jueves, 31 de octubre de 2013

El silencio de Dios

Hace algunos años, cuando mi forma de entender la espiritualidad era diferente a como la percibo en los días en que vivo, mis mensajes eran muy distintos. El contenido de mis mensajes era totalmente superficial porque no reflejaban mi realidad. Me sustraía de mis problemas, de mis incertidumbres, de mi rabia con la vida, de mi fragilidad. Ahora es muy distinto. Mis reflexiones forman parte de mi vida, de mi existencia. Por eso, cuando me dicen de hablar me echo a temblar. Porque a través de la reflexión, se abren las ventanas de mi intimidad y me descubro ante vosotros poniendo al descubierto mis pensamientos más secretos. Y eso, como ser humano que soy, me da pánico. Y más cuando tengo que expresaros mis reflexiones acerca de algo tan delicado como el tema que contiene la segunda tentación (Mt. 4:5-7).

No sé si alguna vez os lo habéis planteado, pero decidme ¿quién creéis que podría ser el que principalmente promueve la idea de la inexistencia de Dios?. Si lo analizamos sin dejarnos llevar por el ardor cristiano evangélico ¿ no os parece que podría ser Dios mismo el que promueve esta idea?. Porque si Dios hablara de forma directa, si Dios en lugar de hablarnos a través de la creación nos hablara de forma directa y personal, su palabra no volvería a El vacía (como nos dice Isaías 55:11). Si Dios hablara y actuara como creemos que debería de hacerlo, la humanidad creería en El. ¡Cuántas injusticias se habrían evitado! ¡Cuántas guerras no habrían tenido lugar! ¡Cuántos niños estarían ahora viviendo!. Sin embargo, Dios guarda silencio. Un silencio abrumador, aterrador. Un silencio que nos aturde, que trastoca nuestros esquemas acerca de cómo hablamos del Dios que es amor. Un silencio que nos llena de perplejidad (es posible que ante este silencio hayamos cambiado a Dios por los super-héroes que sí actúan en beneficio de la humanidad. Éstos sí que ponen su poder al servicio de la justicia).

Si nos trasladamos mentalmente al Génesis, vemos que como consecuencia de la desobediencia del hombre y la mujer, éstos son expulsados del Edén para que formen parte integral del orden establecido en la creación natural. Y la existencia que el ser humano iba a desarrollar en el Edén, la tiene ahora que vivir en un entorno hostil donde la incertidumbre, la enfermedad, el miedo, e incluso la misma muerte, merodean noche y día alrededor de él. Y en este nuevo orden de cosas en las que el ser humano tiene que desarrollar su existencia, Dios guarda silencio, no porque no pueda hablar, sino porque El ha determinado no actuar y deja que el ser humano se enfrente a su propio destino.
No obstante, Dios en su gracia y misericordia, escoge a un pueblo para dar a conocer su nombre entre las naciones. Y esta relación que Dios mantiene con su pueblo se desarrolla bajo la consigna de bendición y maldición. Bendición si hay obediencia y maldición si hay desobediencia.


Con el paso del tiempo, esta consigna se fue extrapolando a todas las situaciones concretas de la existencia humana. Y de esta manera, Dios queda obligado a actuar, a no guardar silencio: si eres bueno, Dios te bendice; si eres malo, Dios te maldice. Así pues, es el hombre quién hace hablar a Dios.
Con este pensamiento, Jesús ha sido educado. Y es por esto que Satanás escoge bien su texto, ya que el salmo canta la especial providencia de Dios hacia aquellos que se confían a El. Y como Jesús pertenece a ese pequeño pueblo que confía en que Dios acudirá en medio de la aflicción, Satanás se enfrenta con Jesús en el terreno de la fe, que es el terreno donde realmente se libra la batalla de la tentación. ¿En verdad Dios dice que sostendrá a aquellos que confían en El? Pues échate abajo. Haz que Dios te demuestre su poder.
Con este pensamiento, yo he sido educado. Pero no desde que me convertí, sino que este pensamiento ya venía con la leche materna. Y con este pensamiento, que forma parte de mi ADN, es con el que tengo que enfrentarme cada día desde el terreno de mi fe. Si soy bondadoso, si practico la justicia, si vivo para los demás, si mi entrega es sincera, si… si…si… ¿Por qué Dios no me bendice? ¿Por qué Dios no hace nada para que mi situación cambie? ¿Por qué Dios no hace nada? ¿Por qué ante mi clamor Dios guarda silencio?. Yo me creo mis necesidades y espero que Dios las supla y si no lo hace, me quejo. Y yo me desespero, porque el sentimiento que tengo a veces es que Dios me está tomando el pelo. Me siento engañado como Jeremías. Me encuentro muy solo en las decisiones que tengo que tomar. En los caminos por los cuales tengo que andar. Y esto hace que tenga que soportar las tensiones de mi fe (entendéis ahora por qué no me gusta hablar de mis reflexiones? Al descubrir mis intimidades pensareis que mi fe está debilitada).

Frente a este desconcierto que provoca el silencio de Dios en mi vida, el redactor que escribió las tentaciones, me enseña dos cosas muy interesantes que yo tengo que aprender a valorar y a tener presentes en mi vida en medio de mis circunstancias.
        
1.-  Yo no puedo someter el poder de Dios a mi deseo de que El intervenga para dar solución a mis problemas por el hecho de que soy una persona justa y bondadosa (Quid pro quo).

2.-  Que ante el silencio de Dios debo aprender a sentir un profundo respeto ante ese silencio.


1.-  Me han educado con una idea tan equivocada acerca de cómo es Dios que tengo asumido en mi vida el derecho de que Dios actúe en favor de mí. A mí me cuesta creer en un Dios que no soluciona mis problemas cuándo y cómo quiero. Dios tiene la obligación de atender a mis necesidades porque sus promesas son fieles y verdaderas. Y para ello estructuro mi pensamiento de tal forma que el resultado de la ecuación siempre es el mismo: Dios me tiene que bendecir porque soy un hijo bueno. Si no lo hace es porque algo malo he debido hacer (“quién pecó, éste o sus padres” Juan 9:2). Y cuando miro mí alrededor y veo cómo a otros les va bien la “teología de la prosperidad”, se cierne sobre mí el complejo de “patito feo”. En esos momentos me cuestiono la fe. Pero la fe no tiene nada que ver con la respuesta que Dios me da, sino con la respuesta que yo le doy a Dios en medio de mis conflictos.

Y la respuesta que Jesús da al Padre no se encuentra condicionada al cuidado y sostén que El debía tener sobre su persona. En ningún momento él cuestiona su ministerio en función de si el Padre lo va a proclamar como Señor y Rey de Israel, de si el Padre lo iba a liberar de todo mal, sino que él hace lo que tiene que hacer y punto. La respuesta de Jesús no está fundamentada en que Dios lo va a liberar de todo mal, sino en que Dios si quiere, puede actuar con poder en favor de él. Jesús no actúa movido por la recompensa sino por la misericordia hacia el desvalido, el pobre, el necesitado. Y si el Padre no quiere librarlo de tener que beber esa copa, no por eso va a pensar que ha fracasado como hijo, sino que lleva a cabo su labor desde la angustia, desde el sufrimiento, desde el dolor, y sobre todo desde el respeto ante el silencio de su Padre en el desarrollo de su existencia vital.

2.-  Observando a Jesús desde un punto de vista de no creyente, diría de él que es un pobre visionario con pretensiones mesiánicas al que Dios le tomó el pelo permitiéndole que se estrellara contra el muro del fracaso. Pero el punto de vista del redactor de las tentaciones es muy diferente. La lectura que él hace de la vida de Jesús es la de un hombre que antes de iniciar su ministerio, tuvo que pasar por esta situación para hacer una declaración de intenciones. Y esta declaración lo va a acompañar durante su ministerio.
Si observamos bien el enfrentamiento que Jesús mantiene con Satanás, éste escoge un texto ideal para hacer reflexionar a Jesús de que el poder de Dios está a su servicio porque Dios está obligado en el sostenimiento y cuidado de sus justos. Haz lo que te digo y verás como Dios responde. Y esta actuación del poder de Dios te acompañará en el desarrollo de tu ministerio.
Pero frente al texto de Satanás, Jesús también escoge el texto ideal para responderle (Dt. 6:16) que a la vez nos remite a Ex. 17:1-7 donde se da la explicación de lo que Jesús quiere transmitir a Satanás.


         Dios había demostrado su poder: salida de Egipto; maná.
        
Tienen sed y no hay agua: exigen a Dios el agua.
        
La pregunta final es interesante: ¿está Jehová entre nosotros o no?
        
El pueblo debería haber mostrado respeto a Dios.

¿Acaso tenía Jesús que exigirle a Dios que mostrara su poder para sentir que Dios estaba con él? Jesús se conforma con el silencio de Dios en su devenir diario porque él siente un profundo respeto hacia su Padre. Pero mostrar respeto hacia ese silencio no implica tener que justificar a Dios pensando en cosas como que Dios tiene un propósito, Dios sabe todas las cosas, ya verás como Dios te mostrará su poder. Nos escandaliza tanto el silencio de Dios que no nos importa ir cambiando esa imagen por otra que nosotros nos fabricamos. En este sentido, Jesús irrumpe en las estructuras del pensamiento religioso para ir mostrando la verdadera imagen del Padre.
Y desde esa manera de entender al Padre, nos enseña que el respeto al silencio de Dios no se realiza desde la comprobación del poder de Dios sino desde la angustia, desde la incertidumbre, desde el sufrimiento, no esperando que Dios actúe y nos libere, sino simplemente confiando que Dios está presente en medio de nuestras miserias.
Unas miserias que tenemos que soportar porque hemos sido condenados a tener que vivir en esta jungla donde estamos expuestos a que nos ocurra todo tipo de vicisitudes por la misma acción de la vida, que no debemos confundir con la acción de Dios: todo lo que nos ocurre, sucede en y por el círculo de la vida. Ante esto yo suelo pensar que la vida reparte sus cartas y a unos les toca póker, a otros un trío, a otros una pareja, y a muchos, como a mí, no les toca nada. Pero lo importante no es lo que te toque, sino cuál es tu respuesta ante las cartas que te han tocado. Este es el inicio del camino hacia el respeto al silencio de Dios.


domingo, 19 de mayo de 2013

El reino de Dios en Pablo


El pueblo de Israel debe entender que toda su existencia se debe al hecho de que Jehová los ha elegido como pueblo en cumplimiento a la promesa dada a Abraham. Tienen que tener conciencia de ser pueblo elegido, y como tal, un pueblo santo porque pertenecen a Jehová (la santidad lleva implícito el sentimiento de pertenencia). Es por ello que Jehová puede presentarse delante de ellos como su Rey y ellos pueden definirse a sí mismo como reino de Jehová. Un reino que, si bien tiene límites fronterizos, esperan que se extienda a todas las naciones con la llegada del Mesías. Una espera que es alimentada por un clamor profético lleno de un mensaje mesiánico escatológico: “He aquí que viene tu salvador” les dice Isaías. Y con la presencia de ese Mesías en medio de ellos, el reino alcanzará su plenitud, donde las naciones y todos los reyes de la tierra verán su justicia y llamarán a Israel pueblo santo, redimido de Jehová. Pero el pueblo, guiado por la élite religiosa y éstos apoyados por la élite política, montan su propia concepción acerca de la ley, del Mesías y del reino.
Y con la presencia de Jesús en medio de ellos, parece ser que todo empieza a temblar. Porque toda la reglamentación que habían hecho para apoyar su concepción acerca del Mesías y de su obra, todo el sistema religioso que habían implantado a través de los cultos y ritos para fundamentar sus argumentaciones en nombre de Dios, todo empieza a temblar a raíz de que un hombre conocido como Jesús, el carpintero, comienza a presentarse delante del pueblo con una actuación y una manera de hablar que no se sujeta al dogma establecido. Y lo más crítico para ellos, es que toda su actuación pretende llevarla a cabo en nombre de Dios y teniendo como objeto el establecimiento de su reino.
Esta locura llega a su clímax cuando, después de conseguir que lo mataran, sus seguidores comienzan a interpretar su actuación como una actividad mesiánica proclamando que Jesús es el Mesías. Lógicamente hay que proceder a la aniquilación de todos los que dicen seguir a Jesús para acabar con él.
En este contexto, aparece Pablo. Un hombre al que se le otorga poder para llevar a cabo esta sagrada misión. La misión de entrar en guerra contra todos aquellos que no perciben el hecho religioso de la misma manera que ellos.
Es una lucha que se lleva a cabo desde dentro de la fe. Y como nos enseña la historia del cristianismo, esta es la peor persecución que tienen que soportar los súbditos del reino, porque los medios y resultados son crueles, devastadores. Y como tal debía enfocarla Pablo en su sed insaciable de meter en la cárcel o dar muerte a los discípulos del Señor. Y debía ser así porque lo que había en juego era ni más ni menos que toda la concepción del reino y la actuación del Mesías en el alcance de la plenitud de ese reino proclamado por los profetas.
Pero un acontecimiento trascendental tiene lugar en el camino de Pablo: el encuentro con el Resucitado. Aquel al que Pablo quiere exterminar porque seguía vivo en la memoria de sus discípulos, se le aparece como vivo de entre los muertos para trastocar todos los cimientos de su vida. En ese encuentro, Pablo entiende que su actuación le está llevando a “dar coces contra el aguijón” porque en nombre de Dios pretendía destruir al pueblo de Dios, entiende que por querer mantener vivo su concepto acerca del reino y del Mesías, atentaba en contra del verdadero reino de Dios y Mesías.
A partir del encuentro con el resucitado, todos los esquemas de Pablo se vienen abajo. Desde ese instante Pablo asume en su vida la vocación de proclamar el reino ante todos los pueblos. Y si la misión de Jesús nos va a hablar sobre la cercanía del reino, Pablo va a dedicar su vida a la confirmación y afirmación del reino que se ha acercado en la persona de Jesús. Este va a ser el resultado de la transformación que se operó en la vida de Pablo. Una transformación que si bien tuvo lugar por la revelación, hemos de entenderla en clave de reflexión. Está claro que a Pablo se le revelaron muchas cosas acerca del reino, pero lo que él enseñó a las comunidades de su tiempo, y nos enseña a nosotros veinte siglos después, no es la revelación literal que él recibió (Juan sí lo hace en el libro de Apocalipsis), sino que esa revelación la transmite a través del tamiz de la reflexión. Y de esa reflexión es de donde yo pretendo alimentar la mía para explicar algunos aspectos del pensamiento de Pablo acerca del reino de Dios.
En líneas generales, podemos decir que, si bien Israel vive del clamor profético referido a la venida del Mesías para instaurar un reinado con alcance terrenal y donde Israel será el centro de todas las naciones, en Pablo el mensaje adquiere un matiz totalmente distinto:
1.- El mensaje deja de ser mesiánico, tal y como lo entendía Israel, porque el Mesías ya ha venido en la persona de Jesús, al cual Dios ha declarado Señor y Cristo. Por lo tanto, el mensaje se convierte en un mensaje cristológico porque a Cristo le ha sido entregado todo poder y autoridad por Dios. A él se le ha dado un nombre que es sobre todo nombre para que toda rodilla se incline delante de él.
2.- Con el mensaje cristológico el reino deja de tener un alcance terrenal para tener un alcance cosmológico. “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Col. 1:16). Todo el cosmos queda afectado por la plenitud del reino. Somos súbditos de un reino que tiene un alcance cosmológico porque las fronteras terrenales y celestiales se han roto.
En la proclamación de este mensaje hay algunos aspectos novedosos e importantes en el pensamiento de Pablo con respecto al reino y que me gustaría poder destacar:
1.- El reino es una realidad presente que debe estar determinado por el futuro. Nuestro presente debe estar determinado por la certeza de un futuro que ha sido establecido por el poder de Dios y que nada ni nadie puede cambiar. Aquél que murió y resucitó será presentado ante las huestes celestiales como Señor y Cristo y cada uno de nosotros llenará un espacio en esa presentación. El futuro que Dios ha establecido por medio del Hijo para cada uno de nosotros, es una realidad que debe permanecer en nuestro presente, por eso debemos pedir “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo…nos dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él.. y alumbre los ojos de nuestro entendimiento.. para saber cuál es la esperanza y las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Ef. 1:17-23).
Cuando nuestra realidad queda afectada por esa futuridad, vamos a poder contribuir, no tanto a la venida del reino, sino a esforzarnos a tomar parte en él y “seamos tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecemos” (2ª Tes. 1:5).
Que el futuro establecido por Dios sea una realidad en la vida del creyente, ocupa un lugar importante en el mensaje que Pablo dirige a las comunidades, ya que muchos de los lectores de sus cartas no habían visto cara a cara a Jesús, y mucho menos habían tenido un encuentro con el resucitado. No resulta nada fácil mantener vivo en nuestra realidad un futuro que no vemos. Y mucho menos cuando elevamos nuestros ojos al cielo y lo único que vemos son las nubes. Pero la promesa es esta: “el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37). Por eso es importante para Pablo que nuestra cotidianeidad se alimente de ese futuro que se abre ante nosotros para que mantengamos vivo nuestro ánimo frente a las situaciones adversas que a veces tenemos que pasar. Un futuro donde el peso no recae tanto en los sucesos, que son importantes, sino en la presencia de nuestro Amado.
2.- Para Pablo, que había tenido un encuentro con el Resucitado; que había subido al tercer cielo y se le había mostrado cosas que ojo nunca vio y se le había comunicado cosas que oído nunca oyó, puede resultar muy fácil ver la vida desde esta perspectiva, pero para nosotros la visión puede cambiar algo.
Porque hace ya más de 20 siglos que Jesús dijo que volvería y no ha vuelto. Pero de hecho el retorno y la presencia de Jesús ya tuvo lugar de alguna manera con la venida del Espíritu Santo con el propósito de mantener a la comunidad en contacto con Cristo. Por eso es importante para Pablo que los súbditos del reino tomaran conciencia de que a través de la acción del Espíritu Santo la personalidad de Cristo se extiende en medio de la comunidad, haciéndose presente en su ausencia glorificada. Así pues, estando presente Cristo en su comunidad, por la acción del Espíritu, nuestra existencia comunitaria debe ser de continuidad. Una continuidad que nos lleve a una práctica comunitaria dentro de los esquemas cristológicos.
- Por un lado, desarrollar nuestra existencia comunitaria dentro de los valores y principios que impulsaron a Jesús a enfrentarse a los esquemas religiosos, políticos y sociales.
- Por otro lado, alimentar nuestra experiencia comunitaria con el sentimiento que produce la visión del Resucitado. No desde la cruz, porque la cruz nos invita a la contemplación, sino desde la resurrección que nos invita a la acción. Una comunidad que vive por y para el Resucitado por la acción del Espíritu.
Porque el reino sigue estando próximo y se da a conocer por las manifestaciones del Espíritu. Nos dice Pablo en Romanos 14:17 que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Y esto no son condiciones del reino futuro sino manifestaciones de los frutos espirituales que se dan dentro del marco de la comunidad.
3.- Pero Pablo no se fija en la vida comunitaria desde la dimensión mística, como si hubieran alcanzado ya la promesa de conreinar con Cristo. El Espíritu actúa en cada miembro para edificación de la comunidad y proyectar sobre el mundo su condición de súbditos del reino. Porque es desde la comunidad que el reino de Dios se hace visible. Porque la comunidad es el instrumento de Dios para dar a conocer el mensaje central del reino que no es otro que Cristo y su alcance cosmológico.
Una comunidad que, a diferencia de Israel, acoge con los brazos abiertos a todos aquellos que, por la fe en Jesús, entran a formar parte de ella: sean judíos o gentiles, pobres o ricos, hombres o mujeres. Una comunidad donde nos dice Pablo en Col. 3:11 “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”. Y desde esa condición de igualdad y fraternidad “vayamos creciendo y abundando en amor unos para con otros y para con todos” (1ª Tes. 3:12).
En el apóstol Pablo existen dos pasiones: Pasión por Jesús, por llegar a conocerle en toda su magnitud, por llegar a “conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col.2:2-3). Y pasión por proyectar ese conocimiento sobre todos aquellos que forman parte de la comunidad de Jesús, expresión viva del reino de Dios en acción. Y por esta nueva comunidad que se forma en torno a Jesús y a través de la cual el reinado de Dios se hace visible, es por la cual Pablo entrega toda su existencia.
Como comunidad, formamos parte del reino de Dios y tenemos la responsabilidad de tomar parte activa en la implantación de ese reino.
Un reino que en un futuro cercano se hará realidad porque así está establecido por Dios. Y esa visión de futuro debe determinar nuestro presente.
Un presente que si bien se encuentra lleno de dificultades y sufrimiento, nos acompaña el sello del Espíritu Santo “que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Ef. 1:14).





Reino de Dios y Antiguo Testamento


El reino de Dios hay que contemplarlo como un todo, como una unidad que va desde el principio hasta alcanzar su fin. Cuando pensamos o reflexionamos en el reino de Dios no podemos verlo como algo que nos viene dado por sectores o apartados, sino que tenemos que verlo en su totalidad, y todo acontecimiento que tiene lugar dentro de él, no podemos interpretarlo como un acto aislado sin tener en cuenta el todo. Y cuando contemplamos el reino de Dios como un acontecimiento único en la historia del hombre, llegamos al convencimiento de que el reino de Dios es la mayor expresión de amor por parte de Dios hacia su creatura. Porque el inicio, desarrollo y consumación del reino de Dios depende única y exclusivamente de Dios. Si bien el hombre es el objeto del reino, no es éste el encargado de hacer llegar el reino y mucho menos posibilitar su consumación en el futuro, porque el establecimiento del reino no vendrá como un acontecimiento ético sino que Dios hará llegar su reino sin la colaboración del hombre. Porque el reino es de Dios, pertenece a Dios, es el ser de Dios.
Y porque el reino es de Dios, el futuro, presente y pasado forman una unidad en la implantación del reino, convirtiéndose así en el instrumento que hace posible que todos los sucesos contingentes confluyan para que el reino de Dios se haga una realidad en la historia del ser humano. Una historia donde el futuro atrae para sí toda la atención porque al venir marcado por Dios, va a determinar nuestro presente. Por eso nuestro presente debe estar embriagado de la idea escatológica del reino de Dios para que podamos ocuparnos del prójimo a la luz del reino de Dios que viene. Por esto el mensaje de Jesús parte de la declaración “el reino de los cielos se ha acercado”, porque el presente de Jesús está determinado por su convencimiento del futuro cercano del reino de Dios. Y si el reino de Dios y ser de Dios son inseparables, Dios se nos ha hecho cercano en la persona del Hijo para mostrarnos la verdadera naturaleza de su reino, que no es otra que ofrecer la gracia a los que habiendo sido excluidos de la comunidad con Dios por la élite religiosa y política, no podían jamás esperar poder participar de la cercanía de Dios expresada en el banquete final del reino: los pobres, los enfermos, los publicanos, los pecadores, las prostitutas, los leprosos, los impuros. Jesús mismo se hizo impuro al comer y compartir sus alimentos con la gente impura.
Según pienso, esta declaración inicial del mensaje de Jesús: “el reino de los cielos se ha acercado”, hemos de entenderla a la luz de cómo Israel entiende y vive el concepto de reino de Dios en el Antiguo Testamento.
Según leemos en los escritos del A.T., el concepto “reino de Dios” tenemos que ubicarlo dentro de la declaración: “Jehová es rey”. Una declaración que Israel comienza a experimentar a partir del Éxodo ( Ex. 15:11-13, 18) y que se va a mantener durante toda la historia del pueblo. Hasta llegar a esta declaración, el poder de Dios se ha presentado como un poder quieto, como un título. Pero es a raíz de la salida de Egipto que Jehová comienza a mostrar su poder desde la acción. Y a partir de ahí, Israel se muestra ante las naciones como el pueblo que pertenece a Jehová, no porque ellos lo hubieran elegido, sino porque Jehová los ha escogido a ellos y por eso se puede presentar como el rey de Israel (Dt. 7:6) “Jehová te ha escogido para que seas un pueblo muy especial entre las naciones”.
Si Israel se entiende a sí mismo como un pueblo que pertenece a Jehová, debe de asumir que su poder y todo lo que son tiene su origen en el poder absoluto de Jehová que se refleja en la dirección de Israel. Jehová se presenta como el caudillo y el poseedor del mando regio (incluso en los tiempos de los jueces y de los reyes). Por lo tanto, si Jehová es el rey, el pueblo debía de asumir su condición de súbdito del rey a través de la obediencia y sumisión a su palabra. Y como súbditos, lo único que tenían que hacer era confirmar delante de las naciones que Jehová es rey. Tenían que corroborar esta gran verdad delante de las naciones: Que el Dios de Israel era el creador de los cielos y de la tierra y por esto era sobrenatural, porque no dependía de la naturaleza ni tenía nada que ver con los astros. Él era el Señor de todo porque lo había creado. Y ese gran Dios se había convertido en el rey de Israel, y cualquiera que se atreviera con ellos se las había de ver con El.
Pero Israel no va a representar para Dios un instrumento político de dominio sobre todas las naciones. Su misión no va a consistir en someter a todas las naciones para que sean esclavos de Israel, sino que su misión va a consistir en confirmar delante de las naciones que Jehová es rey no solo de Israel sino de todas las naciones y sobre todo lo creado. Por esto Israel, como súbdito del Rey, debe ser un pueblo que vive de la contemplación y práctica de la voluntad de Jehová en medio de todos los pueblos y que mantiene su vocación sacerdotal para el mundo (Ex. 19:6). Porque la implantación del reino de Jehová no consiste en conseguir que todos se hagan israelitas; ni para nosotros consiste en la cristianización de todas las naciones (como se hizo en las cruzadas).
Para llevar a cabo esta confirmación delante de las naciones de que Jehová es rey, Jehová entrega a Israel su Constitución, la norma a través de la cual debían de regirse como reino de Dios: la ley como expresión más cercana de la voluntad de Jehová. Porque el propósito de Jehová es que el pueblo entienda que Él no es aquel Dios que se desentiende de su pueblo, sino que además de actuar con poder a favor suyo, Jehová es un Dios cercano que se abre al ser humano. En esto va a consistir la gran confirmación de Israel frente a las naciones.
Con la entrega de la ley, Jehová espera que Israel entienda que el verdadero sentido de la vida se encuentra estrechamente ligado a quienes surgen en el escrito de la ley: Jehová y el prójimo. Por esto la ley va a estar dividida en dos temas fundamentales: Respeto hacia la dignidad divina porque a Jehová deben su existencia y todo lo que son como reino suyo; respeto hacia la dignidad del otro porque todos son iguales delante de Jehová y nadie tiene derecho de poseer al otro y todo cuanto tiene ( 1ª Crónicas 29: 9-20).
El cumplimiento del espíritu de esta ley dada por Jehová al pueblo, habría supuesto para Israel el vivir una realidad determinada por el futuro, porque hubiera puesto de manifiesto la visión escatológica del reinado de Dios sobre la historia. Habría sido un anticipo continuo del banquete celestial donde se da cabida a todas las naciones que vienen a adorar a Jehová.
Sin embargo, Israel pierde de vista la visión de la cercanía del reino porque Israel se ha olvidado del respeto que le debe a Jehová expresado en la cercanía del otro. La ruptura con Jehová no se produce por una actuación impura, por una falta de ética, sino que se produce por una falta de respeto hacia Jehová expresada en un desprecio hacia el débil, el pobre, la viuda, el huérfano, hacia el que no tiene nada ni a nadie. Esta va a ser la gran tragedia del pueblo, porque rechazando la cercanía del otro, rechaza la cercanía de Jehová.
La ruptura de los súbditos con el rey, supone la mayor tragedia del reino, porque sin súbditos no hay expresión del amor de Dios. Por eso decíamos al principio que el reino de Dios en la historia del hombre es la manifestación de lo que es capaz de hacer el rey por sus súbditos. Así pues, la historia de la salvación se convierte así en paradigma de la voluntad del rey en implantar su reinado.
Con la llegada de Jesús se recupera el sentido y sentimiento del reino de Dios y de formar parte de su reinado, porque Jesús cumple con el espíritu de la ley respetando la dignidad de su Padre, expresada en el respeto a la dignidad del otro. Y al cumplir con la ley, Jesús se convierte en mi referente con su ejemplo.
Por eso Jesús puede iniciar su mensaje con la declaración de que “el reino de los cielos se ha acercado” porque Jehová el Rey se nos ha acercado en el Hijo, y de nuevo la confirmación vuelve a ser el centro de la misión de aquellos que se sienten súbditos del reino.



jueves, 28 de marzo de 2013

Cómo interpretar el dogma a la luz de la historia del samaritano

El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla; pero el que conociéndola no es capaz de saber interpretarla, lamentablemente está abocado a caer en manos del despotismo. Muchos son los que, aprovechándose de la falta de interpretación sobre aquellas cosas que leemos, conocemos o practicamos, se presentan como intérpretes de la historia y se convierten así en los referentes de nuestra visión de la vida. De este modo cautivan nuestras mentes y nos tiranizan haciéndonos vivir en la creencia de mentiras que surgen de verdades interpretadas por ellos.
Ante estas palabras, tú puedes pensar que esto lo puede decir una persona que ha estudiado y está preparado para saber interpretar lo que lee, pero yo ¿qué puedo hacer si apenas sé leer?. Cuando Jesús dice “el reino de los cielos se ha acercado”, no se lo dice a los intelectuales, a los pensadores, sino que el mensaje es para todos aquellos que quieren dejarse cautivar por su acercamiento en la persona de Jesús. Para todos aquellos que entiendan que este acercamiento del reino tiene que desembocar inevitablemente en una reinterpretación de la teología, de la doctrina. Para todos aquellos que aceptan que este acercamiento del reino provocará en su vida conflictos entre el corazón y las normas establecidas. Por eso el reino de los cielos es para aquellos que son capaces de cambiar todo lo que son, lo que han aprendido, lo que conforma toda su existencia, por la perla que han encontrado. Son capaces de vaciarse así mismo para dejarse llenar por el vino nuevo.
A través de nuestra vida, siempre hay intérpretes de la historia de la salvación, que tratan de hacernos ver la dificultad que conlleva hablar acerca del reino de Dios, metiéndonos en conflictos teológicos tremendos: el reino, Israel, la Iglesia, el reino venidero, las bienaventuranzas, la comunidad de Jesús, etc. etc.
En los tiempos de Jesús encontramos a personas parecidas a éstas que se dedicaban a interpretar la ley para que el pueblo pudiera conocer lo que Dios demandaba de ellos. Y gracias a uno de estos intérpretes tenemos en el cap. 10:25-37 del evangelio de Lucas una de las parábolas más hermosas y conocida por todos: la parábola del samaritano. Una parábola que nos enseña que en el reino de Dios el dogma se ha de interpretar a la luz de la misericordia y la práctica de ésta hacia el otro debe estar por encima de nuestras barreras sociales, económicas, religiosas, por encima de nuestros dogmas, de nuestros principios y de nuestras creencias.
En el texto resaltan dos preguntas que son las que provocan el relato de la parábola:

- Una de ellas tiene que ver con el dogma, con lo que está escrito en la ley
- La otra tiene que ver con la praxis, con la parte práctica de la vida
       ¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? ¿Quién es mi prójimo?
Son dos preguntas que están relacionadas entre sí porque una lleva a la otra.

         V. 27 --- Amarás al Señor tu Dios…… y a tu prójimo como a ti mismo
Los dos requisitos están ligados entre sí porque a los dos se les exige la intervención de la interioridad. Queda afectada la interioridad. Son requisitos que surgen de las mismas entrañas.

- Una te lleva a la vinculación de Dios
- La otra te lleva a la vinculación con el otro

Frente a estas dos preguntas, Jesús contesta con otras dos preguntas:
A la primera pregunta, que tiene que ver con el dogma, Jesús le responde con otra pregunta que tiene que ver con lo mismo. ¿Qué está escrito en la ley?

v. 27----Bien has respondido. Haz esto y vivirás. Tú interpretas la vida a la luz del dogma y haces bien.

Con esta respuesta Jesús lleva al intérprete a realizar una lectura nueva del texto, a una interpretación más profunda del dogma, ya que en su análisis no pregunta cómo se lleva a cabo esto de amar a Dios, sino que pregunta ¿quién es mi prójimo? Porque en su análisis, el dogma está condicionado a la última parte: Amarás al prójimo como a ti mismo. Porque el amor a Dios está condicionado por el amor al prójimo.
Este análisis lleva al intérprete a una encrucijada, porque amar a Dios lo tiene claro, pero la confusión suya se encuentra en ¿quién es mi prójimo?
Para Jesús, su prójimo se encuentra entre los leprosos, ciegos, cojos, prostitutas, publicanos… Todos los que están marcados por el dogma porque son indignos
Para el dogma, frente a este prójimo, debe mantenerse puro frente a este tipo de personas
¿Cómo va a ser mi prójimo esta gente? En mi forma de interpretar la ley, el dogma está condicionado a otros dogmas.
Jesús le tiene que enseñar que el dogma nos acerca a Dios, pero en ocasiones, la interpretación del dogma construye muros entre el reino y la realidad de la vida.
Por eso Jesús, ante la pregunta de quién es mi prójimo, le relata la parábola del samaritano. Una parábola en la que la carga del relato no recae en la actitud del sacerdote ni en la del levita, sino en la acción que realiza el samaritano. Y esta acción nos enseña que:

- Debemos actuar sin esperar nada a cambio. Que no hay que esperar agradecimientos ni recompensas, sino que nuestra actuación debe estar siempre motivada por una sensibilidad frente a las necesidades del otro. Nuestro interior debe estar siempre abierto a este sentimiento.

- La dignidad de la persona debe prevalecer frente a nuestras interpretaciones del dogma. No podemos permitir nunca que un dogma nos prive de la posibilidad de ayudar al otro. Que nuestros sentimientos de ayuda se vean reprimidos por interpretaciones absurdas y vacías.

- Nuestra entrega al otro debe llevarse a cabo desde la igualdad. De tú a tú. Para que la práctica de nuestro servicio se haga siempre desde la solidaridad y no desde la beneficencia

Cuando Jesús finaliza su parábola, contesta a la pregunta de quién es mi prójimo con otra pregunta. Pero al hacerlo, reformula la pregunta inicial del intérprete, porque su pregunta es ¿quién de los tres es el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Esta es la pregunta a la que lleva una correcta interpretación del dogma: ¿De quién soy yo prójimo? ¿A quién debo servir? Porque yo no puedo elegir quién es mi prójimo, porque si lo elijo, elijo con quién puedo ejercer la misericordia. Yo no puedo establecer los límites con quién sí y con quién no. Porque la fascinación del amor de Dios debe ser tal que debe llevarme cautivo al servicio del otro sin importarme con quién me voy a encontrar.
El intérprete debió entender bien la enseñanza de la parábola, porque frente a la pregunta de Jesús, él contesta: “el que usó de misericordia”.
La enseñanza de Jesús parte de una pregunta: ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Al principio el intérprete contesta la pregunta usando la interpretación dogmática. Una vez que Jesús derrumba los muros que separa el dogma de la realidad de la vida, el intérprete contesta a la pregunta al final del relato.

¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?-------- Usando la misericordia. Sin importarme el dónde, cómo, cuándo, ni con quién.

El Hijo no dudó en dejar de lado el dogma de ser igual que Dios, cuando por necesidad de que el ser humano recuperara su dignidad, se hizo como uno de nosotros para acabar muriendo en la cruz.




viernes, 8 de marzo de 2013

PAN Y CIRCO

Erase una vez que se era, que en la antigüedad salió a la luz uno de los fenómenos mejor utilizados por el poder con el fín de mantener al pueblo en un estado de embriaguez mental y así anular su capacidad de crítica. A un iluminado se le ocurrió la genial idea de que al pueblo nunca le podía faltar pan y circo. Y con la práctica de esta genialidad, el estado podía vivir con la tranquilidad de que nadie se iba a preguntar por las cosas que verdaderamente afectaban a la ciudadanía. Y si alguien quería criticar, nadie le hacía caso porque todos vivían en un estado de bienestar y no querían que se les privase de tal felicidad. Con el paso del tiempo, se ha podido comprobar que la implantación de este fenómeno que generó el estado, ha sido una de las mejores ideas que se ha tenido, porque a través de los siglos, el estado siempre ha procurado, de una forma u otra, que sus ciudadanos disfruten de una placentera vida con su pan y con su circo. Y así les ha ido de bien.
Sin embargo, en los tiempos en que vivimos, una de las mayores equivocaciones que ha tenido el poder representado en el estado, ha sido el mantener un constante recorte en las provisiones de pan hacia sus ciudadanos. Vivíamos todos muy felices con nuestros trabajos, nuestras vacaciones, nuestros créditos, nuestras tarjetas. Con un placentero presente y un futuro tranquilizador, donde nos esperaba una jubilación más o menos generosa para disfrutarla con nuestros hijos y nietos. Qué bien vivíamos dentro de nuestra nube de ingenuidad, sin conocer nada de prima de riesgo, ni de desahucios, sin imaginarnos de hasta dónde podía llegar la cruel usura de la banca, permitiendo que los corruptos llenaran sus arcas con el dinero público y que los políticos se dedicaran a satisfacer su ego. Qué tiempos aquellos en que teníamos pan y circo. Pero empezaron a soplar vientos de sequía. Y donde había abundancia, ahora hay necesidad. Necesidad porque se nos ha arrebatado el pan. Y al faltarnos el pan, nos han arrastrado hacia la desolación, hacia el hambre. Nos han dejado solos frente a nuestras miserias. Por eso ahora, nuestra visión del circo ha cambiado, porque ya no lo vemos con nuestros vientres satisfechos. Y lo que vemos ya no nos gusta, porque las bestias nos asustan. Ahora vemos lo que antes suponíamos pero no queríamos ver, que en la arena del circo solo hay corruptos insaciables que no les apetece frenar nunca su afán de enriquecerse con dinero de los demás; banqueros hambrientos de enriquecimiento ilícito pero que se sienten seguros en las leyes que les amparan en todos sus saqueos; políticos que solo les preocupa, como niños en el patio del colegio, ganar el partido de fútbol.
Si algo hemos aprendido al arrebatarnos el pan, es que estamos asqueados del circo que tanto tiempo hemos contemplado impávidos. Que estamos hartos de tanto circo, que por no gustarnos, ya no nos gustan ni los payasos que han ido pasando por él.

miércoles, 30 de enero de 2013

Cómo gestionar la grandeza

Si tenemos que catalogar el concepto “reino de Dios”, lo catalogaríamos como una aporía, porque dentro del orden racional de cómo concebimos la vida, el reino de Dios es inviable.
Nacemos, nos desarrollamos y morimos en un mundo al que llamamos “reino terrenal” que es totalmente contrario al que llamamos “reino de Dios”. El hecho de que seamos creyentes nos lleva a tener que compartir nuestra existencia con dos reinos. Uno, el terrenal, que nos viene impuesto por nacimiento, y otro, el reino de Dios, al cual tenemos acceso por la fe en Jesús. Y los dos chocan entre sí. En la forma de concebir la vida, el presente, el futuro. Y sobre todo, en la forma de concebir y gestionar la grandeza. Mientras uno dice “negro”, el otro dice “blanco”. Cuando uno dice que la grandeza se gestiona desde el poder, el otro dice que se gestiona desde la bajeza. Y en medio de los dos reinos, nos encontramos nosotros, con un trastorno bipolar de mucho cuidado. Pasando continuamente de la alegría a la tristeza porque vivimos contrariedados por las exigencias del reino de Dios que chocan con las que forman parte de nuestra vida.
En el evangelio de Mateo 20:20-28 encontramos una escena en la que Jesús tiene que aclarar a sus discípulos cómo se debe gestionar la grandeza en el reino de Dios frente a lo establecido, a cómo se gestiona desde la normalidad de la existencia.
Frente a la petición que hacen Jacobo y Juan, el Maestro tiene que aclararles de cuál es la nueva realidad que se ha inaugurado con la cercanía del reino de Dios. La respuesta de Jesús no expresa indignación alguna, porque era tomado como algo natural el que un judío deseara estar asociado al Mesías y sobre todo en el sufrimiento. Sin embargo, en este nuevo orden, las cosas han cambiado. La grandeza ya no es fruto del esfuerzo, del sufrimiento, del cumplimiento con la pureza espiritual, sino que es algo que el Padre otorga a aquellos a quienes les está preparado. Este pensamiento de la comunidad judía deja de tener fuerza frente al nuevo orden impuesto por Jesús, porque él no congrega alrededor de sí a partidarios con garantía de que se les otorgará un buen puesto en el reino, sino a testigos que proclamen que el reino se ha acercado en la persona de Jesús.
Y la verdad es que poco ha debido de cambiar esta concepción judía de la grandeza, porque continuamos pensando que por el hecho de esforzarnos en la comunidad o de ostentar un alto cargo dentro de la misma, pensamos que Dios está obligado a ponernos en puestos de grandeza. En la brevedad de la vida, tratamos de abrirnos paso pegando codazos a los demás para que se nos vea y se nos aprecie la labor que realizamos con el fin de que al final recibamos la recompensa que se nos ha prometido.
Frente a esta actitud personal de los discípulos, Jesús les explica que en la nueva realidad que se ha inaugurado con la cercanía del reino de Dios, y en la que ellos se encuentran, la verdadera grandeza no se gestiona a través del poder sino del servicio. Y para que les quede bien clara la enseñanza, Jesús les habla de aquellos que ostentan la mayor concentración de poder: los gobernantes y los grandes. Y al hacerlo, no es que quisiera criticar a los poderosos de este mundo, ya que los dos verbos (enseñorear y ejercer el poder) que caracterizan sus funciones, no son despectivos. Pienso que Jesús les habla de ellos porque en ellos se expresa el poder que a todos nos gustaría tener. Nuestra fijación no es tanto el puesto que ocupan, sino el poder que poseen y la grandeza que conlleva la posesión de ese poder. Dominar, ser dueño y señor, controlar la vida de los otros, tener autoridad. Esa es nuestra vocación, y nos engañaríamos si pensáramos que no nos gustaría tener la grandeza que lleva implícito el ejercicio del poder.
Frente a este pensamiento, Jesús afirma que en la comunidad mesiánica, debe prevalecer otro tipo de comportamiento: el servicio. En el reino terrenal, la grandeza es una realidad que alcanza su plenitud a través del poder, mientras que en el reino de Dios la grandeza alcanza su plenitud a través del servicio. Y esto no es negociable.
Ahora decidme si el reino de Dios no es una aporía dentro de nuestro orden racional de concebir la vida.
Tenemos que convivir con el contínuo enfrentamiento de dos realidades, y en medio de ellas, nosotros, con nuestro trastorno bipolar. Porque las dos realidades que conviven con nosotros están pendientes de nuestra forma de concebir la vida: en el trabajo, en el colegio, la universidad, la familia, las amistades, la comunidad. Todas las áreas de nuestra existencia se ven afectadas por la presencia de estas dos realidades que chocan entre sí. Si optamos por gestionar la grandeza a través del poder, estamos en nuestro derecho, pero después vendrán los problemas del sentimiento de culpa por tener una visión contraria al del reino de Dios. Si optamos por gestionar la grandeza a través del servicio, estamos en nuestro derecho, pero después vendrán los problemas del sentido del ridículo, de la estupidez, de la imbecilidad, porque estamos actuando en contra del orden racional establecido. Esta es la decisión a la que continuamente somos enfrentados
Frente a esta tesitura, a esta actitud o disposición de ánimo a la que nos vemos continuamente enfrentados, la declaración de Jesús trae luz en cuanto a cuál debe ser nuestra actitud, porque él, que ha hecho posible que el reino se acerque, porque el rey nos ha visitado, sigue siendo el siervo. El rey ha venido para servir y espera que sus súbditos hagan lo mismo (él es nuestro referente). Jesús, el hombre que vive en y desde la libertad, optó por ser el que vive para los demás. Y para que nosotros podamos ser enfrentados con la misma opción, él vino “para dar su vida en rescate por muchos”. Y haríamos bien en poner nuestra atención en este concepto del “rescate”, porque esta palabra lleva implícito la idea de liberación para servir. Y solo el sentimiento de haber sido liberado puede satisfacer mi ansia de grandeza a través del servicio.