lunes, 18 de octubre de 2010

SI QUIERES GANAR TU VIDA, LA PERDERAS

No sé a cuento de qué, pero un buen dia comencé a pensar en la cantidad de personas que han habido y hay, que han alcanzado la fama y la gloria gracias al evangelio. Por supuesto no me refiero a aquellas que han sido reconocidas por su buen hacer en su vida dedicada a los demás, sino más bien mi reflexión fué para aquellos que por su buena palabra en la comunicación permitieron que la luz cegadora de la fama y del reconocimiento hizo que se desviaran por atajos que solo conducen a las palabras de Jesús en los evangelios: "puesto que recibísteis honra y fama aqui abajo, no la espereis arriba".
Me encantaría ser un experto en lenguaje para poder enumerar todos los encantos de la persona de Jesús y de su servicio y entrega al ser humano, pero como no lo soy, mi pobre reflexión quiero dedicarla a cómo él gestionó en su vida el reconocimiento y la gloria. De cómo él supo administrar la trayectoria de su vida para no dejarse cegar por las luces de neón que la mayoría de las veces llegan a fascinar a aquellos que, por una razón u otra, tienen seguidores.
Lo primero que me llama la atención de Jesús es la forma en la que supo vivir dentro del anonimato; de tal forma que lo que conocían de él es que era el "hijo del carpintero". Jesús es ese mesías oculto que con tanta frecuencia nos presenta el evangelio, pero no porque no mereciera el reconocimiento o la honra por parte del pueblo, y de ésto dan fe los varios relatos en los que la gente quiso honrarle, sino que sale de él el retirarse de las masas para llevar una vida en el más completo anonimato. Por sus milagros, por su enseñanza, sus palabras, sus enfrentamientos con los líderes religiosos, podría haberse aprovechado, con toda legitimidad, del ansia de las masas de proclamarle su lider indiscutible. Pero ese no era el camino de Jesús. Su camino era el del anonimato. Esta fue su opción.
Desde esta perspectiva del anonimato, fue normal que Jesús tuviera que soportar el peso de vivir desde la marginalidad. El no quiso entrar en el juego social de la popularidad y, por lo tanto, el pueblo lo relegó a la marginación. ¿Quién quiere saber algo de alguien que no le apetece ser honrado, que desprecia la fama y la gloria?. Son pocos los que se atreven a contactar con él, y si lo hacen, es a escondidas o de noche, para no soportar el crítica popular por juntarse con alguien que no acepta los esquemas sociales establecidos. ¿Quién es éste que se atreve a hablar en el nombre de Dios, que echa a los demonios o que perdona los pecados? se pregunta la gente pero no con el afán de saber, sino de forma despectiva. Si Jesús no acepta las normas establecidas, tampoco ellos aceptan su autoridad. El precio a pagar por aquellos que contrarían a la sociedad es el de la más absoluta marginación.
Si la opción de Jesús es vivir en el anonimato y eso lleva consigo el tener que soportar el peso de la marginalidad, la pregunta es: ¿Cómo un hombre puede convivir con esta realidad? ¿Qué es lo que hace que un hombre como Jesús soporte esta situación y siga adelante con su vocación de entrega y servicio?. La única respuesta que se me ocurre es que hay que tener una conciencia muy clara y firme de quién es uno. Es fundamental, en estos casos, tener una identidad fuerte. En este sentido podemos decir que Jesús debió tener una conciencia muy clara de quién era él y cuál era el sentido de su vida. Es por ello que Jesús debió prepararse muy bien mental y psicológicamente para llevar a cabo su misión, ya que su vocación llevaba implícito vivir en el anonimato y la marginalidad para no depender de nada ni de nadie (salvo su Dios). Desde esta posición se pudo enfrentar a los esquemas establecidos, a los líderes religiosos, a los políticos, a la riqueza, porque Jesús no tenía nada que perder, solo su vida y eso fué lo que le costó llevar a cabo su ministerio. Desde esta posición la verdad nos hace exclusivamente libres.
Así las cosas, deberíamos plantearnos si es necesario en nuestra existencia cristiana seguir teniendo como modelo el liderazgo de Jesús. Si soy sincero, yo no necesito que un lider así me dé lecciones de cómo ejercer mi liderazgo frente a los demás, ya sea una comunidad, entidad u organización cristiana. De acuerdo con los esquemas evaluables de cómo ejercer un buen liderazgo, Jesús no tiene nada que hacer. Por lo tanto, no entiendo cómo en todos los manuales de liderazgo, en todos los seminarios o escuelas bíblicas, se nos pone a Jesús como el referente de cómo ejercer un liderazgo correcto. !!!Esto es inaudito!!! Cómo va a competir Jesús con los grandes oradores, con los grandes maestros, con aquellos que son reconocidos públicamente y que gracias a su gestión y a su buen hacer cuentan con un sinfín de seguidores. Qué tiene que decirnos a nosotros Jesús, que solo tuvo doce seguidores. Qué tiene que enseñarnos a nosotros Jesús, que como mucho consiguió que solo las prostitutas, los pobres, los marginados, los leprosos, los deshauciados, todos los que son despreciados por la sociedad, oyeran sus palabras y fueran consolados.
Por lo que a mi respecta, espero que tú, Jesús, sigas siendo mi gran maestro, para que día a día vaya aprendiendo en qué consiste aquello que fue el lema de tu existencia: perder la vida para ganar la vida.

jueves, 14 de octubre de 2010

CARTAS A DIOS - 4 -

Esta tarde me he indignado. Y como todo bicho viviente que se precia de ser humano, me he indignado porque tengo toda la razón del mundo. La persona con la que hablaba se empeñaba férreamente en convencerme de que cuando alguien pasa por situaciones que nosotros catalogamos como "de crisis" tenemos que esperar siempre de Tí un "para qué". Como Tú tienes siempre un propósito con las pruebas que nos mandas, pues tenemos que preguntarte para qué, qué propósito tienes Tú, qué es lo que quieres que aprendamos. Esta "declaración de fe" es lo que me ha confundido y provocado la indignación, porque la verdad, Dios, es que cuando estoy bastante apuradillo, de mi no sale preguntarte "para qué" estoy pasando esta situación y, en cambio, sí que sale de mis entrañas preguntarte "por qué" me está pasando esto a mi y no a otro.
Desde los tiempos antiguos, siempre que tus siervos han pasado por experiencias de conflicto interno o externo, no solo sus corazones se han quebrado sino también sus gargantas al preguntarte "por qué". A diferencia de cómo nosotros percibimos y gestionamos la espiritualidad, tus siervos supieron entender que no pasaba nada si abrían sus corazones a Ti y dejaban aflorar sus sentimientos, incluidos los de rabia y resignación. La verdad, Dios, es que ni tu mismo Hijo pudo sustraerse a esta muestra de sinceridad cuando en medio del drama de la cruz te preguntó "por qué me has abandonado".
En nuestro contexto evangélico, por la educación que hemos recibido, parece ser Dios que puede resultar una osadía muy grande hacerte esta pregunta. Esto podría parecer cierto si lo hago desde la soberbia, pero no es así en el caso de tus siervos y muy especialmente en el de tu Hijo, ya que si él abre su corazón delante de Ti, lo hace desde el más profundo respeto a tu voluntad. Este sometimiento a tu palabra desde la libertad de poder expresar sus más profundos sentimientos de incomprensión, soledad y abandono, es lo que más me provoca a emplazarme a mí mismo a ser capaz de sentir el mismo respeto hacia tu palabra.
Es posible, Dios, que la pregunta adecuada sea "para qué" y algún dia tenga que hacertela, pero mientras sea humano, por descontado que te preguntaré "por qué" tratando que sea desde el respeto a tu voluntad.