese enfrentamiento les iba a llevar al desastre total, porque no todos los duelos entre gigantes acaba como acabó el de David. Muchos, la gran mayoría, acaban mal, pero a pesar de ello, y brindo por ellos, siempre habrán pequeños/as grandes hombres/mujeres que lucharán contra los monstruos gigantes que azotan a la sociedad aprovechándose de su indefensión.
Frente a estos duelos de titanes, están los que como yo, no hacen nada sino solo observar, convirtiéndonos en meros espectadores que asistimos al circo para ver cómo en la arena los gladiadores se enfrentan a una muerte segura. La observación se convierte así en el oficio de los cobardes, que como yo, tratamos de pasar por esta vida desapercibidos, procurando no molestar a los gigantes que nos azotan constantemente en su afán de ser más poderosos.
Desde mi cobardía, quiero dar las gracias a Dios y a todos aquellos que un dia supieron ser grandes para enfrentarse al gigante. Gracias al que un dia quemó su cuerpo en medio de la plaza para denunciar, al que quedó afónico de tanto clamar, al que decidió ponerse en huelga de hambre, al que renunció a su estabilidad y se adentró en los caminos de la soledad, al que fue encarcelado por decir la verdad, al que fue fusilado por cantarle a la libertad.
Desde mi cobardía, si algún dia tengo que estar en el Valle de Elah, intentaré ser grande por respeto a todos aquellos que lo fueron, y a mi mismo.

lunes, 28 de febrero de 2011

USURPADORES DE LA DEIDAD

Corrían malos tiempos en el Edén. Las creaturas que habían surgido de las manos de Dios debían enfrentarse, esta vez sin el amparo de su creador, a la toma de decisión que condicionaría para siempre sus propias vidas y las de todos sus descendientes. Ellos nunca fueron conscientes de la trascendencia que tendría la decisión que íban a tomar, pero la advertencia de su creador fue clara y contundente: "el día que comais, morireis".
De acuerdo con el cántico de la creación que Moisés nos ofrece, podemos observar que la oferta de Lucifer fue mucho más seductora que la oferta del creador. Mientras que uno le ofrecía el continuismo dentro de la tranquilidad dependiente de su crerador; el otro supo ofrecerle algo más interesante, más excitante, mucho más vibrante, poniendo delante de ellos el sabroso deseo de lo transgresor. "Vuestra vida no será la misma" les dijo. "Ante vosotros se abre un nuevo mundo de posibilidades que estarán marcadas por vuestras únicas y exclusivas decisiones: sereis como Dios".
!! Cómo ha cambiado el mundo desde entonces!! Qué lejos han quedado de nuestras vidas los sucesos de ese cántico de la creación. Pero por mucho que el ser humano se esfuerce por hacer desaparecer de sus anales históricos sus vínculos con el cántico del Génesis, existe un vector que atraviesa todas las generaciones desde entonces hasta nuestros dias: su status de usurpador de la deidad. Porque el hombre continúa deseando ser como Dios.
Desde que nuestros primeros padres tomaron la decisión de auto-marginarse de su creador, ha existido en el ser humano un anhelo ardiente de vivir en una contínua usurpación de la deidad para ser el único dios que controle y domine la vida de los demás. Es por ello que el ser humano ha dedicado, desde siempre, toda su maquinaria intelectual en contra de la idea de Dios. Mientras el pensamiento de Dios continúe estando presente en la mente y la vida de personas, el ser humano no puede ejercer el protagonismo que trató de usurpar en el Génesis: desplazar a Dios para ponerse él en su lugar. De ahí ese afán de hacer desaparecer a Dios de la esfera humana tratando de dar explicaciones científicas de los misterios escondidos, al margen de la existencia de Dios. Dios no es necesario para explicar aquellas cosas que no entendemos. Por otra parte, el hombre manifiesta una sed insaciable por conquistar y dominar aquellas cosas que hasta el momento le era imposible. Hay que conquistar y dominar el universo, las profundidades del mar, las enfermedades, la muerte, la propia vida. Para sentirnos como Dios, tenemos que enfrentarnos al mismo Dios con las armas del conocimiento porque en el Génesis: "los ojos de las creaturas fueron abiertos y se sintieron como Dios, sabiendo el bien y el mal".
Usurpadores de la deidad. Esta es nuestra triste realidad existencial. Y digo triste, porque cuanto más conquistamos y dominamos a través de nuestro conocimiento, más nos damos cuenta del trayecto tan largo que nos queda por recorrer. Y esto es pegar coces contra el aguijón, porque cuanto más conocemos más nos damos cuenta de lo poco que sabemos y qué lejos estamos "de ser como Dios".
Sin embargo, a nivel particular, esto sabemos llevarlo muy bien. Es una práctica tan habitual en nuestra relación con los demás, que podemos afirmar que el querer "ser como Dios" forma parte de nuestro ADN. Porque cada vez que tratamos de imponer nuestra razón; cada vez que descalificamos y humillamos al otro; que permitimos las acciones racistas; que permitimos la pobreza, las guerras, los absolutismos; cada vez que un niño/a es explotado sexualmente, que una mujer es maltratada; cada vez que cerremos nuestros ojos ante las injusticias sociales sobre los débiles o decimos sentir impotencia por cambiar la voluntad de los grandes sobre los pequeños, estamos ejerciendo el rol de querer "ser como Dios". Aunque a veces nos cueste reconocerlo, mientras vivamos somos y seremos usurpadores de la deidad. Moriremos en el intento.