sábado, 27 de octubre de 2012

RETAZO DE UNA VIDA CONSUMIDA

“Harto de estar harto. Ya me cansé de preguntar al mundo por qué y por qué”. Palabras que escribe Serrat en una de sus canciones y que podrían muy bien reflejar el sentir de alguien que, después de haber recorrido senderos demasiado escabrosos sin que nadie le diera explicación alguna, se sentara en la cuneta del camino cansado de que nadie atienda sus repetidas quejas contra el mundo. Un mundo que le ha negado su derecho a poder disfrutar en paz con su familia, a tener un trabajo, una vivienda, un espacio donde poder desarrollarse como ser humano. Un mundo que le ha negado su derecho a poder vivir y morir como los demás. Vida, muerte; muerte, vida. Conceptos demasiado complejos que forman parte de nuestra humanidad, poniendo continuamente al descubierto nuestra pequeñez mental por no haber sabido todavía enhebrar. Es tan delgada la línea que separa un concepto de otro, que uno no sabe si está vivo o muerto. Porque qué vida puede ser ésta en la que la persona se ve desposeída de todo aquello que conforma su dignidad, sabiendo que lo triste no es haber sido desposeído de ella, sino la conciencia que uno tiene de que difícilmente la podrá recuperar. Si esto es la vida, habrá que preguntar dónde puede uno darse de baja porque así no es muy apetecible vivir; pero si resulta que esta vida es la muerte, que engaño tan vil por parte de aquellos que dicen que todo se acaba con ella.

Sentado en el camino, el viajero se niega a seguir caminando por la senda que le ha trazado la vida. Se ha prometido a sí mismo no lanzar ninguna queja más contra el mundo que le ha rechazado. Respira hondo, y al hacerlo, le vienen olores de su infancia. Piensa en ella y recupera para sí esos recuerdos que lleva siempre consigo, como la fiel maleta que acompaña al titiritero que va de pueblo en pueblo, y que él siempre había admirado tanto por las horas felices que le había hecho pasar. Cuánta felicidad acumulada de la infancia, donde la vida consistía solamente en dormir, comer y jugar. Sin decisiones que tomar, sin futuro ni pasado, sin entornos agobiantes, sin dudas, sin frustraciones, sin amores ni desamores, sin cargas que aliviar. En cierta manera, puede decir que ha recuperado su infancia, porque se siente tan enajenado que su mente no alberga preocupación alguna por la triste realidad. En cierto sentido, a pesar del peso de la vida, se siente feliz como en su infancia porque su miseria le ha liberado. No posee nada, no tiene ataduras.

Sentado en el camino, no espera nada de nadie. La mentira ha prosperado a fuerza de ridiculizar la verdad, hasta el punto de caer rendida a sus pies. Con su mirada apagada, observa a los transeuntes , cada cual con su camino, cabizbajos, absortos en sus pensamientos y ajenos a la desgracia del otro. Hace tiempo que conceptos como política, nación, bandera, religión, hermandad, comunidad, amistad,……… dejaron de tener sentido para él. Los rayos solares son los únicos que le aportan algo de calor a su vida, y cuando lo hacen, se siente profundamente agradecido hacia ellos. En su soledad, la única compañía a la que aspira es la de que algún día se cumpla en él la parábola del samaritano y alguien se siente a su lado para abrazarle. No desea caridad, ni palabras, ni siquiera dinero, y mucho menos razones. Solo desea que alguien cure sus heridas con un abrazo. Un abrazo que haga vibrar de nuevo su presente y le haga sentir que mientras haya un presente, habrá un futuro.

El sol está saliendo. Comienza a sentir calor.