jueves, 31 de octubre de 2013

El silencio de Dios

Hace algunos años, cuando mi forma de entender la espiritualidad era diferente a como la percibo en los días en que vivo, mis mensajes eran muy distintos. El contenido de mis mensajes era totalmente superficial porque no reflejaban mi realidad. Me sustraía de mis problemas, de mis incertidumbres, de mi rabia con la vida, de mi fragilidad. Ahora es muy distinto. Mis reflexiones forman parte de mi vida, de mi existencia. Por eso, cuando me dicen de hablar me echo a temblar. Porque a través de la reflexión, se abren las ventanas de mi intimidad y me descubro ante vosotros poniendo al descubierto mis pensamientos más secretos. Y eso, como ser humano que soy, me da pánico. Y más cuando tengo que expresaros mis reflexiones acerca de algo tan delicado como el tema que contiene la segunda tentación (Mt. 4:5-7).

No sé si alguna vez os lo habéis planteado, pero decidme ¿quién creéis que podría ser el que principalmente promueve la idea de la inexistencia de Dios?. Si lo analizamos sin dejarnos llevar por el ardor cristiano evangélico ¿ no os parece que podría ser Dios mismo el que promueve esta idea?. Porque si Dios hablara de forma directa, si Dios en lugar de hablarnos a través de la creación nos hablara de forma directa y personal, su palabra no volvería a El vacía (como nos dice Isaías 55:11). Si Dios hablara y actuara como creemos que debería de hacerlo, la humanidad creería en El. ¡Cuántas injusticias se habrían evitado! ¡Cuántas guerras no habrían tenido lugar! ¡Cuántos niños estarían ahora viviendo!. Sin embargo, Dios guarda silencio. Un silencio abrumador, aterrador. Un silencio que nos aturde, que trastoca nuestros esquemas acerca de cómo hablamos del Dios que es amor. Un silencio que nos llena de perplejidad (es posible que ante este silencio hayamos cambiado a Dios por los super-héroes que sí actúan en beneficio de la humanidad. Éstos sí que ponen su poder al servicio de la justicia).

Si nos trasladamos mentalmente al Génesis, vemos que como consecuencia de la desobediencia del hombre y la mujer, éstos son expulsados del Edén para que formen parte integral del orden establecido en la creación natural. Y la existencia que el ser humano iba a desarrollar en el Edén, la tiene ahora que vivir en un entorno hostil donde la incertidumbre, la enfermedad, el miedo, e incluso la misma muerte, merodean noche y día alrededor de él. Y en este nuevo orden de cosas en las que el ser humano tiene que desarrollar su existencia, Dios guarda silencio, no porque no pueda hablar, sino porque El ha determinado no actuar y deja que el ser humano se enfrente a su propio destino.
No obstante, Dios en su gracia y misericordia, escoge a un pueblo para dar a conocer su nombre entre las naciones. Y esta relación que Dios mantiene con su pueblo se desarrolla bajo la consigna de bendición y maldición. Bendición si hay obediencia y maldición si hay desobediencia.


Con el paso del tiempo, esta consigna se fue extrapolando a todas las situaciones concretas de la existencia humana. Y de esta manera, Dios queda obligado a actuar, a no guardar silencio: si eres bueno, Dios te bendice; si eres malo, Dios te maldice. Así pues, es el hombre quién hace hablar a Dios.
Con este pensamiento, Jesús ha sido educado. Y es por esto que Satanás escoge bien su texto, ya que el salmo canta la especial providencia de Dios hacia aquellos que se confían a El. Y como Jesús pertenece a ese pequeño pueblo que confía en que Dios acudirá en medio de la aflicción, Satanás se enfrenta con Jesús en el terreno de la fe, que es el terreno donde realmente se libra la batalla de la tentación. ¿En verdad Dios dice que sostendrá a aquellos que confían en El? Pues échate abajo. Haz que Dios te demuestre su poder.
Con este pensamiento, yo he sido educado. Pero no desde que me convertí, sino que este pensamiento ya venía con la leche materna. Y con este pensamiento, que forma parte de mi ADN, es con el que tengo que enfrentarme cada día desde el terreno de mi fe. Si soy bondadoso, si practico la justicia, si vivo para los demás, si mi entrega es sincera, si… si…si… ¿Por qué Dios no me bendice? ¿Por qué Dios no hace nada para que mi situación cambie? ¿Por qué Dios no hace nada? ¿Por qué ante mi clamor Dios guarda silencio?. Yo me creo mis necesidades y espero que Dios las supla y si no lo hace, me quejo. Y yo me desespero, porque el sentimiento que tengo a veces es que Dios me está tomando el pelo. Me siento engañado como Jeremías. Me encuentro muy solo en las decisiones que tengo que tomar. En los caminos por los cuales tengo que andar. Y esto hace que tenga que soportar las tensiones de mi fe (entendéis ahora por qué no me gusta hablar de mis reflexiones? Al descubrir mis intimidades pensareis que mi fe está debilitada).

Frente a este desconcierto que provoca el silencio de Dios en mi vida, el redactor que escribió las tentaciones, me enseña dos cosas muy interesantes que yo tengo que aprender a valorar y a tener presentes en mi vida en medio de mis circunstancias.
        
1.-  Yo no puedo someter el poder de Dios a mi deseo de que El intervenga para dar solución a mis problemas por el hecho de que soy una persona justa y bondadosa (Quid pro quo).

2.-  Que ante el silencio de Dios debo aprender a sentir un profundo respeto ante ese silencio.


1.-  Me han educado con una idea tan equivocada acerca de cómo es Dios que tengo asumido en mi vida el derecho de que Dios actúe en favor de mí. A mí me cuesta creer en un Dios que no soluciona mis problemas cuándo y cómo quiero. Dios tiene la obligación de atender a mis necesidades porque sus promesas son fieles y verdaderas. Y para ello estructuro mi pensamiento de tal forma que el resultado de la ecuación siempre es el mismo: Dios me tiene que bendecir porque soy un hijo bueno. Si no lo hace es porque algo malo he debido hacer (“quién pecó, éste o sus padres” Juan 9:2). Y cuando miro mí alrededor y veo cómo a otros les va bien la “teología de la prosperidad”, se cierne sobre mí el complejo de “patito feo”. En esos momentos me cuestiono la fe. Pero la fe no tiene nada que ver con la respuesta que Dios me da, sino con la respuesta que yo le doy a Dios en medio de mis conflictos.

Y la respuesta que Jesús da al Padre no se encuentra condicionada al cuidado y sostén que El debía tener sobre su persona. En ningún momento él cuestiona su ministerio en función de si el Padre lo va a proclamar como Señor y Rey de Israel, de si el Padre lo iba a liberar de todo mal, sino que él hace lo que tiene que hacer y punto. La respuesta de Jesús no está fundamentada en que Dios lo va a liberar de todo mal, sino en que Dios si quiere, puede actuar con poder en favor de él. Jesús no actúa movido por la recompensa sino por la misericordia hacia el desvalido, el pobre, el necesitado. Y si el Padre no quiere librarlo de tener que beber esa copa, no por eso va a pensar que ha fracasado como hijo, sino que lleva a cabo su labor desde la angustia, desde el sufrimiento, desde el dolor, y sobre todo desde el respeto ante el silencio de su Padre en el desarrollo de su existencia vital.

2.-  Observando a Jesús desde un punto de vista de no creyente, diría de él que es un pobre visionario con pretensiones mesiánicas al que Dios le tomó el pelo permitiéndole que se estrellara contra el muro del fracaso. Pero el punto de vista del redactor de las tentaciones es muy diferente. La lectura que él hace de la vida de Jesús es la de un hombre que antes de iniciar su ministerio, tuvo que pasar por esta situación para hacer una declaración de intenciones. Y esta declaración lo va a acompañar durante su ministerio.
Si observamos bien el enfrentamiento que Jesús mantiene con Satanás, éste escoge un texto ideal para hacer reflexionar a Jesús de que el poder de Dios está a su servicio porque Dios está obligado en el sostenimiento y cuidado de sus justos. Haz lo que te digo y verás como Dios responde. Y esta actuación del poder de Dios te acompañará en el desarrollo de tu ministerio.
Pero frente al texto de Satanás, Jesús también escoge el texto ideal para responderle (Dt. 6:16) que a la vez nos remite a Ex. 17:1-7 donde se da la explicación de lo que Jesús quiere transmitir a Satanás.


         Dios había demostrado su poder: salida de Egipto; maná.
        
Tienen sed y no hay agua: exigen a Dios el agua.
        
La pregunta final es interesante: ¿está Jehová entre nosotros o no?
        
El pueblo debería haber mostrado respeto a Dios.

¿Acaso tenía Jesús que exigirle a Dios que mostrara su poder para sentir que Dios estaba con él? Jesús se conforma con el silencio de Dios en su devenir diario porque él siente un profundo respeto hacia su Padre. Pero mostrar respeto hacia ese silencio no implica tener que justificar a Dios pensando en cosas como que Dios tiene un propósito, Dios sabe todas las cosas, ya verás como Dios te mostrará su poder. Nos escandaliza tanto el silencio de Dios que no nos importa ir cambiando esa imagen por otra que nosotros nos fabricamos. En este sentido, Jesús irrumpe en las estructuras del pensamiento religioso para ir mostrando la verdadera imagen del Padre.
Y desde esa manera de entender al Padre, nos enseña que el respeto al silencio de Dios no se realiza desde la comprobación del poder de Dios sino desde la angustia, desde la incertidumbre, desde el sufrimiento, no esperando que Dios actúe y nos libere, sino simplemente confiando que Dios está presente en medio de nuestras miserias.
Unas miserias que tenemos que soportar porque hemos sido condenados a tener que vivir en esta jungla donde estamos expuestos a que nos ocurra todo tipo de vicisitudes por la misma acción de la vida, que no debemos confundir con la acción de Dios: todo lo que nos ocurre, sucede en y por el círculo de la vida. Ante esto yo suelo pensar que la vida reparte sus cartas y a unos les toca póker, a otros un trío, a otros una pareja, y a muchos, como a mí, no les toca nada. Pero lo importante no es lo que te toque, sino cuál es tu respuesta ante las cartas que te han tocado. Este es el inicio del camino hacia el respeto al silencio de Dios.