domingo, 23 de diciembre de 2012

Recuperar la visión de la eternidad

Los tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, junto con el hecho de que uno se va haciendo mayor, hace que nos planteemos cosas que antes nunca habíamos hecho. Vienen preguntas a nuestra mente que antes no nos hacíamos. Observamos el mundo desde una óptica distinta a la de hace algunos años. Y sobre todo, en nuestro caso, hacemos una lectura nueva de la Biblia porque nuestra visión de la vida ha cambiado. Con el paso de la vida, nuestro pensamiento respecto a Dios y de su actuación se va transformando. Y nos ocurre como a los niños, que de la misma manera que su cuerpo se vuelve flexible frente a las caídas (solemos decir que son de goma), nuestra mente se vuelve flexible. Y cuando pasas la barrera de cierta edad, la flexibilidad mental se va convirtiendo en un derecho adquirido. Y ejercer ese derecho es lo que nos permite sobrevivir en medio del caos que tenemos que soportar por el hecho de ser seres humanos. Y queramos o no, mientras estemos en este mundo, somos ciudadanos de este reino. Y por lo tanto, tendremos que soportar, como todos, las contrariedades de la vida: reiremos, lloraremos, gozaremos, sufriremos, viviremos y también moriremos. De esto no cabe la menor duda. Porque mientras estemos en este mundo, somos ciudadanos de este reino.

Una ciudadanía que adquirimos al nacer y que nos otorga el derecho de formar parte de un sistema donde todos estamos condenados a tener que soportar todo lo que aparezca durante el desarrollo de nuestra existencia. Y eso no es algo que nos otorgan las Constituciones o los gobernantes de este mundo, sino que nos viene impuesto por el hecho de nacer, ya que nuestro nacimiento da continuidad al sistema de vida que provocaron nuestros primeros padres con su rechazo a Dios. Un rechazo que lleva consigo el hecho de que fueran expulsados del paraíso donde vivían en armonía, en equilibrio, paz, estabilidad y todo esto en un estado de eternidad, que lo hacía ser diferente a toda la creación, porque la creación entera se encuentra sujeta al cambio, a la crisis, a la transformación, a la muerte, para continuar existiendo.

Cuando el ser humano rechaza a Dios, es expulsado del paraíso y entregado al orden que rige en la creación, una creación que se encuentra en continua renovación y que se va a ver afectada por la entrada del ser caído en su sistema y que hasta el día de hoy gime con dolores de parto esperando el día de la redención; y no solo ella sino que también, nos dice Pablo en Romanos, nosotros gemimos esperando ese día.

Y la verdad es que, seamos creyentes o no, el gemir es consustancial a la naturaleza humana, porque vivimos perdidos en una especie de bosque donde las únicas dos certezas que tenemos son nuestra madre y que la muerte llegará, y en medio de esas dos certezas, un sinfín de incertidumbres. Un bosque donde nadie conoce el camino de salida y mientras lo buscamos merodean alrededor nuestro toda especie de peligros que ponen en jaque continuamente nuestra felicidad, nuestro bienestar, y donde al final, tarde o temprano, ese bosque nos devorará poniendo fin a nuestra vida. Y nosotros, como creyentes, nos encontramos metidos en el bosque, pero con una diferencia vital, que por la gracia de Dios sabemos que el final de nuestra existencia provocará nuestra liberación. Por eso, como creyentes no podemos ver a la muerte como un castigo divino, sino como un acto de misericordia de Dios porque es nuestra oportunidad para despertar a la eternidad. Eternidad, un concepto al que haríamos bien poner nuestra mirada porque en cierta manera debe marcar nuestra humanidad y sobre todo nuestra fe.

Nos dice Eclesiastés (3:11) que “Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre sin que éste alcance a entender la obra que se ha operado en él desde el principio hasta el fin”. Y es bien cierto que el hombre, como nos dice Pablo en Romanos (cap. 1), con su corazón entenebrecido y su razonamiento envanecido, no quiere entender que Dios lo creó, y al hacerlo, puso el sello de la eternidad en su corazón. El hombre no quiere entender que la creación del hombre fue algo especial para Dios, porque Él quería que el hombre, a diferencia del resto de la creación, tuviera una estrecha vinculación con Él. Y para poder disfrutar de la relación de Dios con el hombre y de éste con Dios, el hombre es creado con la condición eterna.

Cuando nuestros primeros padres decidieron cortar con la relación amorosa de Dios, nos cuenta el relato del Génesis (cap. 3), que son condenados a vivir bajo el sometimiento del orden de la creación. Son condenados a vivir bajo la tiranía de la tierra y a vivir de ella, expuestos a todo tipo de peligros en un continuo enfrentamiento abierto con la naturaleza y con ellos mismos. Un orden de cosas que irán sucediendo hasta que el cuerpo con el que fue creado llegue a su fin. El sello de la caducidad del cuerpo es el pago al que tiene que hacer frente el ser humano.

No obstante, el hombre continúa teniendo su condición de eternidad porque así Dios lo creó. Y aquí es donde recae el mayor peso del castigo de Dios hacia el ser humano. Porque lo que estaba en juego, no era la muerte en sí, sino dónde, cómo y con quién desarrollar y compartir la eternidad con la que hemos sido creados. La muerte se convierte así en la puerta de acceso a la mayor expresión de la separación del hombre con respecto a Dios: vivir eternamente sin Dios. Porque la muerte solo es el fin de la corporeidad, de lo físico, de lo material, para dar inicio a lo espiritual. Es la salida de lo temporal, de lo espacial, para dar inicio a lo atemporal, a lo que no forma parte del espacio que contiene la materia existente. Es por ello que “está establecido para los hombres que mueran….y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Pero si bien es cierto que la Biblia nos habla del hecho pasado de cómo se originó la separación del hombre de Dios y de cuáles fueron sus consecuencias, también es cierto que resalta en toda su magnitud la generosidad de Dios en la búsqueda y encuentro del hombre, a través de la proclamación de lo que ha hecho su Hijo en cuanto a su ofrecimiento para que, de la misma manera que en Adán todos morimos, en Cristo todos podamos ser vivificados (1ª Cor. 15:22). Un ofrecimiento que posibilita la recuperación de aquello para lo cual fuimos creados en estado de eternidad, porque la eternidad no es un ofrecimiento al hombre para que éste la lleve en soledad, sino para que la comparta en relación con Dios. Y porque Dios es eterno, quiere mantener una relación eterna con su creatura.

Dios desea compartir su eternidad con el hombre. Y porque ese es su anhelo, sale al encuentro del hombre a pesar de su rechazo. Mucho tiempo ha transcurrido desde que comenzó la historia de la salvación. Una historia que supera con creces la parábola del hijo pródigo, una historia en la que la realidad supera toda ficción, porque es el Padre quien no espera a que el hijo vuelva sino que va a buscarlo, va a su encuentro para que forme parte de su realidad. Y en este proceso existen dos elementos importantes: el de la encarnación y el desarrollo de la encarnación.

Es bien cierto que, cuando pensamos en nuestra redención, centramos toda nuestra atención en la cruz. Y así debe ser, porque la cruz se nos muestra como el elemento explicativo de todo lo que ha acontecido en el Hijo. Sin embargo, no podemos hacer recaer en la cruz todo el peso de nuestra redención, porque estaríamos perdiendo de vista el elemento central de la historia de la salvación, que no es otro que “el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). Porque desde el mismo instante en que el Hijo opta por encarnarse y formar parte de nuestro tiempo y espacio, de formar parte de nuestra humanidad, la muerte no es una opción sino una consecuencia de la encarnación. Pero si bien la muerte en el hombre se produce por la desobediencia, en el Hijo se produce por la obediencia. El Hijo no muere por castigo, sino por su opción de obediencia (por eso la muerte no pudo retenerlo). Así pues, lo que provoca nuestra redención no es la muerte en sí misma, sino la vida en obediencia que provoca esa muerte.

Su vida en obediencia no es otra que la que encontramos en los relatos de los evangelios. Relatos que nos muestran que el Hijo no solo optó por encarnarse con todas sus consecuencias, sino también cuál fue su opción en cómo llevar a cabo el desarrollo de su encarnación (Fil. 2:7-8). Jesús podría haber optado por ser comedido con los líderes religiosos, respetuoso, crítico pero no destructivo; podría haber sido amable con los líderes políticos, políticamente correcto, invitarlos a sus mítines, condescendientes con ellos; podría haber manipulado a sus conciudadanos, utilizarlos para ejercer presión sobre el poder, dejar que lo proclamaran como su líder. Sin embargo, su opción fue la denuncia, la acusación, poniéndose del lado de los miserables, de los desahuciados, de los sin nada. Su opción no fue vivir o morir, sino de qué manera morir como consecuencia de cómo decidió desarrollar su encarnación.

Una encarnación realizada en obediencia es la que hace posible que, el que vive para siempre, no vive solo para sí, sino que continúa siendo el hombre para los demás: vive y da la vida. Una vida que alcanza su plenitud en las palabras de Jesús en su oración al Padre: “para que seamos uno” con Dios, porque la eternidad consiste “en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero” (Jn. 17:21,3). El Dios eterno anhela tener una relación de amor eterno con su creatura, por eso el pacto realizado es eterno (Hebreos 6:17-20).

Ahora, el énfasis no es tanto hablar del hecho pasado como garante de mantener vivo lo que ha acontecido, porque la gracia de Dios expresada a través de la obra del Hijo y la acción del Espíritu, ha hecho posible que nuestra eternidad la vivamos en armonía con El. Tenemos ya garantizado nuestro futuro en El y nada ni nadie nos podrá arrebatar la nueva realidad que tenemos (1ª Cor. 8:38-39).

Es por ello que tenemos que avanzar en la reflexión y comprensión de esta nueva existencia que ha acontecido en Cristo para que la realidad futura que nos espera afecte muy seriamente a nuestro interior, para poder avanzar en medio de los conflictos internos y externos que mantenemos con nuestra realidad histórica. Una realidad en la que cada día nos vemos superados por las situaciones a las que nos tenemos que enfrentar. Frente a esto la exhortación que se nos hace no es la de vivir felices y contentos, ajenos al dolor y la desesperación, sino a la de “correr con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1), porque “el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37). Y para que esta paciencia, a la que somos exhortados, se manifieste en nuestros conflictos diarios, tenemos que asumir en nuestra existencia, no tanto lo que acontecerá, sino lo que ya ha acontecido en el Hijo: que nos aguarda “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13) para que disfrutemos por la eternidad de una relación de amor con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu santo. Mientras tanto, lloraremos y sufriremos, pero recibiremos consolación cuando seamos capaces de mantener viva la visión de aquello que nos espera.



sábado, 27 de octubre de 2012

RETAZO DE UNA VIDA CONSUMIDA

“Harto de estar harto. Ya me cansé de preguntar al mundo por qué y por qué”. Palabras que escribe Serrat en una de sus canciones y que podrían muy bien reflejar el sentir de alguien que, después de haber recorrido senderos demasiado escabrosos sin que nadie le diera explicación alguna, se sentara en la cuneta del camino cansado de que nadie atienda sus repetidas quejas contra el mundo. Un mundo que le ha negado su derecho a poder disfrutar en paz con su familia, a tener un trabajo, una vivienda, un espacio donde poder desarrollarse como ser humano. Un mundo que le ha negado su derecho a poder vivir y morir como los demás. Vida, muerte; muerte, vida. Conceptos demasiado complejos que forman parte de nuestra humanidad, poniendo continuamente al descubierto nuestra pequeñez mental por no haber sabido todavía enhebrar. Es tan delgada la línea que separa un concepto de otro, que uno no sabe si está vivo o muerto. Porque qué vida puede ser ésta en la que la persona se ve desposeída de todo aquello que conforma su dignidad, sabiendo que lo triste no es haber sido desposeído de ella, sino la conciencia que uno tiene de que difícilmente la podrá recuperar. Si esto es la vida, habrá que preguntar dónde puede uno darse de baja porque así no es muy apetecible vivir; pero si resulta que esta vida es la muerte, que engaño tan vil por parte de aquellos que dicen que todo se acaba con ella.

Sentado en el camino, el viajero se niega a seguir caminando por la senda que le ha trazado la vida. Se ha prometido a sí mismo no lanzar ninguna queja más contra el mundo que le ha rechazado. Respira hondo, y al hacerlo, le vienen olores de su infancia. Piensa en ella y recupera para sí esos recuerdos que lleva siempre consigo, como la fiel maleta que acompaña al titiritero que va de pueblo en pueblo, y que él siempre había admirado tanto por las horas felices que le había hecho pasar. Cuánta felicidad acumulada de la infancia, donde la vida consistía solamente en dormir, comer y jugar. Sin decisiones que tomar, sin futuro ni pasado, sin entornos agobiantes, sin dudas, sin frustraciones, sin amores ni desamores, sin cargas que aliviar. En cierta manera, puede decir que ha recuperado su infancia, porque se siente tan enajenado que su mente no alberga preocupación alguna por la triste realidad. En cierto sentido, a pesar del peso de la vida, se siente feliz como en su infancia porque su miseria le ha liberado. No posee nada, no tiene ataduras.

Sentado en el camino, no espera nada de nadie. La mentira ha prosperado a fuerza de ridiculizar la verdad, hasta el punto de caer rendida a sus pies. Con su mirada apagada, observa a los transeuntes , cada cual con su camino, cabizbajos, absortos en sus pensamientos y ajenos a la desgracia del otro. Hace tiempo que conceptos como política, nación, bandera, religión, hermandad, comunidad, amistad,……… dejaron de tener sentido para él. Los rayos solares son los únicos que le aportan algo de calor a su vida, y cuando lo hacen, se siente profundamente agradecido hacia ellos. En su soledad, la única compañía a la que aspira es la de que algún día se cumpla en él la parábola del samaritano y alguien se siente a su lado para abrazarle. No desea caridad, ni palabras, ni siquiera dinero, y mucho menos razones. Solo desea que alguien cure sus heridas con un abrazo. Un abrazo que haga vibrar de nuevo su presente y le haga sentir que mientras haya un presente, habrá un futuro.

El sol está saliendo. Comienza a sentir calor.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Simbología: Representación de una realidad o manipulación espiritual

Mucho antes de que el diccionario de la Real Academia ( RAE ) definiera el símbolo como "representación sensorialmente perceptible de una realidad", Dios había establecido este concepto en medio de su pueblo para que se acordara de todos los eventos importantes que habían acaecido en la historia, y en los que El había intervenido directamente, en beneficio de  aquellos que habían sido elegidos para formar su pueblo. La historia veterotestamentaria se encuentra preñada de simbología puesta por Dios, para que los que habían sido testigos directos de su potente actuación a favor del pueblo, pudieran tener siempre presente un recordatorio de quién es el Dios que se comprometió a estar con y por ellos. Así pues, la simbología debía convertirse para el pueblo de Dios en algo que formara parte vital de su existencia, pues sin el vivo recuerdo de las intervenciones de Dios a favor de ellos, Israel pronto se dejaría seducir por el sendero de la auto-suficiencia.
Por naturaleza, el ser humano es muy dado a recordar aquellas cosas que nos han hecho daño, y mucho más si vienen provocadas por otros; pero en el terreno contrario, es decir, en aquellas cosas que nos han producido bien, y más si nos vienen dadas por un  tercero, nuestra tendencia general es el olvido. Es por ello que la simbología, con respecto a Dios, debe ocupar un puesto preeminente en nuestro espacio vital para traer contínuamente a nuestra realidad el cómo Dios ha actuado en nuestro favor a través de su gracia.
Así de sencillo consiste el uso que se le debe de dar a la simbología. Aquello que vemos, trae a nuestra memoria, y por lo tanto a nuestra realidad, algún acontecimiento, una verdad, una lección, una advertencia, etc. y todo en función para lo que ha sido puesto el símbolo. En nuestro día a día, estamos rodeados contínuamente de símbolos que nos recuerdan cosas y a las cuales debemos responder de forma responsable.
Lamentablemente, en el caso de la simbología sacra, debido a la gran multitud que se concentra alrededor de todo lo que tiene que ver con el mundo religioso o espiritual, existen y existirán siempre hombres que, aprovechándose de que la simbología tiene que ver con una "representación sensorial", le dan su toque personal para que cuando la simbología penetre en nuestro subconsciente, nos arrastre hacia lo establecido por ellos, satisfaciendo así ese hambre de dominación sobre los otros. La operación que ellos realizan para conseguir el fin previsto es muy sencilla pero a la vez muy sutil. Como la realidad es intocable, porque lo que ha sucedido no se puede cambiar, desvían la atención hacia el hecho de que lo verdaderamente importante es lo que transmite el símbolo a nuestra interioridad, haciéndonos creer que el peso de nuestra reflexión tiene que recaer en la mera contemplación del símbolo. Cuanto mayor sea nuestra fascinación por el símbolo, más cerca estaremos de alcanzar el clímax de la espiritualidad.  De esta manera, nos arrastran hacia una separación de la realidad, un alejamiento del acontecimiento, del dato histórico, quedándonos únicamente con la "representación sensorial".  Así las cosas, la realidad del acontecimiento histórico que se nos quiere transmitir a través del símbolo, queda absorbida por los sentimientos. Y éstos están abiertos a la manipulación.
Desde mi punto de vista, uno de los símbolos más utilizados para la manipulación es aquel que tiene más peso dentro de la simbología y que está puesto como representación del cristianismo: la cruz. Es una realidad, que cuando hablamos de la cruz, hablamos de salvación, de gracia, de perdón, de misericordia. Pero también es una realidad que hemos sacralizado tanto la cruz que nos olvidamos de que es un símbolo que nos habla de una realidad que tuvo lugar en la historia del hombre: el hecho Jesús. Es tal la fascinación que sentimos hacia la cruz que la alabamos en nuestros cánticos, en nuestras oraciones, e incluso adornamos nuestro cuerpo con su símbolo. Una vez más, nos olvidamos de que lo sensorial no puede superar la realidad. Porque nuestra salvación no está fundamentada en la cruz, sino en el acto de obediencia del Hijo al Padre. Cuando el Hijo decide despojarse de su divinidad y conformarse a lo terrenal, el Hijo ya estaba condenado a morir. En eso consistió su obediencia, en que sabiendo cuáles eran las consecuencias, optó por hacerse humano. Con cruz o sin cruz, estaba condenado a morir. Pero no se conformó con morir por el hecho de hacerse terrenal, sino que además, su opción por la obediencia la llevó hasta sus últimas consecuencias, hasta conseguir que esa muerte, a la que ya estaba condenado, se llevara por medio de la cruz. Asi pues, la cruz se convierte no en símbolo de salvación, sino en símbolo de obediencia (Fil. 2:6-11). Nuestra fe está basada en realidades históricas, y para que no nos olvidemos se establecieron símbolos. Así pues, no permitamos que nos roben la simbología desvirtuando su verdadero sentido en nombre de la espiritualidad.

   

lunes, 20 de agosto de 2012

Bástate mi gracia

Es de sobras conocido que el apóstol Pablo, aparte de todas las situaciones a las que se vio expuesto por llevar a cabo su vocación de llenar el mundo con el evangelio, situaciones que no fueron pocas ni triviales: naufragios, azotes, encarcelamientos, hambre, desprecio, enfermedades, etc. etc.; al margen de todo esto, encima el apóstol nos comenta que padecía un problema muy especial. Un problema que no comenta en qué consiste (visión, cojo, mujeres) pero del cual está bastante harto, ya que en tres ocasiones le había pedido machaconamente a Dios que se lo quitara. Nos podemos imaginar cómo debía estar Pablo: harto, confuso.Si no bastaba con los problemas del evangelio encima esto.
Pero si hacemos como en las películas y cambiamos de escena poniendo el cartelito “2000 años más tarde”, no nos encontramos con Pablo más viejo, sino a ti y a mi. Personas con distintas situaciones existenciales pero con los mismos problemas de base.

                          Derivados de tratar de vivir consecuentemente
                          con nuestro cristianismo

  Problemas

                          Derivados de nuestra fragilidad física y del
                          entorno de crisis en que vivimos.

Todos anhelamos vivir nuestra vida en paz, en estabilidad, con nuestra familia, nuestra comunidad.
Tanto a Pablo como a nosotros, el mensaje que se nos brinda es el de “bástate mi gracia”.Esta declaración, así sin más, nos llena de perplejidad. Nosotros con problemas y esto es lo que se nos comunica.
Pero estas palabras, vinculadas al concepto del evangelio, adquieren una nueva dimensión. Porque hemos de entender que si hemos nacido a una nueva vida por el evangelio de la gracia, lógicamente esta nueva vida tiene sus raíces en la gracia.
Nuestra percepción de la vida ya no es la misma. Nuestros valores, nuestros esquemas, la resolución de nuestros problemas.....Todo ha cambiado. Ahora todo se mide a través de la visión de la gracia.

El quid de la cuestión se encuentra en

                                                      de los hombres

Qué evangelio hemos recibido                 o

                                                          de Dios

Si es de los hombres, no hay problema. Pero si es de Dios, cómo estamos interpretando este evangelio para darle el valor que realmente se merece.

El apóstol Pablo nos puede ayudar en esto por las palabras que dirige a la comunidad de Corinto en su primera carta 1:18-31.

Este es el evangelio de Pablo. Un evangelio que, después de haberlo recibido de Dios, y de haber reflexionado sobre él, dedica toda su vida a transmitirlo por todo el mundo. Un evangelio que es interpretado por Pablo como “la historia del encuentro de Dios con el hombre a través de su hijo Jesucristo”.
Y en este encuentro podemos optar por uno de los dos modelos de respuesta por parte del hombre hacia esta interpretación que hace Pablo del evangelio.
O respondemos a Dios desde una precomprensión de Dios, desde una imagen preconcebida de Dios (el hombre no es una tabla rasa), o bien respondemos desde una aceptación de la realidad que ha acontecido en la cercanía de Dios hacia cada uno de nosotros.

1.- Los judíos y los griegos parten de unos esquemas establecidos de la divinidad.

Los judíos piden señales porque ellos están acostumbrados a ver que Dios, cuando actúa, lo hace con señales y prodigios. Desde el Exodo, Dios se hace visible en medio de su pueblo con grandes eventos. Esta es su tarjeta de visita. Pero la visión que Pablo tiene de Dios, no entra en la visión que ellos tienen.
Con los griegos es distinto. La imagen que ellos tienen de Dios, les lleva a pensar que solo se puede llegar a El a través de la sabiduría. Y ya que Pablo escribe a la iglesia de Corinto, hemos de entender esta sabiduría en un contexto gnóstico. Este movimiento gnóstico se mueve dentro de un pensamiento, en el cual el Cristo-Espíritu celeste y el Jesús terreno-histórico son fundamentalmente dos realidades distintas. Lo impensable, para ellos, es la encarnación y, por lo tanto, la cruz no entra dentro de su pensamiento.
No es que Pablo atente contra unos y otros, sino que lo que les viene a decir es que hasta aquí habéis llegado. Esto es el fin.
A partir de ahora, la única puerta abierta es la acción de Dios en el Hijo a través de la cruz, y por esta acción se presenta a Cristo como poder de Dios y sabiduría de Dios.
Y si no aceptáis esto, vuestra locura se hace manifiesta. Porque os creéis con derecho a que Dios tiene que actuar de acuerdo con vuestros esquemas, y que Dios no entra en vuestra precomprensión de su persona y actuación.

Llegados a este punto, yo me pregunto:

          ¿ Cómo afecta a mi vida este modelo de acercarme a Dios?

Es difícil no tener una imagen personal de Dios y tratar de introducir a Dios en esa imagen y pedirle a El que actúe como nosotros creemos que debe actuar. Y cuando Dios no lo hace, hacemos manifiesta nuestra locura.

Si no estamos de acuerdo con este modelo, existe otro que consiste en

2.- Responder desde una aceptación de la realidad que ha acontecido en la cercanía de Dios hacia cada uno de nosotros

                     ¿ Y en qué consiste esta realidad?

Que Dios se ha hecho cercano de la manera que El ha querido. Dios no entra en nuestro juego y no se deja manipular por nadie. Por eso Dios se nos ha acercado en su Hijo, no desde nuestros esquemas, sino desde el amor, desde la compasión, la misericordia, desde la gracia. Por eso el camino escogido por Dios ha sido el mostrarse desde la insensatez, desde la debilidad, la fragilidad, desde la necedad, desde el menosprecio, desde lo que no es, para mostrar al mundo que lo insensato de Dios es más sabio que los hombres y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.Cuando Dios no se nos presenta como el Dios creador sino como el Dios redentor, lo hace para atender nuestra miseria desde la miseria. Nos hace grandes desde la pequeñez. Nos hace fuertes desde la debilidad: Para que el que se gloría, gloríese en el Señor.
Y cuando Dios nos muestra su acción en el Hijo, nuestros esquemas se vienen abajo, toda nuestra precomprensión de Dios, nuestra imagen de Dios, se rompe en mil pedazos.
Y de ese estado de seguridad en que nos encontramos, pensando que conocemos a Dios, que lo podemos controlar porque su actuación es previsible, pasamos al estado de locura porque verdaderamente esto es de locos. No es que Dios haya actuado locamente, somos nosotros los que nos volvemos locos porque la realidad que ha acontecido trastoca nuestro cerebro.
Ante esta realidad que ha irrumpido en nuestra vida, donde Dios nos ha mostrado el evangelio de su gracia, desde donde Dios nos abre su corazón y nos muestra de lo que es capaz de hacer para mostrarnos su amor, cómo puedo seguir pensando que es de locos el que Dios me diga: “Bástate mi gracia”.

¿Por qué me ha de bastar su gracia? Porque la gracia es el reflejo de quién y cómo es mi Dios.
Porque en la gracia se halla concentrado todo su poder y deidad, ya que toda la acción de Dios, partiendo de la creación, se realiza a través de la gracia.
Pero no es esto lo que atenta contra nuestra razón, sino el hecho de que esta gracia encuentra su mayor expresión en “la palabra de la cruz”. A través de la gracia, toda la potencia de Dios se expresa en la debilidad, la fragilidad, la humillación. Para destruir la sabiduría de los sabios y mostrar su sabiduría y poder.

            Judíos piden señales, acción

            Griegos buscan sabiduría

            Creyentes “bástate mi gracia”

sábado, 18 de agosto de 2012

Verdad y libertad

De todos los principios o valores que dan soporte a la existencia humana, existen dos que, siendo de los más valorados por el ser humano, son, sin embargo, de los más sensibles a la manipulación: la verdad y la libertad, ya que todo aquello que no es sujeto de definición, se convierte en codicioso objeto de manipulación.


Tanto los políticos como los poderosos de la tierra, aquellos que de una manera u otra ostentan un dominio sobre los demás por la posición que ocupan o por la riqueza que poseen, son conscientes que cuando la verdad anda suelta, se marcha a rondar la libertad. De ahí la importancia de que la verdad sea mantenida oculta para que la libertad no pueda recibir el beso del príncipe enamorado que la despierte de su sueño esclavizado.
No es que se nos oculte la verdad, sino que la verdad, siendo retenida, es cambiada por la mentira que se nos presenta como la verdad por aquellos que se dicen ser poseedores de ella. Y para alcanzar sus objetivos, cambian los conceptos, los significados de las palabras, el sentido de las frases. Preparan un plato tan agradable a nuestra vista que no percibimos el verdadero sabor de la comida que nos están dando. El resultado para nosotros es nefasto, porque si la verdad que recibimos está fundada en la mentira, nuestra libertad, que se sustenta en la verdad, es una libertad falsa, un fantasma que convive en medio de nosotros y al que nunca podemos alcanzar.
En el terreno religioso donde nosotros nos movemos, podemos percibir que lamentablemente vivimos también en un estado de ocultamiento de la verdad donde el desarrollo de nuestra libertad está condicionado a la aceptación de las verdades implantadas. Unas verdades que nos conducen muy sutilmente a que lo verdaderamente importante es fortalecer el desarrollo de nuestro sentido de continuidad, lo que legalmente se llama “notorio arraigo”. Lo importante es asegurar la continuidad, y para ello:

- Creación de hábitos                  sacralización de la costumbre

- Asistencia a un local                 sacralización del lugar de culto

- Reuniones periódicas                sacralización de los cultos

- Establecimiento de líderes         sacralización del liderazgo
Toda verdad que contradiga alcanzar este propósito, viene del diablo. Toda libertad que pretenda romper estos muros establecidos, es libertinaje y no conviene a la comunidad.
Pero esta realidad que nos acompaña, no es una realidad fruto de los tiempos modernos que vivimos, sino que es un fiel reflejo de la realidad que viven los ciudadanos y ciudadanas de los tiempos en que Jesús vivió entre nosotros. Una realidad donde imperaba el miedo a romper los esquemas establecidos por el poder religioso que manipulaba la verdad haciendo prevalecer su propia verdad acerca de Dios y coartaba la libertad. Todo en nombre de la continuidad como pueblo de Dios, porque asegurando la continuidad, aseguraban su liderazgo y su posición de poder frente al pueblo.
En medio de esta realidad, aparece Jesús como portador de aires de libertad, una libertad que se ejerce por la posibilidad de conocer la verdad, una verdad que se fundamenta en su propia persona y la adhesión a su modelo de percibir la vida y su criterio acerca del Padre.

“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32)

¿Conocer la verdad? Ya la conocemos

¿Ser libres? Ya lo somos

Esa fue la respuesta de los judíos (v-33)

Sin embargo, las palabras de Jesús nos introducen en una esfera distinta a la nuestra en cuanto a la comprensión del concepto de la verdad. Porque la verdad que nos presenta Jesús no está vinculada a la experiencia religiosa, ni tan siquiera a la lectura y meditación de los libros sagrados, ni está ligada a la interpretación que los hombres pueden hacer de ella, sino que es una verdad que se encuentra totalmente vinculada a su propia persona, porque él concentra en sí mismo la verdad. Por eso la verdad que nos presenta Jesús no se puede inventar, ni cambiar, ni manipular, porque él es la verdad.

¿Por qué él es la verdad, cuando la única verdad es la palabra que viene de Dios? (Jn. 17:17)
Jesús Logos de Dios. El es la verdad de Dios expresada en su vida.

Por lo tanto, la verdad a la que Jesús nos provoca a conocer está fundamentada en su propia persona. Jesús nos invita, no a que seamos poseedores de la verdad, sino a que estemos vinculados con la verdad en tanto en cuanto practiquemos nuestro compromiso con su mensaje, y asumamos su visión, su percepción de la vida, su criterio sobre su presente y futuro.
Eso significa tener que enfrentarnos a dos cuestiones importantes:

1.- El conocimiento de la verdad es trasgresor de las verdades implantadas porque cuando conocemos y aceptamos la verdad, se produce una violación de todo aquello que detiene nuestro crecimiento espiritual, y ese crecimiento, como dice Pablo, está ligado al conocimiento de la persona de Jesús. Por lo tanto, si nuestra opción es aprehendernos del conocimiento de la verdad, debe existir un enfrentamiento con todas aquellas mentiras periféricas que se nos presentan como verdades con el único propósito de desvincularnos del conocimiento de la auténtica verdad.
Y algo muy serio debe estar pasando en nuestra vida cuando no somos capaces de enfrentarnos a la tradición, a las normas que nos cuestan sobrellevar, a los esquemas establecidos, a las cargas insoportables. Algo debe estar pasando cuando permitimos que lo “evangélico” prevalezca sobre lo cristiano, cuando permitimos que lo escrito prevalezca sobre la reflexión, cuando permitimos que la opinión de los hombres tenga más peso que la palabra de Dios.

2.- Esto no podemos permitirlo, por eso el conocimiento de la verdad no es solo trasgresor de las mentiras implantadas, sino que es también generador de conflictos.
Conflictos internos, porque tenemos que decidir qué hacemos con todo aquello que forma parte de nuestra educación espiritual y que vemos que nos está impidiendo crecer. Tenemos que decidir qué hacemos con aquellas verdades impuestas que ponen de manifiesto nuestra inseguridad, nuestro vacío, nuestra desorientación, cuando tenemos que enfrentarnos a los grandes interrogantes de nuestra propia existencia que es el terreno donde nos damos cuenta de lo poco que sirve muchas cosas que nos han enseñado.
Tenemos que decidir qué hacer: seguir en el camino de la continuidad conviviendo con nuestros esquemas acerca de la verdad o entrar en la senda del conflicto. Jeremías exhortaba al pueblo a “volver a las sendas antiguas”, y nuestra única senda por la que debemos andar, es la senda del conocimiento de la verdad, de la única verdad que existe: Jesús. Y contemplar su verdad expresada en su vida.

Si esta es la senda de nuestra opción, nuestros conflictos ya no solo serán internos, sino que se convertirán también en conflictos externos. Y en este caso nuestra lucha no será contra el mundo, sino contra aquellos que detienen la verdad ofreciéndonos su propia visión acerca de Dios para esclavizarnos a sus normas.
En este conflicto hay que dejar de ser “políticamente correctos”

Conocer a Jesús es conocer la verdad que se expresa en la libertad como principio vital de nuestra existencia.

“conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” dice Jesús

“Jamás hemos sido esclavos de nadie” somos libres en Jesús, decimos nosotros

No sé vosotros, pero yo soy esclavo de muchas cosas: soy esclavo de mi educación, de mi entorno, de mis fantasmas, de mi falta de visión, del desconocimiento que genera inseguridad, de mis dudas, mis incertidumbres, pero sobre todas las cosas soy esclavo de mi propio egoísmo.

El conocimiento de la verdad es portador de libertad. No aquella libertad que nos otorga el Estado a través de la Constitución y que se desarrolla en las leyes civiles y penales, no aquella libertad que exigimos al gobierno para nuestras creencias y cultos pero que no somos capaces de practicar con aquellos que no piensan como nosotros.

La libertad a la que se refiere Jesús no tiene que ver con un cambio que viene provocado por el discurso de nadie, sino que surge de nuestro propio conocimiento de la verdad. Es por eso que la libertad no se nos otorga o se nos delega, sino que surge de nuestra interioridad como fruto del conocimiento de la verdad. Y si surge de mi interior, me libera de todas mis esclavitudes para tener la misma percepción de la vida que tenía Jesús, para tener el mismo criterio sobre el presente y el futuro.

“Conoceréis la verdad” Qué verdad

En el caso de Jesús, la verdad es objetiva porque está amparada en su vida.

“Seréis libres” Qué libertad

En el caso de Jesús, la libertad es auténtica porque está vinculada a la verdad



jueves, 19 de julio de 2012

La dignidad es cosa de todos

Si en algo nos caracterizamos los seres humanos es que, desde el mismo instante en que somos capaces de abrirnos paso desde el útero de nuestra madre para salir al mundo, como premio a nuestra valentía, se nos recompensa con la entrega del atributo más precioso del que podemos disponer a lo largo de nuestra corta o larga vida: la dignidad. Nos convertimos en personas con dignidad desde el momento en que nacemos y esa dignidad nos acompaña el resto de nuestra existencia.
A lo largo de la historia, siempre han ido surgiendo monstruos con rostro de hombre que han tratado por todos los medios de hacerse con ese precioso tesoro del que disponen las personas. La historia ha amamantado a dictadores que han atizado duros golpes a la humanidad, tratando con sus feroces garras, cual dragón se tratara, estrangular todo conato de dignidad que pudiera existir allá donde querían ejercer su autoridad. Han surgido líderes religiosos que, en el nombre del dios que le enviaban, han tratado de doblegar a las personas para hacerse con sus almas y mentes y  así abocarlas al precipicio existencial. Muchas madres, sin saberlo, dieron a luz a hombres soberbios y arrogantes que se sintieron llamados a gobernar el mundo mediante la opresión, y para conseguir su fín amontonaron riquezas y poder sin importarle los medios. Hombres que solo saben saciar su sed despojando al ser humano de todos aquellos bienes que necesita para sentir en su rostro el aire fresco de la dignidad de la cual es poseedor.
Para frenar la voracidad de estas fieras, se crearon leyes para proteger a las personas frente a todos aquellos que quisieran imponer su autoridad por la fuerza con el fin de vejar la dignidad de los otros Sin embargo, las leyes, que son impuestas por los fuertes, solo sirvieron para justificar sus actos en contra de la dignidad del ser humano. La historia nos trae a la memoria que toda la brutalidad nazi estuvo siempre amparada por el imperio de la ley. Así las cosas, los movimientos revolucionarios que se producen en la historia para proteger la dignidad humana, nos traen consigo otro mecanismo aún mayor que la ley: la constitución. Una constitución ante la cual hasta la misma ley tiene que inclinar su autoridad. Una constitución con la que se pretende salvaguardar, de una vez por todas, la dignidad frente a la impunidad del más fuerte. 
En 1978, por expreso deseo de la ciudadanía, quedó delegado sobre aquellos hombres que fueron elegidos como representantes del pueblo español, la redacción de una constitución donde todos tuviéramos cabida y nuestra dignidad se viera protegida de todo ataque. Pero una vez más, la realidad nos supera. Porque, en los tiempos en que vivimos, de qué me sirve a mí que la constitución me hable de que todos tenemos derecho a un trabajo digno, si existen casi 5 millones de personas paradas. De qué sirve el que se nos diga que tenemos derecho a una vivienda digna, si cada día se producen cerca de 700 ejecuciones de embargo, sin importarle al ejecutor dónde se van a vivir esas familias. De qué sirve que se me diga que vivo en una democracia si los que me gobiernan me ocultan datos y no me dejan opinar sobre aquellos asuntos que afectan al estado de la ciudadanía. De qué sirve que se me diga que mi dignidad será protegida si aquellos que me representan y los banqueros saquean contínuamente mi presente y futuro, mi imaginación, mis sueños, mis ilusiones, mi humanidad; arrastrándome a límites en los que tengo que decidir si dejo mi hogar y marcharme a otro pais, si pegarme un tiro o salir a la calle a pelearme con todo bicho viviente. De qué sirve todo si me están carcomiendo las entrañas y me están convirtiendo en personas tan indignas como ellas.
Sé que esto, como mucho, solo servirá para hacer terapia conmigo mismo. Pero desde aquí, y para desahogarme, quiero encargarles algo, señores políticos y banqueros: VAYANSE. Pero al hacerlo, apliquense el cuento y cojan la flauta para que salgan juntamente con Vds. todos los maleantes, usureros, ladrones, mentirosos, que se atreven a coquetear contínuamente con la dignidad de las personas. Vayanse y les ruego no paren hasta llegar al parlamento eurpeo y una vez allí jueguen entre Vds. a cómo está la prima de riesgo y su tía la deuda.
¿Qué vamos hacer si se van? Pues no sé si sabremos apañarnos. Pero una cosa es cierta, que si morimos en el intento, lo haremos con nuestra dignidad intacta. Porque la dignidad es patrimonio del alma y no necesitamos que nadie nos la guarde ni permitiremos que nadie juegue con ella.

lunes, 16 de julio de 2012

Carta a Mariano de un dormido despierto

Sr. Presidente del gobierno D. Mariano Rajoy, permítame dirigirme a Vd. desde mi ignorancia, no ya porque soy hombre sin estudios, sino porque además, caí en un coma profundo en el año 2006 y me acabo de despertar. Vd. se preguntará que como tengo la osadía de escribir esta carta, pero el peligro que encierra la democracia es éste, el que pueda dirigirme a Vd. sin que pase nada.
Verá Vd., hace dos días que llegué a casa después de estar seis años dormido, y ya empecé a extrañarme de lo mucho que estabamos tardando en llegar por el tumulto de gente que había en la calle. Yo pensé: hay que ver lo mucho que ha cambiado el pais; !!la cantidad de gente que hay paseando!!. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me enteré en casa de que todo eso eran manifestaciones. Y claro, comencé a preguntar para satisfacer mi curiosidad y fuí enterandome de cómo estaba todo. !! Madre mia, Sr. Mariano!! cómo está todo. Y conforme me hablaban, yo pensaba en cómo es posible que alguien tan modosito en aquellos tiempos pueda estar creando tantos conflictos. Me costaba aceptar todo lo que estaba escuchando y, la verdad, en esos momentos, !! lo que hubiera dado por volver a dormirme !!.
Me contaron que la Juli, la del 2º 1ª, se íba a casar este año, pero debido a la situación pues que no hay boda ni ná de ná. El Santi, el del 1º1ª, que lo dejé con principio de alzeimer, estaba en un centro, de Dios sabe dónde, para que lo cuidaran porque su mujer no se veía con fuerzas de hacerlo, lo han tenido que devolver a casa porque le han retirado la ayuda. Pobre Loli, con lo contenta que estaba porque allí le cuidaban y ahora no sabe qué hacer. Menos mal que aún le quedan los recuerdos. Para ella por lo menos es un alivio. Y así, fueron poniéndome al día de todas las atrocidades que se estaban cometiendo en contra del bienestar que existía antes de que yo me fuera a dormir. !!Maldito despertar!!. En buena hora he ido yo a abrir los ojos.
La escena social que me presentaban era tan inquietante, que vino a mi mente el preguntar, ingenuo de mi, sobre la situación de los bancos. Porque, claro, si todo está mal, los bancos deben estar desquiciados. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que los bancos no tenían problemas porque el gobierno había removido cielos y tierra para que pudieran tener todo el dinero que necesitaban. Mi reacción espontánea fue asirme de un folletín, de esos que regalaron cuando se aprobó la Constitución, que aún conservaba en la pequeña biblioteca que tengo. Busqué con voracidad en el índice la B de banco pero solo encontré la P de persona. Y era lógico, porque el énfasis de la Constitución recae sobre las personas. Y en esto, Sr. Rajoy, tengo que darle un toque de atención, porque debería recordar que a las empresas, sean bancos o no, se les ha de controlar, a las instituciones se les ha de respetar, pero a las personas.... a las personas se les ha de servir, proteger y tratar por todos los medios de satisfacer sus necesidades vitales. Esos deben ser los principios que rijan sus propuestas políticas, y no dejarse llevar por herencias recibidas, ni por mujeres cuya únca obsesión es el ahorro y se olvidan de que hay que potenciar el empleo y la economía, ni por usureros que tratan al ser humano como instrumento de enriquecimiento personal.
Sr. Rajoy, no sé por quién se está dejando aconsejar, pero le ruego que despierte del sueño como lo hice yo para que se dé cuenta de cómo está el pais. Deje encima de la mesa todas las estadísticas y gráficas y vaya a abrir la ventana para que el aire de la calle le refresque la memoria y le recuerde que lo que está en juego no son malos datos para sus amigos europeos, sino personas que se está quedando vacías, económica y moralmente.
Sr. Rajoy, ya no sé si antes dormía o es ahora cuando duermo y esto es una pesadilla. El caso es que lo que veo no me gusta. Con su permiso, me voy a la calle para estar con la gente despierta.