martes, 17 de julio de 2018

Reflexiones sobre la fe (primera parte)


Existen conceptos que por estar abiertos a muchos usos no soportan una definición concreta. Conceptos, como por ejemplo amor, verdad, felicidad, son tan amplios y se pueden usar de tantas maneras y en tantos contextos, que entran dentro de la subjetividad y solo cobran objetividad si van acompañadas, en su uso, de una expresión que nos haga ver en qué consiste. 
Dentro de estos conceptos hay uno que es del que quiero reflexionar, que tampoco soporta una definición pero que nosotros tan ricamente definimos porque nos han dicho que en Hebreos 11:1 se da una definición. Como ya habéis adivinado, este concepto es la fe. 
Decíamos que la fe es muy difícil encajarla en una definición y ni siquiera la Biblia se ha puesto a dar una definición de la fe, aunque nosotros creamos que la frase de Hebreos 11:1 da una definición de la misma. Según las investigaciones de los expertos, lo que el autor de Hebreos escribe en el capítulo 11 no representa una definición y dicen que esta frase, tan difícil de traducir, debe traducirse más o menos de esta manera: “la fe comunica a aquello que esperamos la completa seguridad de su realización futura; y a aquello que no vemos la completa seguridad de una prueba”. Nos transmite la plena seguridad de aquello que esperamos y no vemos pero no nos dice en qué consiste. Pero si bien no podemos definir lo que es la fe, si podemos reflexionar acerca de ella y analizar con qué tiene que ver. Y en este sentido podemos decir que la fe tiene que ver con la capacidad que Dios nos otorga para dar una respuesta positiva a su revelación, porque solo a través de la fe podemos tener por verdadero aquello que Dios ha revelado.

-         Tener por verdadero
-         Aquello que Dios ha revelado

Por eso el núcleo principal de nuestra actitud creyente debe radicar en: el encuentro con el Dios que se revela y en la respuesta que da el hombre frente a esa revelación. Si Dios se ha revelado al hombre es porque ha salido a su encuentro para transmitirle quién es Él, cómo es Él y qué quiere de su creatura. Por lo tanto, si Dios ha salido al encuentro del hombre para revelarse a él, es para que éste se sienta requerido existencialmente por Dios y se decida, por la fe, a favor de ese requerimiento fiándose completamente de su persona.
Y a través de estas reflexiones vamos a tratar de desarrollar principalmente estos dos temas que tienen que ver con la fe. En primer lugar hablaremos sobre el encuentro y más adelante trataremos sobre el tema de la respuesta.
Y básicamente hablaremos de cómo esta fe que es la capacidad que Dios nos ofrece para fiarnos de Él:

·        Nace del encuentro
·        Se alimenta de la relación
·        Se manifiesta en la acción

Una acción que se proyecta a través de la respuesta

·        Una respuesta que debe formar parte de nuestro recorrido vital

-         Ya sea en un espacio de dificultad
-         Ya sea en un espacio de cotidianidad

·        Y cómo Dios responde a nuestra fe

1.-  Nace del encuentro

A través de la historia de la salvación se pone de manifiesto que la fe bíblica se apoya en un Dios que es infinitamente más grande y poderoso que el hombre, y en quien éste puede encontrar apoyo y socorro en todo momento. Una fe en la que se da la paradoja que Pablo, hablando de Abraham, nos presenta en Rom. 4:18 en cuanto a que él “creyó en esperanza contra toda esperanza” es decir que él creyó contra toda esperanza humana y en virtud de una esperanza divina. Es decir que Dios supera la realidad impuesta en el tiempo y espacio.
Y, como todos podemos suponer, si la fe bíblica se apoya en un Dios grande y poderoso es porque este Dios se ha dado a conocer al hombre y se ha mostrado como es. Dios sale al encuentro del hombre y a partir de ese encuentro el hombre puede empezar a conocer a ese Dios no solo en la expresión de su poder y gloria sino también en la expresión de su amor, porque toda acción poderosa que surge de la palabra de Dios es portadora de gestos cariñosos hacia su pueblo donde se pone de manifiesto el cuidado protector que tiene con ellos. Por esto podemos afirmar que el pueblo conoce a Dios por la historia, porque es a través de ella cómo Dios empieza a darse a conocer a su pueblo. Una historia que tiene su comienzo en el clan de Abraham y acaba en la formación del estado de Israel con la salida de Egipto, donde ya se encuentra asentada la existencia de Dios.
Esto quiere decir que si bien la fe desde un principio fue un doblegarse bajo el misterio inconcebible de Dios, a través de la historia esa fe se expresa como una relación viva con Dios. Una relación que va en aumento conforme Dios va saliendo al encuentro del pueblo y asentando su presencia en medio de él de forma progresiva a través del arca, el tabernáculo y el templo. Por eso esa presencia progresiva de Dios en medio del pueblo nos lleva a considerar la fe no como un salto al vacío, sino como la confirmación del conocimiento de Dios.
Y como quiera que el encuentro de Dios con el hombre no se agota en la misma historia, esa presencia llega a su plenitud cuando el Logos de Dios, llegado el cumplimiento del tiempo y en un espacio concreto, se hace carne y habita entre nosotros. A partir de esta presencia, la fe ya no la podemos concebir como un acto particular desde donde podemos apelar al socorro que viene de las alturas, sino que la tenemos que concebir como una relación con Dios y con su Hijo. La fe nos introduce en un espacio de amistad donde podemos experimentar un conocimiento siempre nuevo de nuestro Padre.
Nos fiamos de Dios porque le conocemos y sabemos de su poder y grandeza, porque somos capaces de comprender y conocer su amor. Nos fiamos porque como dice Pablo en 2ª Tim. 1:12: “yo sé de quién me he fiado”.

2.- Se alimenta de la relación

Por lo tanto, si decidimos que la fe sea un estado total de unión con Dios, una relación permanente de amistad con Él, ese estado debe estar siempre renovándose. Por esto, si la fe nace del encuentro con nuestro Dios, debe alimentarse a través de una relación permanente con Él. Porque la calidad de la fe nunca se impone sino que se va nutriendo y creciendo de nuestra experiencia vital con Dios a nivel personal y comunitario.

         2.1 A nivel personal

A nivel personal se nos ha abierto la posibilidad de poder entrar con confianza ante el trono de la gracia para hablar de nuestras debilidades y necesidades, porque para eso traspasó los cielos Jesús, el Hijo de Dios. Y al entrar podemos desarrollar lo que hemos dado en llamar la oración, que no es otra cosa que nuestra respuesta a la oferta de relación que el Padre nos hace a través de su Hijo. Una respuesta que se da en el marco no solo del encuentro sino también en el de la relación. Dicho de otra manera y de forma coloquial, la oración no es otra cosa que “tomar un café con Dios” donde dos personas que se encuentran dialogan desde un ambiente de amistad y se enriquecen mutuamente.
 Es lamentable que a día de hoy, todavía no hayamos aprendido nada de la riqueza de la práctica de la oración porque nuestra fe se alimenta solamente de la respuesta positiva a nuestras necesidades. Y esa actitud solo nos conduce a la frustración y a una pérdida de confianza en Dios.

2.2 A nivel comunitario

Pero no solo a nivel personal debemos alimentar nuestra fe mediante la relación con Dios, sino también, y muy importante, es necesario que lo hagamos a nivel comunitario. Es decir que, de la misma manera que yo me relaciono con Dios a nivel personal, también debo hacerlo a nivel comunitario. Pero esto hay que hacerlo a la luz de un planteamiento serio con respecto a dos cuestiones muy importantes.

En primer lugar: ¿Quién eres tú para mi?
Porque la Biblia está llena de referencias que nos alertan de la necesidad de vivir en un espacio comunitario donde podamos desarrollar nuestra fe, donde podamos perfeccionar nuestro conocimiento del Hijo. Porque la idea de Dios es que juntos lleguemos a alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo como nos dice Pablo en Efesios 4.
¿Quién eres tú para mi? Eres el objeto de mi fe porque yo no puedo desarrollarme como nuevo hombre en Cristo si no entiendo que todo lo que soy o puedo llegar a ser es para ponerlo a disposición del otro.

En segundo lugar:¿Qué hago yo aquí?
Y para contestar esta pregunta tendríamos que redefinir nuestro concepto de culto comunitario, tendríamos que plantearnos cuáles son nuestros postulados cultuales. Porque con el paso del tiempo es muy fácil entrar en el terreno de la tradición, en la tiranía de la liturgia, en el pensamiento placentero del deber cumplido. Al final entramos todos en el estado de sopor resultado de una comida suculenta.
Unos pueden pensar que vamos al culto a cantar, otros que vamos solo a adorar, otros simplemente porque se lo pasan bien. Todos tenemos un motivo para ir al culto, porque nadie va obligado, y todos los motivos valen. Pero que mejor motivo para ir al culto porque estoy deseando verte, abrazarte, hablar contigo. Porque en mi encuentro y relación con Dios he estado también relacionado contigo. Tengo ganas de verte porque eres el único referente vital que tengo de la gracia y misericordia de Dios porque tú eres la expresión más cercana que tengo de que Dios es bueno.

         2.3  Desarrollo de la fe

Después de todo lo reflexionado acerca de la fe, solo me resta deciros, y esto lo dejo para vuestra reflexión porque es decisión de cada uno, que la fe si tiene un nacimiento del encuentro con Dios y se alimenta de la relación con Dios, debe tener un desarrollo porque con la fe se inicia el proceso del discernimiento. Muchas veces y de muchas maneras, Dios nos ha hablado de la necesidad de crecer y madurar en nuestra relación con Él y con aquellos que nos rodean y sería un acto anti-divino el no hacerlo. Porque de la misma manera que sería un acto anti-natural el que no creciéramos  y maduráramos en nuestra vida, así sería también el no hacerlo en la nueva humanidad que se nos ha dado en Cristo Jesús.

Reflexiones sobre la fe (segunda parte)


En la reflexión anterior decíamos que si bien la fe no acepta fácilmente una definición, sí podemos ubicarla y saber con qué tiene que ver. Y decíamos que la fe tiene que ver con aquella capacidad que Dios nos ofrece para dar una respuesta positiva a su revelación. Y en lo que decíamos hay tres palabras importantes en las que tenemos que poner el foco de atención: ofrecimiento, respuesta y revelación. Si es una capacidad que Dios nos ofrece es que la fe tiene su origen en Dios, procede de Él. El término revelación nos indica que Dios sale a nuestro encuentro donde el hombre es requerido existencialmente por Dios a conocerle y tener relación con Él para que nuestra fe se desarrolle en su conocimiento. Y ante esa oferta generosa por parte de Dios a conocerle y mantener una estrecha relación con Él, el hombre debe decidir si responde positivamente o no a ese requerimiento. Por eso la fe, que nace del encuentro con Dios y se alimenta de la relación con su persona, debe manifestarse en una acción que no deja de ser una respuesta. Y esa respuesta es la que establece la diferencia entre aquellos que tienen fe y la desarrollan o no, la diferencia entre aquellos que agradan a Dios o no porque como ya sabemos: “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Y sería lamentable pertenecer al grupo de aquellos que, a lo mejor habiendo recibido la oferta de Dios en cuanto a la fe, no muestran ningún interés en desarrollarla, porque esto sería el mayor desprecio que se le pueda hacer a Dios, que después de su interés en que le conozcamos, el interés nuestro esté en satisfacer a Dios a través de nuestras ofrendas y sacrificios. Sería lamentable acercarnos a Dios solamente movidos por nuestra tradición, liturgia o solo porque la Biblia lo dice, y no por la pasión de responder a su oferta en cuanto a mantener una relación de amistad con Él.
 Nuestra respuesta suele darse en dos espacios que si bien nosotros separamos, están muy ligados entre sí: Un espacio de cotidianidad y un espacio de dificultad. Dos espacios que, según observo, se encuentran bien explicitados en el capítulo 11 de Hebreos. Por un lado hace referencia a una serie de personajes, que la mayoría son identificados con nombre y apellidos por la importancia que tuvieron en el desarrollo de la historia de Israel, que expresan su fe en su experiencia vital. En aquellas decisiones que tienen que tomar con respecto a Dios y con las que van conformando su existencia. Una existencia que se va desarrollando bajo el signo de la confianza en Dios. Y por otro lado, hace referencia a otra serie de personajes, de los cuales no se menciona el nombre, que expresan su fe en un espacio dramático en el que tienen que experimentar situaciones muy dolorosas que no vienen provocadas por decisiones tomadas sino que le vienen impuestas. Y tanto unos como otros, están relacionados entre sí no por lo que hicieron, sino por la fe. Tanto en unos como en otros la fe formó parte de su recorrido vital, que es lo que le interesa resaltar al autor de Hebreos y no tanto lo que hicieron.
Son muchos los siglos que han pasado desde que estos hombres y mujeres nos hablaron, mediante su testimonio, de su fe. Y a pesar del paso del tiempo y de vivir realidades distintas porque vivimos en espacios distintos, el requerimiento de Dios continua siendo el mismo: “ Fíate de Jehová con todo tu corazón” (Prov. 3:5).

1.-  En el espacio de cotidianidad

En nuestro vivir diario. En nuestro levantar y nuestro acostar. En todos aquellos proyectos que tenemos que acometer en el día a día y en las decisiones que tenemos que tomar, unas más importantes que otras. En nuestra realidad presente la fe debe abarcar toda nuestra existencia porque la fe es la que tiene que definir nuestra nueva humanidad en Cristo Jesús.
Dicho esto así, parece que la mejor forma de vivir es la de no levantarse de la cama y dejar que la vida pase o mejor enterrarla para que no se manche como hizo aquel de la parábola que enterró el dinero que le dio su señor para poder devolvérselo intacto. Dicho esto así, de lo que se trata es de vivir nuestro día a día permitiendo que la fe forme parte de nuestra existencia que no es otra cosa que el conjunto de aciertos y desaciertos, de conflictos y estados de confort, de risas y lágrimas, de malas y buenas noticias, de amigos y enemigos, etc., etc.. Todo esto y más es el conjunto de nuestra existencia y la fe tiene que formar parte de ella. Y no me digas que esto es fácil porque hasta los que menciona Hebreos lo tuvieron muy mal en muchas ocasiones.
Pero si la fe es para vivirla en el día a día ¿cómo podemos vivir esa fe? ¿cómo vivir nuestra realidad y que la fe abarque toda nuestra existencia?. A esta cuestión podemos dar dos respuestas: podemos practicar nuestra fe desde la esclavitud o desde la libertad.
Si lo hacemos desde la esclavitud tendremos la sensación de mantener pura nuestra fe y de que nadie pueda contaminarla. Seremos conocidos como hombres y mujeres de fe, pero si lo hacemos desde la esclavitud nos habremos perdido la oportunidad de vivir la fe, porque habremos dedicado nuestro tiempo y esfuerzo a vivir de acuerdo con la norma, a cumplir con la tradición. Si vivimos nuestra fe desde la esclavitud habremos perdido de vista la esencia de la fe que no es otra que fiarnos de Dios porque le conocemos y nos relacionamos con Él desde la amistad. 
Frente a esto, podemos practicar nuestra fe desde la libertad donde la única norma que se nos impone es la de: “estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). Pero vivir la fe desde la libertad implica que nuestra fe queda expuesta a la duda, a la incertidumbre, y eso nos llevará a tener que vivir muchas situaciones de conflicto que nosotros tendremos que resolver.

2.-  En un espacio de dificultad

Es por eso que la fe también hay que vivirla desde espacios de dificultades que siempre nos acompañan en nuestro vivir. Pero hablar de la fe en espacios de dificultades puede crear en nosotros conflictos espirituales muy serios porque tenemos que resolver las tensiones que esto puede generar. Porque cómo podemos gestionar la fe en situaciones de fracaso, de frustración, de dolor, de paro, de enfermedad, de engaño, etc., etc. Y más cuando le estamos pidiendo a Dios fervientemente que nos libere de esa situación. En situaciones así el pensamiento que asalta nuestra mente es que las palabras del salmista: ”aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno”, es una falacia que como pensamiento para compartir en el culto está muy bien pero no son palabras que cambian mi realidad.
Frente a esta situación, el autor de Hebreos nos propone fijar nuestro pensamiento en aquellos que experimentaron el júbilo de que Dios les saliera al encuentro en su admirable poder y bondad. Personas que lo que tienen en común es que no buscan ser héroes, no buscan publicidad de sus actos, ni siquiera buscan que Dios los libere de los conflictos sino que aceptan la realidad que les ha tocado vivir porque decidieron fiarse de Dios.
Pero entre todos los testigos, hay uno que sobresale a todos, uno al que el autor lo presenta como aquel en el que tenemos que poner nuestra mirada porque él es el “autor y consumador de nuestra fe”. Es decir que él es el principio y el fin de nuestra fe porque en él queda enmarcada la fe y si alguno quiere saber lo que es la fe, solo tiene que leer los evangelios donde Jesús, a través de sus palabras y acciones, nos explica qué es la fe. Porque en su vida la fe queda definida.
Y mientras nosotros sigamos definiendo la fe en función de la respuesta positiva de Dios, la sensación de sentirnos engañados estará consumiéndonos por mucho que nosotros lo disfracemos en que esto es la voluntad de Dios. Por eso, para bien nuestro, debemos aprender a compartir la fe de Jesús. Una fe cimentada en el encuentro y relación con su Padre que le lleva a tener un conocimiento íntimo de su persona y así poder aceptar día a día la realidad que le toca vivir hasta sus últimas consecuencias, y todo desde el mismo requerimiento que se nos hace a nosotros: “fíate de Jehová con todo tu corazón” (Prov. 3:5), y así poder llegar a comprender que nuestro socorro no viene de las nubes, sino del Padre que está a nuestro lado acompañándonos en los espacios de la cotidianidad y en los espacios de las dificultades.

3.-  Cimentar nuestra realidad de futuro

Pero la fe no solo debe formar parte de nuestra realidad presente, sino que también debe cimentar nuestra realidad de futuro. Porque por la fe entendemos que Dios no solo está en nuestra realidad presente sino también en nuestra realidad futura. Una realidad que no vemos pero que por la fe anhelamos alcanzar porque, aunque deseamos seguir viviendo, no nos conformamos con esta realidad presente. Esta reflexión la encontramos expresada en dos pensamientos que el autor desarrolla a través de su carta:

-         Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios
-         Nos ha preparado una casa

3.1 Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios

En la carta a los Hebreos el término “vergüenza” está referido a la acción salvífica de Dios. Es decir que Dios no ha sentido ningún oprobio, afrenta o algún pudor que le haya hecho sentir mal por el hecho de llevar a cabo la obra de salvación de su creatura. Una obra que, como todos sabemos, incluyó no solo la encarnación de su Hijo sino que además fuera sentenciado a una muerte infamante, llena de maldición y oprobio.
Si pudiéramos hacer un gran ejercicio de imaginación podríamos oír la conversación de los dioses que ha habido a través de la historia, en cuanto a la actuación del Dios de Israel, y mucho más en cuanto a la actuación del Dios de los cristianos. Cómo es posible que este Dios que dice ser quien es, sea capaz de poner su mirada en lo insensato, en lo débil, lo necio, lo vil y lo menospreciado (1ª Cor. 1:25-28). Y no solo ha puesto su mirada, sino que además, frente a las palabras del autor de Hebreos en el versículo 38 del capítulo 11 donde dice que “de los cuales el mundo no era digno”, Dios declara abiertamente que no se avergüenza de ser el Dios de ellos.
Si hay algún pensamiento que haya escandalizado más a todas las religiones de todos los tiempos, incluida la cristiana, es la idea de la amistad de Dios con el ser humano expresada en su Hijo: amigo de publicanos, de prostitutas, de pobres, de fracasados, de inmundos, de enfermos, de poseídos. Una amistad que la llevó hasta sus últimas consecuencias porque la piedad creyente no soportaba esa idea de Dios. Por eso nos dice en 12:2 que el Hijo “sufrió la cruz menospreciando la vergüenza” que este acto llevaba implícito, porque Jesús, el Hijo de Dios, muere según los religiosos de su tiempo, condenado por la ley que Dios había establecido. Y frente a este oprobio, Jesús acepta su realidad y se pone en las manos de su Padre para que Él acepte su profundo respeto, tal y como se nos dice en 5:7. Y porque él ha sufrido esta situación, tampoco se avergüenza de llamarnos hermanos, como nos dice el autor en 2:11.
        
3.2 Nos ha preparado casa

Por eso cuando nos acerquemos a Dios, no seamos ingratos despreciando esa amistad al sentirnos indignos de estar delante de suya porque Él no se avergüenza de ti ni de mi. Y la manera en que el autor nos expresa este pensamiento es comunicándonos que nos ha preparado casa.
En el A.T. el encuentro del hombre con Dios se realizaba a través de un lugar santo. Y lo que en un primer momento fue en el Tabernáculo o tienda de reunión, pasó más tarde a ser en el Templo de Jerusalén.
Sin embargo, en el N.T. el proyecto de Dios toma un giro inesperado para los hombres a través de la pasión de Jesús, porque con la resurrección de Jesús el Cristo se ha conquistado la capacidad de que los creyentes seamos acogidos en su cuerpo y ser incorporados en su humanidad glorificada.
Pienso que si se utilizan términos como casa o ciudad, es para que podamos tener una representación gráfica. Son términos referenciales conocidos por nosotros para que sepamos que hay algo más que esta vida terrena. Pero en realidad creo que la vida eterna consiste, no en estar en el cielo, sino en formar parte de la misma esencia del Padre por medio de su Hijo. Ese creo que es nuestro futuro y por eso Dios no se avergüenza de nosotros porque formamos parte de Él. Venimos de Dios y hacia Dios vamos.
¿Qué es la fe? Particularmente no me preocupa. Lo que si me preocupa es que mi fe esté definida por las cosas que le pido y recibo. Quiero que mi fe esté definida por un encuentro y por una relación personal e íntima con el Dios que me ha perdonado en el ofrecimiento que me ha hecho en su Hijo. Quiero que esta relación me lleve a un conocimiento íntimo de su persona y que, como resultado de este conocimiento, tenga un profundo respeto fiándome de Él en la aceptación de mi realidad en el espacio cotidiano o en el espacio de dificultad. Quiero que mi fe se desarrolle en mi relación personal contigo y, juntos, seamos acogidos en el Hijo para formar parte de la plenitud del Padre. Por esto Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios, sino que se siente muy glorificado por la obra que ha realizado.