miércoles, 30 de enero de 2013

Cómo gestionar la grandeza

Si tenemos que catalogar el concepto “reino de Dios”, lo catalogaríamos como una aporía, porque dentro del orden racional de cómo concebimos la vida, el reino de Dios es inviable.
Nacemos, nos desarrollamos y morimos en un mundo al que llamamos “reino terrenal” que es totalmente contrario al que llamamos “reino de Dios”. El hecho de que seamos creyentes nos lleva a tener que compartir nuestra existencia con dos reinos. Uno, el terrenal, que nos viene impuesto por nacimiento, y otro, el reino de Dios, al cual tenemos acceso por la fe en Jesús. Y los dos chocan entre sí. En la forma de concebir la vida, el presente, el futuro. Y sobre todo, en la forma de concebir y gestionar la grandeza. Mientras uno dice “negro”, el otro dice “blanco”. Cuando uno dice que la grandeza se gestiona desde el poder, el otro dice que se gestiona desde la bajeza. Y en medio de los dos reinos, nos encontramos nosotros, con un trastorno bipolar de mucho cuidado. Pasando continuamente de la alegría a la tristeza porque vivimos contrariedados por las exigencias del reino de Dios que chocan con las que forman parte de nuestra vida.
En el evangelio de Mateo 20:20-28 encontramos una escena en la que Jesús tiene que aclarar a sus discípulos cómo se debe gestionar la grandeza en el reino de Dios frente a lo establecido, a cómo se gestiona desde la normalidad de la existencia.
Frente a la petición que hacen Jacobo y Juan, el Maestro tiene que aclararles de cuál es la nueva realidad que se ha inaugurado con la cercanía del reino de Dios. La respuesta de Jesús no expresa indignación alguna, porque era tomado como algo natural el que un judío deseara estar asociado al Mesías y sobre todo en el sufrimiento. Sin embargo, en este nuevo orden, las cosas han cambiado. La grandeza ya no es fruto del esfuerzo, del sufrimiento, del cumplimiento con la pureza espiritual, sino que es algo que el Padre otorga a aquellos a quienes les está preparado. Este pensamiento de la comunidad judía deja de tener fuerza frente al nuevo orden impuesto por Jesús, porque él no congrega alrededor de sí a partidarios con garantía de que se les otorgará un buen puesto en el reino, sino a testigos que proclamen que el reino se ha acercado en la persona de Jesús.
Y la verdad es que poco ha debido de cambiar esta concepción judía de la grandeza, porque continuamos pensando que por el hecho de esforzarnos en la comunidad o de ostentar un alto cargo dentro de la misma, pensamos que Dios está obligado a ponernos en puestos de grandeza. En la brevedad de la vida, tratamos de abrirnos paso pegando codazos a los demás para que se nos vea y se nos aprecie la labor que realizamos con el fin de que al final recibamos la recompensa que se nos ha prometido.
Frente a esta actitud personal de los discípulos, Jesús les explica que en la nueva realidad que se ha inaugurado con la cercanía del reino de Dios, y en la que ellos se encuentran, la verdadera grandeza no se gestiona a través del poder sino del servicio. Y para que les quede bien clara la enseñanza, Jesús les habla de aquellos que ostentan la mayor concentración de poder: los gobernantes y los grandes. Y al hacerlo, no es que quisiera criticar a los poderosos de este mundo, ya que los dos verbos (enseñorear y ejercer el poder) que caracterizan sus funciones, no son despectivos. Pienso que Jesús les habla de ellos porque en ellos se expresa el poder que a todos nos gustaría tener. Nuestra fijación no es tanto el puesto que ocupan, sino el poder que poseen y la grandeza que conlleva la posesión de ese poder. Dominar, ser dueño y señor, controlar la vida de los otros, tener autoridad. Esa es nuestra vocación, y nos engañaríamos si pensáramos que no nos gustaría tener la grandeza que lleva implícito el ejercicio del poder.
Frente a este pensamiento, Jesús afirma que en la comunidad mesiánica, debe prevalecer otro tipo de comportamiento: el servicio. En el reino terrenal, la grandeza es una realidad que alcanza su plenitud a través del poder, mientras que en el reino de Dios la grandeza alcanza su plenitud a través del servicio. Y esto no es negociable.
Ahora decidme si el reino de Dios no es una aporía dentro de nuestro orden racional de concebir la vida.
Tenemos que convivir con el contínuo enfrentamiento de dos realidades, y en medio de ellas, nosotros, con nuestro trastorno bipolar. Porque las dos realidades que conviven con nosotros están pendientes de nuestra forma de concebir la vida: en el trabajo, en el colegio, la universidad, la familia, las amistades, la comunidad. Todas las áreas de nuestra existencia se ven afectadas por la presencia de estas dos realidades que chocan entre sí. Si optamos por gestionar la grandeza a través del poder, estamos en nuestro derecho, pero después vendrán los problemas del sentimiento de culpa por tener una visión contraria al del reino de Dios. Si optamos por gestionar la grandeza a través del servicio, estamos en nuestro derecho, pero después vendrán los problemas del sentido del ridículo, de la estupidez, de la imbecilidad, porque estamos actuando en contra del orden racional establecido. Esta es la decisión a la que continuamente somos enfrentados
Frente a esta tesitura, a esta actitud o disposición de ánimo a la que nos vemos continuamente enfrentados, la declaración de Jesús trae luz en cuanto a cuál debe ser nuestra actitud, porque él, que ha hecho posible que el reino se acerque, porque el rey nos ha visitado, sigue siendo el siervo. El rey ha venido para servir y espera que sus súbditos hagan lo mismo (él es nuestro referente). Jesús, el hombre que vive en y desde la libertad, optó por ser el que vive para los demás. Y para que nosotros podamos ser enfrentados con la misma opción, él vino “para dar su vida en rescate por muchos”. Y haríamos bien en poner nuestra atención en este concepto del “rescate”, porque esta palabra lleva implícito la idea de liberación para servir. Y solo el sentimiento de haber sido liberado puede satisfacer mi ansia de grandeza a través del servicio.