martes, 17 de julio de 2018

Reflexiones sobre la fe (primera parte)


Existen conceptos que por estar abiertos a muchos usos no soportan una definición concreta. Conceptos, como por ejemplo amor, verdad, felicidad, son tan amplios y se pueden usar de tantas maneras y en tantos contextos, que entran dentro de la subjetividad y solo cobran objetividad si van acompañadas, en su uso, de una expresión que nos haga ver en qué consiste. 
Dentro de estos conceptos hay uno que es del que quiero reflexionar, que tampoco soporta una definición pero que nosotros tan ricamente definimos porque nos han dicho que en Hebreos 11:1 se da una definición. Como ya habéis adivinado, este concepto es la fe. 
Decíamos que la fe es muy difícil encajarla en una definición y ni siquiera la Biblia se ha puesto a dar una definición de la fe, aunque nosotros creamos que la frase de Hebreos 11:1 da una definición de la misma. Según las investigaciones de los expertos, lo que el autor de Hebreos escribe en el capítulo 11 no representa una definición y dicen que esta frase, tan difícil de traducir, debe traducirse más o menos de esta manera: “la fe comunica a aquello que esperamos la completa seguridad de su realización futura; y a aquello que no vemos la completa seguridad de una prueba”. Nos transmite la plena seguridad de aquello que esperamos y no vemos pero no nos dice en qué consiste. Pero si bien no podemos definir lo que es la fe, si podemos reflexionar acerca de ella y analizar con qué tiene que ver. Y en este sentido podemos decir que la fe tiene que ver con la capacidad que Dios nos otorga para dar una respuesta positiva a su revelación, porque solo a través de la fe podemos tener por verdadero aquello que Dios ha revelado.

-         Tener por verdadero
-         Aquello que Dios ha revelado

Por eso el núcleo principal de nuestra actitud creyente debe radicar en: el encuentro con el Dios que se revela y en la respuesta que da el hombre frente a esa revelación. Si Dios se ha revelado al hombre es porque ha salido a su encuentro para transmitirle quién es Él, cómo es Él y qué quiere de su creatura. Por lo tanto, si Dios ha salido al encuentro del hombre para revelarse a él, es para que éste se sienta requerido existencialmente por Dios y se decida, por la fe, a favor de ese requerimiento fiándose completamente de su persona.
Y a través de estas reflexiones vamos a tratar de desarrollar principalmente estos dos temas que tienen que ver con la fe. En primer lugar hablaremos sobre el encuentro y más adelante trataremos sobre el tema de la respuesta.
Y básicamente hablaremos de cómo esta fe que es la capacidad que Dios nos ofrece para fiarnos de Él:

·        Nace del encuentro
·        Se alimenta de la relación
·        Se manifiesta en la acción

Una acción que se proyecta a través de la respuesta

·        Una respuesta que debe formar parte de nuestro recorrido vital

-         Ya sea en un espacio de dificultad
-         Ya sea en un espacio de cotidianidad

·        Y cómo Dios responde a nuestra fe

1.-  Nace del encuentro

A través de la historia de la salvación se pone de manifiesto que la fe bíblica se apoya en un Dios que es infinitamente más grande y poderoso que el hombre, y en quien éste puede encontrar apoyo y socorro en todo momento. Una fe en la que se da la paradoja que Pablo, hablando de Abraham, nos presenta en Rom. 4:18 en cuanto a que él “creyó en esperanza contra toda esperanza” es decir que él creyó contra toda esperanza humana y en virtud de una esperanza divina. Es decir que Dios supera la realidad impuesta en el tiempo y espacio.
Y, como todos podemos suponer, si la fe bíblica se apoya en un Dios grande y poderoso es porque este Dios se ha dado a conocer al hombre y se ha mostrado como es. Dios sale al encuentro del hombre y a partir de ese encuentro el hombre puede empezar a conocer a ese Dios no solo en la expresión de su poder y gloria sino también en la expresión de su amor, porque toda acción poderosa que surge de la palabra de Dios es portadora de gestos cariñosos hacia su pueblo donde se pone de manifiesto el cuidado protector que tiene con ellos. Por esto podemos afirmar que el pueblo conoce a Dios por la historia, porque es a través de ella cómo Dios empieza a darse a conocer a su pueblo. Una historia que tiene su comienzo en el clan de Abraham y acaba en la formación del estado de Israel con la salida de Egipto, donde ya se encuentra asentada la existencia de Dios.
Esto quiere decir que si bien la fe desde un principio fue un doblegarse bajo el misterio inconcebible de Dios, a través de la historia esa fe se expresa como una relación viva con Dios. Una relación que va en aumento conforme Dios va saliendo al encuentro del pueblo y asentando su presencia en medio de él de forma progresiva a través del arca, el tabernáculo y el templo. Por eso esa presencia progresiva de Dios en medio del pueblo nos lleva a considerar la fe no como un salto al vacío, sino como la confirmación del conocimiento de Dios.
Y como quiera que el encuentro de Dios con el hombre no se agota en la misma historia, esa presencia llega a su plenitud cuando el Logos de Dios, llegado el cumplimiento del tiempo y en un espacio concreto, se hace carne y habita entre nosotros. A partir de esta presencia, la fe ya no la podemos concebir como un acto particular desde donde podemos apelar al socorro que viene de las alturas, sino que la tenemos que concebir como una relación con Dios y con su Hijo. La fe nos introduce en un espacio de amistad donde podemos experimentar un conocimiento siempre nuevo de nuestro Padre.
Nos fiamos de Dios porque le conocemos y sabemos de su poder y grandeza, porque somos capaces de comprender y conocer su amor. Nos fiamos porque como dice Pablo en 2ª Tim. 1:12: “yo sé de quién me he fiado”.

2.- Se alimenta de la relación

Por lo tanto, si decidimos que la fe sea un estado total de unión con Dios, una relación permanente de amistad con Él, ese estado debe estar siempre renovándose. Por esto, si la fe nace del encuentro con nuestro Dios, debe alimentarse a través de una relación permanente con Él. Porque la calidad de la fe nunca se impone sino que se va nutriendo y creciendo de nuestra experiencia vital con Dios a nivel personal y comunitario.

         2.1 A nivel personal

A nivel personal se nos ha abierto la posibilidad de poder entrar con confianza ante el trono de la gracia para hablar de nuestras debilidades y necesidades, porque para eso traspasó los cielos Jesús, el Hijo de Dios. Y al entrar podemos desarrollar lo que hemos dado en llamar la oración, que no es otra cosa que nuestra respuesta a la oferta de relación que el Padre nos hace a través de su Hijo. Una respuesta que se da en el marco no solo del encuentro sino también en el de la relación. Dicho de otra manera y de forma coloquial, la oración no es otra cosa que “tomar un café con Dios” donde dos personas que se encuentran dialogan desde un ambiente de amistad y se enriquecen mutuamente.
 Es lamentable que a día de hoy, todavía no hayamos aprendido nada de la riqueza de la práctica de la oración porque nuestra fe se alimenta solamente de la respuesta positiva a nuestras necesidades. Y esa actitud solo nos conduce a la frustración y a una pérdida de confianza en Dios.

2.2 A nivel comunitario

Pero no solo a nivel personal debemos alimentar nuestra fe mediante la relación con Dios, sino también, y muy importante, es necesario que lo hagamos a nivel comunitario. Es decir que, de la misma manera que yo me relaciono con Dios a nivel personal, también debo hacerlo a nivel comunitario. Pero esto hay que hacerlo a la luz de un planteamiento serio con respecto a dos cuestiones muy importantes.

En primer lugar: ¿Quién eres tú para mi?
Porque la Biblia está llena de referencias que nos alertan de la necesidad de vivir en un espacio comunitario donde podamos desarrollar nuestra fe, donde podamos perfeccionar nuestro conocimiento del Hijo. Porque la idea de Dios es que juntos lleguemos a alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo como nos dice Pablo en Efesios 4.
¿Quién eres tú para mi? Eres el objeto de mi fe porque yo no puedo desarrollarme como nuevo hombre en Cristo si no entiendo que todo lo que soy o puedo llegar a ser es para ponerlo a disposición del otro.

En segundo lugar:¿Qué hago yo aquí?
Y para contestar esta pregunta tendríamos que redefinir nuestro concepto de culto comunitario, tendríamos que plantearnos cuáles son nuestros postulados cultuales. Porque con el paso del tiempo es muy fácil entrar en el terreno de la tradición, en la tiranía de la liturgia, en el pensamiento placentero del deber cumplido. Al final entramos todos en el estado de sopor resultado de una comida suculenta.
Unos pueden pensar que vamos al culto a cantar, otros que vamos solo a adorar, otros simplemente porque se lo pasan bien. Todos tenemos un motivo para ir al culto, porque nadie va obligado, y todos los motivos valen. Pero que mejor motivo para ir al culto porque estoy deseando verte, abrazarte, hablar contigo. Porque en mi encuentro y relación con Dios he estado también relacionado contigo. Tengo ganas de verte porque eres el único referente vital que tengo de la gracia y misericordia de Dios porque tú eres la expresión más cercana que tengo de que Dios es bueno.

         2.3  Desarrollo de la fe

Después de todo lo reflexionado acerca de la fe, solo me resta deciros, y esto lo dejo para vuestra reflexión porque es decisión de cada uno, que la fe si tiene un nacimiento del encuentro con Dios y se alimenta de la relación con Dios, debe tener un desarrollo porque con la fe se inicia el proceso del discernimiento. Muchas veces y de muchas maneras, Dios nos ha hablado de la necesidad de crecer y madurar en nuestra relación con Él y con aquellos que nos rodean y sería un acto anti-divino el no hacerlo. Porque de la misma manera que sería un acto anti-natural el que no creciéramos  y maduráramos en nuestra vida, así sería también el no hacerlo en la nueva humanidad que se nos ha dado en Cristo Jesús.

Reflexiones sobre la fe (segunda parte)


En la reflexión anterior decíamos que si bien la fe no acepta fácilmente una definición, sí podemos ubicarla y saber con qué tiene que ver. Y decíamos que la fe tiene que ver con aquella capacidad que Dios nos ofrece para dar una respuesta positiva a su revelación. Y en lo que decíamos hay tres palabras importantes en las que tenemos que poner el foco de atención: ofrecimiento, respuesta y revelación. Si es una capacidad que Dios nos ofrece es que la fe tiene su origen en Dios, procede de Él. El término revelación nos indica que Dios sale a nuestro encuentro donde el hombre es requerido existencialmente por Dios a conocerle y tener relación con Él para que nuestra fe se desarrolle en su conocimiento. Y ante esa oferta generosa por parte de Dios a conocerle y mantener una estrecha relación con Él, el hombre debe decidir si responde positivamente o no a ese requerimiento. Por eso la fe, que nace del encuentro con Dios y se alimenta de la relación con su persona, debe manifestarse en una acción que no deja de ser una respuesta. Y esa respuesta es la que establece la diferencia entre aquellos que tienen fe y la desarrollan o no, la diferencia entre aquellos que agradan a Dios o no porque como ya sabemos: “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Y sería lamentable pertenecer al grupo de aquellos que, a lo mejor habiendo recibido la oferta de Dios en cuanto a la fe, no muestran ningún interés en desarrollarla, porque esto sería el mayor desprecio que se le pueda hacer a Dios, que después de su interés en que le conozcamos, el interés nuestro esté en satisfacer a Dios a través de nuestras ofrendas y sacrificios. Sería lamentable acercarnos a Dios solamente movidos por nuestra tradición, liturgia o solo porque la Biblia lo dice, y no por la pasión de responder a su oferta en cuanto a mantener una relación de amistad con Él.
 Nuestra respuesta suele darse en dos espacios que si bien nosotros separamos, están muy ligados entre sí: Un espacio de cotidianidad y un espacio de dificultad. Dos espacios que, según observo, se encuentran bien explicitados en el capítulo 11 de Hebreos. Por un lado hace referencia a una serie de personajes, que la mayoría son identificados con nombre y apellidos por la importancia que tuvieron en el desarrollo de la historia de Israel, que expresan su fe en su experiencia vital. En aquellas decisiones que tienen que tomar con respecto a Dios y con las que van conformando su existencia. Una existencia que se va desarrollando bajo el signo de la confianza en Dios. Y por otro lado, hace referencia a otra serie de personajes, de los cuales no se menciona el nombre, que expresan su fe en un espacio dramático en el que tienen que experimentar situaciones muy dolorosas que no vienen provocadas por decisiones tomadas sino que le vienen impuestas. Y tanto unos como otros, están relacionados entre sí no por lo que hicieron, sino por la fe. Tanto en unos como en otros la fe formó parte de su recorrido vital, que es lo que le interesa resaltar al autor de Hebreos y no tanto lo que hicieron.
Son muchos los siglos que han pasado desde que estos hombres y mujeres nos hablaron, mediante su testimonio, de su fe. Y a pesar del paso del tiempo y de vivir realidades distintas porque vivimos en espacios distintos, el requerimiento de Dios continua siendo el mismo: “ Fíate de Jehová con todo tu corazón” (Prov. 3:5).

1.-  En el espacio de cotidianidad

En nuestro vivir diario. En nuestro levantar y nuestro acostar. En todos aquellos proyectos que tenemos que acometer en el día a día y en las decisiones que tenemos que tomar, unas más importantes que otras. En nuestra realidad presente la fe debe abarcar toda nuestra existencia porque la fe es la que tiene que definir nuestra nueva humanidad en Cristo Jesús.
Dicho esto así, parece que la mejor forma de vivir es la de no levantarse de la cama y dejar que la vida pase o mejor enterrarla para que no se manche como hizo aquel de la parábola que enterró el dinero que le dio su señor para poder devolvérselo intacto. Dicho esto así, de lo que se trata es de vivir nuestro día a día permitiendo que la fe forme parte de nuestra existencia que no es otra cosa que el conjunto de aciertos y desaciertos, de conflictos y estados de confort, de risas y lágrimas, de malas y buenas noticias, de amigos y enemigos, etc., etc.. Todo esto y más es el conjunto de nuestra existencia y la fe tiene que formar parte de ella. Y no me digas que esto es fácil porque hasta los que menciona Hebreos lo tuvieron muy mal en muchas ocasiones.
Pero si la fe es para vivirla en el día a día ¿cómo podemos vivir esa fe? ¿cómo vivir nuestra realidad y que la fe abarque toda nuestra existencia?. A esta cuestión podemos dar dos respuestas: podemos practicar nuestra fe desde la esclavitud o desde la libertad.
Si lo hacemos desde la esclavitud tendremos la sensación de mantener pura nuestra fe y de que nadie pueda contaminarla. Seremos conocidos como hombres y mujeres de fe, pero si lo hacemos desde la esclavitud nos habremos perdido la oportunidad de vivir la fe, porque habremos dedicado nuestro tiempo y esfuerzo a vivir de acuerdo con la norma, a cumplir con la tradición. Si vivimos nuestra fe desde la esclavitud habremos perdido de vista la esencia de la fe que no es otra que fiarnos de Dios porque le conocemos y nos relacionamos con Él desde la amistad. 
Frente a esto, podemos practicar nuestra fe desde la libertad donde la única norma que se nos impone es la de: “estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). Pero vivir la fe desde la libertad implica que nuestra fe queda expuesta a la duda, a la incertidumbre, y eso nos llevará a tener que vivir muchas situaciones de conflicto que nosotros tendremos que resolver.

2.-  En un espacio de dificultad

Es por eso que la fe también hay que vivirla desde espacios de dificultades que siempre nos acompañan en nuestro vivir. Pero hablar de la fe en espacios de dificultades puede crear en nosotros conflictos espirituales muy serios porque tenemos que resolver las tensiones que esto puede generar. Porque cómo podemos gestionar la fe en situaciones de fracaso, de frustración, de dolor, de paro, de enfermedad, de engaño, etc., etc. Y más cuando le estamos pidiendo a Dios fervientemente que nos libere de esa situación. En situaciones así el pensamiento que asalta nuestra mente es que las palabras del salmista: ”aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno”, es una falacia que como pensamiento para compartir en el culto está muy bien pero no son palabras que cambian mi realidad.
Frente a esta situación, el autor de Hebreos nos propone fijar nuestro pensamiento en aquellos que experimentaron el júbilo de que Dios les saliera al encuentro en su admirable poder y bondad. Personas que lo que tienen en común es que no buscan ser héroes, no buscan publicidad de sus actos, ni siquiera buscan que Dios los libere de los conflictos sino que aceptan la realidad que les ha tocado vivir porque decidieron fiarse de Dios.
Pero entre todos los testigos, hay uno que sobresale a todos, uno al que el autor lo presenta como aquel en el que tenemos que poner nuestra mirada porque él es el “autor y consumador de nuestra fe”. Es decir que él es el principio y el fin de nuestra fe porque en él queda enmarcada la fe y si alguno quiere saber lo que es la fe, solo tiene que leer los evangelios donde Jesús, a través de sus palabras y acciones, nos explica qué es la fe. Porque en su vida la fe queda definida.
Y mientras nosotros sigamos definiendo la fe en función de la respuesta positiva de Dios, la sensación de sentirnos engañados estará consumiéndonos por mucho que nosotros lo disfracemos en que esto es la voluntad de Dios. Por eso, para bien nuestro, debemos aprender a compartir la fe de Jesús. Una fe cimentada en el encuentro y relación con su Padre que le lleva a tener un conocimiento íntimo de su persona y así poder aceptar día a día la realidad que le toca vivir hasta sus últimas consecuencias, y todo desde el mismo requerimiento que se nos hace a nosotros: “fíate de Jehová con todo tu corazón” (Prov. 3:5), y así poder llegar a comprender que nuestro socorro no viene de las nubes, sino del Padre que está a nuestro lado acompañándonos en los espacios de la cotidianidad y en los espacios de las dificultades.

3.-  Cimentar nuestra realidad de futuro

Pero la fe no solo debe formar parte de nuestra realidad presente, sino que también debe cimentar nuestra realidad de futuro. Porque por la fe entendemos que Dios no solo está en nuestra realidad presente sino también en nuestra realidad futura. Una realidad que no vemos pero que por la fe anhelamos alcanzar porque, aunque deseamos seguir viviendo, no nos conformamos con esta realidad presente. Esta reflexión la encontramos expresada en dos pensamientos que el autor desarrolla a través de su carta:

-         Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios
-         Nos ha preparado una casa

3.1 Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios

En la carta a los Hebreos el término “vergüenza” está referido a la acción salvífica de Dios. Es decir que Dios no ha sentido ningún oprobio, afrenta o algún pudor que le haya hecho sentir mal por el hecho de llevar a cabo la obra de salvación de su creatura. Una obra que, como todos sabemos, incluyó no solo la encarnación de su Hijo sino que además fuera sentenciado a una muerte infamante, llena de maldición y oprobio.
Si pudiéramos hacer un gran ejercicio de imaginación podríamos oír la conversación de los dioses que ha habido a través de la historia, en cuanto a la actuación del Dios de Israel, y mucho más en cuanto a la actuación del Dios de los cristianos. Cómo es posible que este Dios que dice ser quien es, sea capaz de poner su mirada en lo insensato, en lo débil, lo necio, lo vil y lo menospreciado (1ª Cor. 1:25-28). Y no solo ha puesto su mirada, sino que además, frente a las palabras del autor de Hebreos en el versículo 38 del capítulo 11 donde dice que “de los cuales el mundo no era digno”, Dios declara abiertamente que no se avergüenza de ser el Dios de ellos.
Si hay algún pensamiento que haya escandalizado más a todas las religiones de todos los tiempos, incluida la cristiana, es la idea de la amistad de Dios con el ser humano expresada en su Hijo: amigo de publicanos, de prostitutas, de pobres, de fracasados, de inmundos, de enfermos, de poseídos. Una amistad que la llevó hasta sus últimas consecuencias porque la piedad creyente no soportaba esa idea de Dios. Por eso nos dice en 12:2 que el Hijo “sufrió la cruz menospreciando la vergüenza” que este acto llevaba implícito, porque Jesús, el Hijo de Dios, muere según los religiosos de su tiempo, condenado por la ley que Dios había establecido. Y frente a este oprobio, Jesús acepta su realidad y se pone en las manos de su Padre para que Él acepte su profundo respeto, tal y como se nos dice en 5:7. Y porque él ha sufrido esta situación, tampoco se avergüenza de llamarnos hermanos, como nos dice el autor en 2:11.
        
3.2 Nos ha preparado casa

Por eso cuando nos acerquemos a Dios, no seamos ingratos despreciando esa amistad al sentirnos indignos de estar delante de suya porque Él no se avergüenza de ti ni de mi. Y la manera en que el autor nos expresa este pensamiento es comunicándonos que nos ha preparado casa.
En el A.T. el encuentro del hombre con Dios se realizaba a través de un lugar santo. Y lo que en un primer momento fue en el Tabernáculo o tienda de reunión, pasó más tarde a ser en el Templo de Jerusalén.
Sin embargo, en el N.T. el proyecto de Dios toma un giro inesperado para los hombres a través de la pasión de Jesús, porque con la resurrección de Jesús el Cristo se ha conquistado la capacidad de que los creyentes seamos acogidos en su cuerpo y ser incorporados en su humanidad glorificada.
Pienso que si se utilizan términos como casa o ciudad, es para que podamos tener una representación gráfica. Son términos referenciales conocidos por nosotros para que sepamos que hay algo más que esta vida terrena. Pero en realidad creo que la vida eterna consiste, no en estar en el cielo, sino en formar parte de la misma esencia del Padre por medio de su Hijo. Ese creo que es nuestro futuro y por eso Dios no se avergüenza de nosotros porque formamos parte de Él. Venimos de Dios y hacia Dios vamos.
¿Qué es la fe? Particularmente no me preocupa. Lo que si me preocupa es que mi fe esté definida por las cosas que le pido y recibo. Quiero que mi fe esté definida por un encuentro y por una relación personal e íntima con el Dios que me ha perdonado en el ofrecimiento que me ha hecho en su Hijo. Quiero que esta relación me lleve a un conocimiento íntimo de su persona y que, como resultado de este conocimiento, tenga un profundo respeto fiándome de Él en la aceptación de mi realidad en el espacio cotidiano o en el espacio de dificultad. Quiero que mi fe se desarrolle en mi relación personal contigo y, juntos, seamos acogidos en el Hijo para formar parte de la plenitud del Padre. Por esto Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios, sino que se siente muy glorificado por la obra que ha realizado.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Filipenses 2:1-11 (Tercera parte)


·        Hasta aquí, hemos podido reflexionar en la toma de decisión por parte del Logos en cuanto a encarnarse. Y al llevar a cabo esa decisión se establece la diferencia entre el encarnado y el Padre asumiendo las consecuencias implícitas en esa diferencia entre Dios como esencia divina y el Logos como esencia humana. Pero no solo se produce una diferencia entre el encarnado y el Padre, sino también entre el encarnado y el ser humano. Porque Jesús no se presenta ante los humanos como uno más, sino como verdadero hombre. Como aquel que, a diferencia de los hombres, acepta su condición de humano no despreciando su humanidad pretendiendo querer ser como Dios, a pesar de las tentaciones, sino que se somete, desde su condición de creatura de Dios, a la voluntad de su Padre con un respeto tan profundo que le lleva a humillarse ante los hombres hasta la misma muerte, y muerte de cruz. Por eso la muerte de Jesús no viene como consecuencia de una voluntad de querer ser como Dios, sino todo lo contrario, de un anhelo de obediencia a la voluntad del Padre. Por eso la muerte no podía retener a Jesús.

Por lo tanto, era necesario que el himno de filipenses acabara con la resurrección y exaltación de Jesús para transmitir a la comunidad las implicaciones de este evento. 

1.- ¿Qué implica para Jesús?        Confirmación

·        Si bien la vida de Jesús no se entiende sin su muerte, la muerte no se entiende sin su resurrección. Porque Jesús tenía que morir para ser resucitado para que la resurrección pasara a primer plano como victoria y confirmación definitiva de la vida de Jesús por parte del mismo Dios. Así pues, vida, muerte y resurrección forman un tándem donde cada concepto explica y da sentido al otro. La vida da sentido a la muerte, la muerte da sentido a la resurrección y ésta da sentido a la vida. Y así como la muerte pretendía acabar con la vida de Jesús, la resurrección hace posible que se vuelva a recuperar su vida y le da el valor necesario para ajustarla al principio de la realidad y no del mito. Por eso la resurrección se explica desde la confirmación por parte del mismo Dios de toda la acción de Jesús: sus hechos y sus palabras quedan confirmados. Es decir, toda la actuación de Jesús recibe el beneplácito de Dios. Dios aprueba su actuación. Y con esta aprobación toda religiosidad, piedad, legalidad, por parte de los líderes religiosos, queda relegada al plano de la mentira, de la hipocresía, de la soberbia, y de ahí el obsesivo interés por la ocultación y demostración de la falsedad de la resurrección de Jesús. Porque si Jesús había resucitado, iban a tener que dar muchas explicaciones al pueblo.

·        Pero, lamentablemente para los líderes, la resurrección no quedó relegada al mero símbolo de la tumba vacía, sino que a diferencia de los padres de Israel y de todos aquellos hombres y mujeres piadosos/as que pasaron por el A.T., que murieron y resucitaron para ir al seno de Abraham, el tratamiento que Jesús recibió en su resurrección es totalmente diferente, porque Jesús se presenta ante los suyos y muchas más personas como aquel que estuvo muerto y ha resucitado.

·        Pero este tratamiento no solo queda aquí, sino que se engrandece por la reflexión e interpretación teológica que la comunidad realiza acerca de este hecho y que sobre todo vemos bien detallado en la carta de Hebreos donde se nos presenta a Jesús como superior a los ángeles, a Moisés y a la ley. Es por esto que el apóstol Pablo se suma también a esta reflexión en su carta a los filipenses para resaltar que si bien Jesús respetó al Padre hasta lo sumo, el Padre le exaltó hasta lo sumo y para dejar constancia de esta exaltación le da “un nombre que es sobre todo nombre”: Jesús.

·        ¿Y por qué Jesús si ya se llamaba así?. Estas palabras nos ayudan a entender la naturaleza de esta exaltación. Como bien ya sabemos, lo que no se nombra no existe, porque la función del nombre es enseñar y distinguir la esencia de lo nombrado. Es por esto que, a partir de la resurrección, el nombre de Jesús va a quedar ligado a la misma esencia de Dios. El nombre de Jesús va a quedar como referente universal, por los siglos de los siglos, de cómo y quién es Dios. Reflexionar o hablar de Jesús, es contemplar la misma esencia de Dios al lado del ser humano: en su enfermedad, en su miseria, en su alegría, en su dolor, en su soledad. En definitiva, en su existir.

·        Pero esta reflexión acerca de la confirmación de Dios respecto a la actuación de Jesús, por medio de su resurrección, no nos ha de llevar a una contemplación extática del acontecimiento, sino todo lo contrario. Porque nuestra creencia en la resurrección de Jesús ha de llevarnos también a una confirmación de su vida y, por lo tanto, ese pensamiento ha de constreñirnos a tener el mismo sentimiento que llevó a Jesús al respeto hacia el Padre y a la humillación ante los demás por ejercer ese respeto. 

2.- ¿Qué implica para la fe?      Ratificación

·        Si con la resurrección, Jesús es confirmado en toda su actuación, la fe es ratificada también por este hecho. Es decir, Dios da por valedera y cierta la respuesta de todos los hombres y mujeres que en los tiempos pasados se acercaban a Dios con esta actitud de respeto y humildad. Y qué mejor manera de ratificar la fe que con la actuación de Jesús y su confirmación por parte de Dios. Todo esfuerzo por encontrar otra vía de aprobación por parte de Dios va a resultar infructuosa.

3.- ¿Qué implica para el ser humano?     Aceptación

·        Por eso la resurrección compromete al ser humano en su decisión de aceptar o no el camino establecido por Dios. El reino de los cielos se ha acercado en la persona de Jesús, y con su resurrección, las puertas se han abierto para que todos aquellos que quieran gestionar su existencia bajo los parámetros del respeto y humildad hacia Dios, puedan entrar y comenzar a disfrutar del Dios de Jesús como afirmación de la verdadera humanidad.

4.- ¿Qué implica para la comunidad?     Conocimiento

·        Nada más lejos de la realidad el pensamiento que con Jesús finaliza la revelación de Dios. Todo lo contrario. Con Jesús y su resurrección comienza una nueva etapa de conocimiento del ser de Dios mucho más esclarecedora y enriquecedora. Porque con la resurrección no solo Jesús es confirmado, sino que todos aquellos que creen en él y aceptan su visión de la vida y del ser humano, también son confirmados por Dios. Y esta confirmación nos hace ser receptores de la capacidad de poder ver más allá de nuestra realidad.

·        Existe un término que proviene de la filosofía de los estoicos y epicúreos y que en su día el teólogo W. Pannenberg lo aplicó a la teología, y al hacerlo algunos piensan que fue una de las mejores aportaciones a la teología. Este término es el de “prolepsis”, que viene a significar algo así como “conocimiento anticipado de una realidad futura”. Y este término, desde mi pobre punto de vista, es el que mejor refleja la implicación para la comunidad del hecho de la resurrección. Porque si bien la vida de Jesús es la prolepsis de su muerte y ésta es la prolepsis de su resurrección, la resurrección de Jesús viene a ser la prolepsis de nuestra realidad futura porque nos permite tener un conocimiento anticipado de cuál va a ser esa realidad. Y ese conocimiento nos lleva a exclamar junto con Pablo “¿dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1ª Cor. 15:55).

·        Esta vendría a ser la diferencia que se establece entre el creyente y el “cristiano anónimo”. Que el creyente puede disfrutar ya en el presente de su realidad futura y el “cristiano anónimo” no disfrute de esa visión.

·        Frente a la petición de Pablo a los filipenses: podemos y debemos ser diferentes. Podemos y debemos experimentar la diferencia para tener un sentimiento acogedor para los que están dentro y fuera de la comunidad. Y el sentimiento que hubo en Cristo Jesús nos invita o nos mueve a cambiar para que así sea.

Filipenses 2:1-11 (Segunda parte)


·        Si nos quedáramos solamente con lo que vimos en la introducción, porque el himno que nos presenta Pablo en filipenses se acabara en el v. 7, el pensamiento de la iglesia institucional quedaría justificado porque hasta aquí estaríamos hablando de la encarnación desde el aspecto religioso, el aspecto litúrgico o cultual. Pero el himno continúa y si bien en los versículos anteriores  nos hablaba de La diferencia desde su divinidad, ahora nos va a hablar de su diferencia desde su humanidad. Y esta diferencia viene determinada por dos palabras: humillación y obediencia.

·        Este concepto que tiene Pablo de la encarnación tiene que ver con el cómo se desarrolla esta encarnación y no con el propósito. Porque a veces podemos confundir el concepto. Si bien es cierto que se habla mucho de la humillación y obediencia de Jesús, porque su vida estuvo marcada por estas acciones, tenemos que entender que el propósito del Logos al encarnarse no era mostrarnos su humillación y obediencia para que supiéramos cuáles son los signos del hijo de Dios.

·        Cuando el Logos de Dios decide despojarse de su divinidad y hacerse diferente, es para mostrarse al mundo como el nuevo hombre, como el Hombre con mayúscula, que no se deja convencer ni vencer por el pensamiento de querer ser como Dios, sino que decide, desde su libertad, aceptar su condición de creatura de Dios y vivir bajo el amparo del Altísimo. Y al vivir desde esa aceptación, Jesús puede desarrollar su existencia sin ser esclavo de pasiones, de ideas, de esquemas, de personas, y mostrarse al mundo como el enteramente libre. Y desde esa libertad poder descubrir la existencia del otro, del diferente, para aceptar su responsabilidad con él y servirle. Por eso Jesús puede abandonar la comunidad humana de los piadosos y tratar con los pecadores y delincuentes. Él, como hombre verdadero, como aquel que no renuncia a su humanidad, se muestra como el diferente, el que no actúa como los demás, como aquel que tiene otros valores, otra visión de la vida. Por eso puede abrirse a los demás y acoger a todos los que quieran ser atendidos en sus necesidades. Y si en su abandono de su estado divino se convierte en el anti divino, ahora en su actuación, se convierte en el anti humano. Porque él es diferente a los demás. Su respuesta es diferente. Y al mostrarse diferente, Jesús acepta la humillación y obediencia que su comportamiento frente a los demás lleva implícito.

·        Humillación porque la decisión de ser hombre y vivir como hombre en el contexto existencial de la sociedad humana lleva implícito el pensar, actuar, hablar y sentir de forma diferente a como lo hacen los demás. Lógicamente, la comunidad que le rodea no soporta esta actitud de Jesús y se enfrenta a él de forma violenta tratando de desacreditarle. Por eso buscan su continua humillación despreciándole, rechazándole, tentándole y al final llegar hasta su propio asesinato político-religioso. Jesús no busca la humillación, la soporta por su firme decisión de vivir íntegramente como verdadero hombre en su plenitud.

·        Obediencia no en el sentido de cumplir la voluntad de quien manda, o una obediencia debida en la que uno se ve sometido a realizar algo que no le gusta pero tiene que hacerlo porque lo manda el superior jerárquico. Es obediencia que surge del profundo respeto que Jesús tiene por su Dios que le envía a mostrarse, a pesar del rechazo y de la humillación, a comportarse como un verdadero hombre en medio de aquellos que le rodean. Respeto a su Padre al tomar la responsabilidad de ser y vivir como hombre y asumir las consecuencias que conlleva ese respeto. Jesús soporta el desprecio, el rechazo, la mentira, la falsa piedad, la arrogancia, etc., en nombre de su humanidad.

·        Esta humillación y obediencia de Jesús se convirtieron en el modelo de la actitud y disposición de todos aquellos que, formando parte o no de la comunidad cristiana, asumen el compromiso de vivir como auténticos seres humanos y, desde su singularidad, acogen al diferente no tan solo para darle la dignidad que merece sino porque es un ser humano. Porque este comportamiento no es patrimonio de los cristianos, sino también de todos aquellos que, sin creer en Jesús, viven entregados a los demás y, sin saberlo, se convierte en “cristianos anónimos”. Porque no podemos desasociar la creencia en Jesús de su entrega al ser humano; por lo tanto, si creo en Jesús acepto su entrega y la tomo como modelo, pero si no creo en Jesús pero mi vida es un compromiso de vivir entregado al ser humano, estoy creyendo en Jesús aunque por alguna circunstancia me haya llevado a no creer en él.

·        Ese profundo respeto de Jesús hacia el Padre fue una constante en su vida. De tal forma que en ningún momento se pudo apreciar en él ni un ápice de menosprecio hacia su humanidad deseando “ser como Dios” y eso que él tenía todo el derecho a desearlo. Sin embargo, él continuó firme en su deseo y esto le llevó a la muerte. Así pues podemos ver que tanto humillación como obediencia y muerte, no forman parte del propósito inicial sino consecuencias del propósito inicial, que no fue otro que hacerse diferente para acoger al diferente.

·        Fue tal su compromiso en la demostración de su humanidad, en mostrarse a todos como verdadero hombre, que vive de acuerdo con la voluntad de su Padre, que tuvo que enfrentarse de forma continuada con ese pensamiento que vive enraizado en la mente y corazón del ser humano: querer ser como Dios. Muchos ya habían llegado a la condición de ser como Dios; otros, que son la mayoría, aspiran a serlo. Y Jesús, con su actuación, les muestra que el único camino para llegar a Dios pasa por la aceptación de nuestra humanidad y un respeto hacia el Dios que nos ha creado. Vivir desde esta mentalidad que nos muestra Jesús, es enfrentarse a la soberbia, a la arrogancia, a la prepotencia, de todos aquellos que aspiran a ser como Dios siguiendo sus propios caminos. Es por esto que Jesús tiene que vivir desde la humillación y la obediencia al Padre para poder vivir desde la condición de ser humano. Y al vivir desde este compromiso, nos dice Pablo que le costó la muerte, y añade para recalcar la magnitud del suceso “y muerte de cruz”.
 
·        Y con esta muerte nos encontramos con el hecho más antagónico de toda la vida de Jesús. Porque si bien nos fijamos en los escribas, fariseos y sacerdotes como los que condenan a Jesús, ellos fueron solo el instrumento para llevar a cabo su muerte. Quien realmente condena a Jesús a muerte es la propia ley. Y ¿cómo puede ser que Jesús cumpliera con la ley y fuera la misma ley quien le condenara? Porque la ley que cumple Jesús y le mata es la misma.

·        La muerte de Jesús, al margen de su sentido teológico, legal o religioso, se produce por una sencilla razón: es diferente. Y todo lo que es diferente crea tensión en el ser humano. Y esa diferencia Jesús la proyecta a través de un comportamiento humano que no se ajusta a las reglas sociales (comete actos anti sociales como la atención a los niños, los pobres, las mujeres…) y mucho menos frente a las reglas de los religiosos, manteniendo una actitud totalmente diferente a la de ellos (sábado, leprosos, ritos de purificación, perdón de pecados, prostitutas…). Jesús muestra su verdadera humanidad acogiendo al diferente.

·        ¿Por qué Jesús es diferente? ¿qué es lo que hace que Jesús sea diferente? Porque ni en su corazón ni en su mente alberga el deseo de querer ser como Dios (aunque ha recibido ofertas para tener ese deseo). No es que él busque esto para ser diferente. Porque Jesús ni quiere ni pretende ser diferente. Su única pretensión es mostrar a su gente su humanidad desde el amor a su Padre y al prójimo. Por eso Jesús se acerca a la ley poniendo su mirada únicamente en esos dos principios. Y partiendo de ellos, todo lo demás recibirá el beneplácito del Padre (éste es mi hijo amado…).
En cambio los religiosos tenían otra mirada de la ley. Si ellos ponían todo su empeño en cumplir con la ley, no era por respetar a Dios y al prójimo, sino porque buscaban su propio interés, Qué mejor camino para dar rienda suelta a su anhelo de ser como Dios que cumpliendo la ley. Buscar la piedad y vivir en ella nos llevará a ser como Dios. Eso era usar la ley para cumplir sus propósitos. Manipular la voluntad de Dios.

·        Es por eso que Jesús cumple la ley y al  mismo tiempo la ley lo condena. Por eso Jesús no viene a quitar la ley sino a darle el sentido correcto que no es otro que dar el debido respeto a Dios, respetar mi humanidad y respetar al diferente. Todos los demás actos de mi vida deberán ser analizados o valorados teniendo en cuenta estos parámetros.
           
·        Esta humillación y obediencia de Jesús debería ser el modelo de la actitud, de la disposición que ha de adoptar la comunidad; una comunidad que es constantemente remitida a la realidad de Jesús.

Filipenses 2:1-11 (Primera parte)


·        Dice la RAE que el verbo sentir tiene que ver con el estado afectivo del ánimo. Y lógicamente, este verbo lo relacionamos con los sentimientos, con nuestro hacer, pensar o hablar en función de nuestro estado de ánimo. Es por esto que cuando tomamos decisiones que tienen que ver con nuestra vida cristiana, como el seguimiento, nuestro testimonio, nuestra vida en comunidad, etc., necesitamos que nuestro estado de ánimo se encuentre en cotas elevadas. Por eso es más fácil tomar decisiones  en relación a las cuestiones antes mencionadas si nuestro estado de ánimo se encuentra influenciado por una vida de oración y de lectura de la Biblia. Lógicamente, con aquellos que tienen su estado de ánimo en cotas bajas, no podemos esperar mucho de ellos. Curiosamente, el diccionario teológico nos dice que el verbo sentir (phronéo) tiene que ver también con pensar, juzgar, ser sensato; y el uso que se le daba al sustantivo tenía que ver con el pensamiento, la inteligencia. Es decir, que nuestro sentimiento no debe estar basado solamente en emociones producidas por causas externas e internas sino que además debemos tener, después de un análisis reflexivo, la voluntad firme de experimentar esas sensaciones.
·        Quiero decir con esto que cuando Pablo les dice a los filipenses que “tengan el mismo sentir que Cristo Jesús” no les está diciendo que inflen su estado de ánimo mediante acciones espirituales, sino que tengan un sentimiento basado en la reflexión de la experiencia de Jesús, como prueba de que se puede y se debe vivir de otra manera (Fil. 2:5-11). Pero no sería correcto quedarnos con esta lectura sin que antes leamos los versículos anteriores donde Pablo nos explica el motivo de estas palabras (vv. 1-4). Este es el foco de atención de Pablo. Esta es su preocupación: establecer la diferencia en nuestra convivencia.
·        Y de esta preocupación de Pablo acerca de cómo debe ser la convivencia entre la comunidad de Filipos, surge uno de los textos teológicos más profundos, ricos y quizás de los más comentados. Un texto que, en síntesis, viene a ser un micro relato de la acción de Dios en la humanidad. Un texto que, dicho sea de paso, no fue inspirado por el Espíritu Santo tal y como algunos entienden la inspiración en el sentido de que es el Espíritu el que dicta todo lo que tiene que escribir el autor del libro, porque este texto tenía que ver con un himno que se cantaba en la comunidad (en todo caso el inspirado debió ser el autor del himno).
 
·        Lo primero que pretende resaltar el apóstol Pablo es que lo importante no se encuentra en el hecho de seguir el ejemplo del Hijo en cuanto a realizar lo que él hizo, porque el énfasis no se encuentra en la acción sino en el sentimiento que le llevó a realizar esa actuación. Este sentimiento es el que debe gobernar en nosotros porque la acción es imposible de realizar.  
·        Y en lo primero que nos tenemos que fijar para saber orientar nuestro sentimiento para establecer la diferencia en nuestra vida y en la comunidad es que el Hijo se hace diferente desde su divinidad.
Este hacerse diferente no viene provocado por una actitud sentimentaloide, por una actitud que tiende a la emoción superficial y fácil, sino por un sentimiento que de verdad alberga cariño y ternura hacia el hombre. Un sentimiento que viene provocado por una verdadera compasión por el ser humano y que busca su transformación. Por lo tanto, es un sentimiento que está basado en la firme voluntad de llevar a cabo la encarnación para reconciliar al hombre con Dios y a Dios con el hombre.
·        Y como expresión de ese sentimiento puro y verdadero, ese sentimiento que surge de su libre voluntad, el himno nos dice que el Hijo no consideró ser igual a Dios como algo de que aprovecharse o como algo que podía utilizar en provecho propio, porque el acento recae en algo que es posesión del Hijo y que por lo tanto, es un derecho sobre el que podía disponer con plena libertad.
                                                                                                                                
·        El énfasis está en que el Hijo no se detuvo a analizar con atención su derecho a ser tratado como Dios, no analizó los pros y los contras y no se aferró a esa consideración que nos recuerda al animal cuando caza a su presa y se aferra a ella para no soltarla, sino que desde su libertad optó por despojarse y hacerse diferente. Él no fue abajado sino que se bajó él mismo desde su libertad y espontaneidad.
·        Y al hacerlo, se convirtió en el “anti-divino”. Porque con su toma de decisión rompió con todos los esquemas que el ser humano tenía y podía llegar a tener acerca de la divinidad. Por eso el mensaje del evangelio es de locos.  Para llegar a entender un poco de cómo se llega a esta locura, debéis permitirme la libertad de explicaros mi reflexión sin que en ningún momento pretenda pontificarla. Y para ello debemos remitirnos al libro de los orígenes, al Génesis.
·        A día de hoy, pienso que el propósito de Dios con su creatura es que forme parte de su esencia. El Padre en el Hijo y el Hijo en nosotros; y nosotros formando parte de la Trinidad. De tal forma que, llegados a este punto de la revelación, podríamos decir que el concepto de Trinidad queda cojo porque a la relación de amor entre el Padre, Hijo y Espíritu Santo, le faltaría el fruto de esa relación de amor que sería su creación. Así en lugar de Trinidad tendríamos que hablar de Cuaternidad. Esto se puede comprar y tirarlo a la basura o ni siquiera comprar. Pero lo que sí es cierto en la enseñanza que se nos transmite en el relato del Génesis es que en la relación íntima del hombre con su creador, tiene lugar un acontecimiento que da al traste con esa relación: el hombre se deja controlar por su pensamiento de querer ser como Dios. El hombre comienza a cuestionarse la persona de Dios ¿quién es Dios? ¿qué representa? ¿por qué tengo que someterme a él? ¿por qué yo soy diferente?. Yo quiero ser como Dios porque no acepto ser diferente a Él.
·        Y en esta no aceptación de los atributos o cualidades esenciales de Dios, el hombre no solo está rechazando a su creador sino que también está poniendo en cuestión su lugar como creatura y está rechazando su humanidad porque no acepta ser hombre en esas condiciones: él quiere ser como su creador. A partir de ese momento el hombre y la mujer se ven diferentes (desnudos) y su visión el uno del otro es diferente. Su mirada hacia la creación y de ésta hacia el hombre ha cambiado. A partir de ese momento, la realidad humana se pierde en el caos. El hombre ha dejado de ser hombre y todo lo que le rodea ha dejado de tener sentido para él porque a partir de ese momento su visión del mundo y de los que le rodean va a cambiar debido a que su anhelo de querer ser como Dios va a formar parte de su realidad. Es muy inspirador que en la redacción del Génesis se nos presente como acto seguido de este acontecimiento el asesinato de Abel por parte de Caín por su marcada diferencia con él.
·        Yo no sé cómo hubieran sido los hijos de los primeros seres humanos si no se hubieran dejado llevar por su pasión de ser como Dios, pero una cosa sí sé, que todos nacemos siendo diferentes los unos de los otros, que como se suele decir “cada uno es un mundo”. Y con esa realidad tenemos que vivir, donde como muy bien popularizó Thomas Hobbes (Plautio): “el hombre es el lobo del hombre”.
·        Y desde entonces, el rechazo a lo diferente se ha convertido en el motor que mueve nuestros pensamientos y acciones. Ese motor es el que provoca las guerras, las xenofobias, las aporofobias, los machismos, las fronteras, la explotación, la esclavitud, y un larguísimo etcétera. Y cualquier atisbo que veamos en el otro o en uno mismo de querer imponer nuestra visión de las cosas no representa otra cosa que una proyección de nuestro querer ser como Dios.
·        Así las cosas, la acción de Dios no es otra que recuperar al hombre y, metafóricamente hablando, trasladarlo de nuevo al Edén y el hombre recupere su humanidad y vuelva a su esencia: creatura de Dios. Para ello, Pablo al citar el himno les enseña a los filipenses y a nosotros cómo ha sido creada una nueva situación donde se nos muestra que la historia de Jesús el Cristo no es un hecho aislado e individual, sino un acontecimiento final que determina la vida y la actuación del hombre.
·        Porque este Jesús no es otro que el mismo Logos de Dios que se bajó él mismo de su divinidad desde su libertad y se hizo diferente, se responsabilizó de su diferencia y desde su diferencia mostró un profundo respeto hacia el Padre que lo envió. Un respeto que estuvo siempre presente en las crisis por las que tuvo que pasar Jesús y que sobre todo lo vemos reflejado en la tentación y en la hora de su muerte. En la tentación porque lo que se le está ofreciendo a Jesús es la posibilidad de “ser como Dios” rechazando su humanidad. Y en su muerte porque él sabe que tiene ante sí la posibilidad de salir de esa situación (el Padre puede mandar doce legiones de ángeles) y acabar con todo su sufrimiento.
·        Y en la demostración de su respeto al Padre, desde su diferencia, Jesús se convierte en el prototipo de la nueva humanidad. En él y por él, la creatura de Dios puede volver a recuperar su esencia y completar así el propósito de Dios que no es otro que formar parte de Él. Con Jesús se abre ante el ser humano tal posibilidad, mostrándonos el camino a seguir: para ser como Dios, el Logos de Dios primero se hace como hombre.

domingo, 8 de mayo de 2016

Quién es Dios (1)


“Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?. Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, diciéndome cada día:¿dónde está tu Dios? (Salmo 42:9-10).
¿Dónde está tu Dios? Esta sería la pregunta que constantemente estaría machacando las mentes de los israelitas durante el exilio. ¿Quién es vuestro Dios y qué es lo que hace?. Porque vosotros, que en otro tiempo habéis sentido orgullo de vuestro Dios porque os ha estado guardando del poder de las naciones, sin embargo, ahora estáis desahuciados, estáis huérfanos porque vuestro Dios os ha abandonado al capricho de la historia.

·       La verdad es que la situación del pueblo judío no debía ser muy agradable, porque con la llegada del exilio, se arranca de raíz todo lo genuinamente israelita, provocado por el final de los tres pilares sobre los que descansaba la identidad del pueblo de Yahvé. La tierra, el rey y el templo. Si esto había desaparecido para ellos, hacía difícil la continuidad de la fe israelita, porque para ellos significaba el hundimiento de todas las certezas teológicas del pueblo.
·       Con esta realidad, urgía que aparecieran alternativas para levantar la moral del pueblo y volviera a recuperar el sentimiento de ser pueblo de Dios para no dejarse arrastrar por el proceso de disolución. Y en este sentido, la crisis del exilio colocó a Israel frente a la opción de hallar maneras de definir su identidad. La respuesta a estas alternativas, si bien fueron importantes las aportaciones de los profetas Jeremías y Ezequiel, vinieron de la mano de aquellos que comenzaron a recoger y revisar de forma meticulosa la herencia espiritual de Israel (documentos legales, oráculos proféticos, obras históricas, libros de poesía) y se completaron las grandes recopilaciones que se han dado en llamar el Código Deuteronomista y el Código Sacerdotal, que se juntaron con otros dos ya existentes: el Código Yahvista y el Código Elohista (D,P,J,E). Donde cada código explica aspectos distintos de Dios en su relación con el pueblo.
·       Con estas recopilaciones y la formación de estos códigos lo que se pretende es revitalizar la historia de Yahvé con su pueblo, una historia que espera algo todavía no cumplido y quiere fortalecer la fe esperanzada en la promesa divina. Por este motivo, la exposición de la teología a través de los relatos presentados en los códigos, está basada en el hecho de que Israel tuvo conciencia en todas las épocas de constituir el pueblo de Yahvé y que ve en su Dios como el que no ha sido escogido por el pueblo, sino que Dios mismo se ha constituido en Dios de Israel y lo ha guiado a través de la historia. La enseñanza que se transmite es que el pueblo de Yahvé es siempre un pueblo que, además de esperar que Dios le guíe y lo libre de sus enemigos, aguarda en justicia, la cesación definitiva de la ira divina contra los pecados del pueblo y la consiguiente liberación. Israel debía ser consciente de que, incluso en su muerte, Israel se halla siempre ante Yahvé, el Dios vivo.
·       Por esto, la teología relatada a través de los distintos escritos debía centrar su enseñanza en la respuesta a una pregunta: ¿Quién es Dios? ¿Quién es Yahvé que ha salido al encuentro de Israel?. Y para contestar a esa pregunta, el pensamiento teológico se centra en dos eventos que van a marcar la identidad de Israel como nación y la identidad personal. Estos dos eventos fundamentales en la historia de Israel serán el éxodo y el exilio, dos crisis que van a reflejar en la vida de Israel quién es su Dios. Un Dios que contesta a esa pregunta mediante el encuentro con su pueblo en la liberación y en la deportación.

Éxodo: el alumbramiento de Israel

·       La tradición bíblica afirma que antes del éxodo Israel no es aún pueblo de Dios y que llega a serlo en este acontecimiento. Un acontecimiento que se inicia precisamente en la pregunta que Moisés le hace a Dios: “Si me preguntan ¿quién les digo que eres? (Ex. 3:13-14). Y a partir de ese instante solo se puede hablar de quién es Yahvé observando atentamente cómo se manifiesta, porque la acción es lo que va a definir el nombre. No obstante, este acontecimiento fundacional de Israel se halla estrechamente ligado a otro relato fundacional que se encuentra detallado en el Génesis a través de la historia patriarcal. A través de estos relatos la identidad de Israel es de tipo genealógico. Por eso el israelita se define como descendiente de Abraham, Isaac y Jacob. Con este segundo relato fundacional, la identidad de Israel no va a estar ligada a los lazos de sangre sino que Israel va a reconocerse a sí mismo como elegido por Dios porque va a equivaler como una adopción (Ex. 4:22). Así pues, el éxodo va a constituir la matriz en la que Yahvé engendra a su pueblo. A partir de ahí Israel comienza a confirmar la fe en Dios y esa fe comienza a tener forma porque se adhiere a la existencia de Israel y a su desarrollo como nación. Jehová pasa de ser el Dios de los padres para ser el Dios de ellos, el Dios de Israel, porque no forma parte solo de su pasado sino también de su presente y su futuro. Y con el inicio de la liberación, en ese presente y futuro se va desplegar toda la potencia de Dios.
·       A partir de este evento, la vida del pueblo se tiene que reestructurar porque se van a dar algunos acontecimientos que van a traer sobre Israel un cambio profundo y de consecuencias importante en su proceso histórico. Estos acontecimientos van a tener un denominador común que va a consistir en el ferviente deseo por parte de Dios de acercarse a su pueblo con el fin de que éste tenga acceso a saber quién es su Dios. Para ello, Dios va a proveer al pueblo de la ley, el culto y la tienda de reunión o más conocida como el tabernáculo, y a través de estos acontecimientos favorecer el conocimiento de Dios.

La ley del Sinaí

Uno de los acontecimientos que van a provocar el cambio profundo en la vida de Israel, tiene que ver con la entrega de la ley en el Sinaí. Si Dios se ha escogido un pueblo para tratarlo como hijo, es para hacerlo adulto y libre. Y para permitir que llegue a su madurez, le abre horizontes más amplios y lo conduce a una mayor autonomía mediante la entrega de la ley. Una ley que, si bien tenemos que concederle un valor normativo, sería fundamental también el concederle un valor pedagógico.

Valor normativo

Lo propio de una nación, pertenezca al tiempo que sea, es tener sus propias leyes. Desde el punto de vista político e ideológico, era importante demostrar que Israel tenía sus propias leyes y no dependía de ninguna otra ley que le pudiera aportar otra nación. Ya fuera antes, durante o después del exilio, Israel necesitaba tener su identidad jurídica y poderse mostrar como nación porque tiene sus propias leyes, de las cuales se siente muy orgullosa. Y este orgullo no solo le viene porque considera que su ley es sin parangón, sino porque además las leyes le fueron entregadas al pueblo poco después de la salida de Egipto. Es decir, que son tan antiguas como el mismo pueblo.
Lo característico de las leyes de una nación, es que éstas vengan dadas por el monarca y tengan vigencia en un territorio concreto. En cambio, en el caso de Israel, las leyes por las cuales debían regirse, no vinieron dadas por el monarca, sino por Dios en un tiempo en que todavía no existía la monarquía, ni fueron dadas para una tierra en concreto porque todavía no había llegado a la tierra prometida. Esto quiere decir que la ley de Israel puede sobrevivir a la pérdida de la tierra y a la desaparición de la monarquía. Que aunque vivan en el exilio sin tierra ni monarquía, la ley sigue teniendo vigencia.

 Valor pedagógico

Pero lo más llamativo de la ley, según mi entender, es el valor pedagógico que Dios quiso concederle a esta ley. Una ley que si bien se va a conceder al pueblo ante la falta de un asentamiento del conocimiento de quién es Dios, y a través de ella establecer una normalización de la vocación de Israel, debería haber sido atendida desde la enseñanza que Dios quería provocar a su pueblo: que Dios se daba a conocer.
Este acontecimiento debería haber provocado en el pueblo que el éxodo pasara a un segundo plano y que Israel reconociera a través de la ley que Jehová no es solo el Dios de las grandes gestas, sino que también sabe hacerse cercano al pueblo dándose a conocer expresando quién es Él a través de las normas por las cuales quiere que el pueblo se rija. El pueblo debía saber encajar quién era Dios a través de esas normas.
Si Dios manifiesta su interioridad a través de la ley, es para que ésta se convierta en principio regulador de la libertad adquirida y se mantenga en todo su esplendor. De esta manera, la ley se convierte en el primer paso que Israel tiene que dar para alcanzar el estado de madurez. Un estado que le debía llevar a una interiorización de quién es el Dios que les ha sacado de Egipto. Porque nunca fue el propósito de la ley mantener al pueblo encerrado en un estadio infantil sin poder avanzar en su crecimiento como hijo de Dios, un estadio en el que la pedagogía más correcta es la norma, sino todo lo contrario, porque si Dios se da a conocer es para que el pueblo comience a dar sus primeros pasos hacia el establecimiento de una nación que conoce a su Dios y que manifiesta su carácter a través del ejercicio de la justicia y la misericordia.
Israel debía entender que la ley nunca podía llevar al hombre a un sometimiento, porque Dios no se encuentra sometido a ninguna actividad legalista. La única legalidad por la que Dios se rige es su propia esencia. Y Dios, que en su esencia es el enteramente libre, decide desde su libertad darse a conocer a su pueblo mediante las leyes que le entrega. Este va a ser el primer paso en conocer quién es Dios, hasta llegar a un conocimiento más profundo en la persona de Jesús. En este sentido, podemos decir que la ley nos conduce a él.

El culto

Otro de los acontecimientos importantes que provoca un cambio profundo en la vida de Israel, tiene que ver con el establecimiento del culto.
Si bien el éxodo va a representar el paso de la servidumbre al servicio, también va a representar el paso de la esclavitud de Egipto al culto de Dios en el desierto. Conviene recordar que el culto va a representar una de las expresiones de libertad que el pueblo alcanza, porque no hay que olvidar que la salida de Egipto tiene su origen en la petición de Moisés y Aarón al faraón de tener un espacio de libertad en el desierto donde poder celebrar culto su Dios. Y es a través del establecimiento del culto que Dios se hace cercano a su pueblo dando a conocer su voluntad. Una voluntad que va a ser accesible para todo el pueblo, porque gracias al culto, Israel se va a convertir en un “reino de sacerdotes” donde todo el pueblo está al servicio de su Dios. De esto se deduce que Israel es un reino incluso si no hay rey y se define sacerdotal por su carácter. Por lo tanto, aún en el exilio Israel sigue siendo un reino al servicio de su Dios, tanto a nivel nacional como individual.

El tabernáculo

Y llegamos al tercer acontecimiento importante que provoca un cambio profundo en la vida de Israel. Un acontecimiento que se va a convertir en esencial para la vida del pueblo y que queda expresado en Ex. 40:34-35: “la nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó la morada..." Este acontecimiento tiene que ver con la mismísima presencia de Dios en medio de su pueblo.
En los mitos de la creación en el Oriente antiguo, el relato de la creación se cierra con la construcción de un templo para el dios creador. Este templo viene a ser el palacio que la divinidad viene a ocupar para reinar desde ahí el universo que acaba de crear. En la Biblia el relato de la creación se cierra con el “reposo” de Dios hasta llegar a la construcción de la tienda del encuentro desde donde el creador del universo decide reinar sobre su creación. Dios no espera a que Salomón le construya un santuario hermoso donde habitar en medio de su pueblo, sino que ya en el desierto se une al pueblo para compartir con él las condiciones precarias del viaje. Así pues, el Dios del éxodo, el fuerte, el guerrero, el que causa terror entre las naciones, el que tiene autoridad sobre todo lo creado porque es señor del universo, es el Dios que camina con su pueblo porque habita en medio de ellos para que conozcan como espectadores privilegiados quién es su Dios.

Exilio: el derrumbamiento de Israel

“Así habló Jehová de los ejércitos, diciendo: Juzgad conforme a la verdad, y haced misericordia y piedad cada cual con su hermano; no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre; ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano” (Zac. 7:10). Pero no quisieron escuchar……
Si el éxodo se convierte para el pueblo de Israel en símbolo de libertad, el exilio se va a convertir en un símbolo de esclavitud. Una esclavitud que va a significar el fin de una religión nacional basada sobre la elección del rey y del templo.
 
·       Si bien el propósito de Dios fue establecer acontecimientos que sirvieran para ir efectuando un cambio progresivo en el pueblo, éste no supo entender la enseñanza que contenían dichos acontecimientos. Porque el propósito de Dios no era otro que Israel fuera interiorizando el conocimiento que Dios le proporcionaba acerca de su persona en cuanto a su amor, su generosidad, su cuidado, su respeto, su guía, y sobre todo en cuanto a su pasión por el huérfano, la viuda, el extranjero, el pobre. Es decir, por todos aquellos que por su condición social estaban desahuciados y no eran atendidos por nadie.
·       Lejos de esta realidad, Israel no supo conformar la fe en Dios. No supo acomodar, ajustar, adaptar la fe a la vida, porque Israel perdió toda sensibilidad y compasión hacia el necesitado. Israel no supo administrar el conocimiento de quién era su Dios y por esto no encajó bien la fe en su vida. Una fe que es experimentada por Israel solo en base a los acontecimientos del éxodo y que, por lo tanto, el que tiene que actuar es Dios. Esta reflexión les lleva a tratar a su Dios como un dios más al que deben tener contento con los sacrificios que efectúan con toda vehemencia y solemnidad.
·       No obstante, el exilio va a ser considerado por el profetismo como la matriz de una nueva creación. Una creación que va a representar una nueva identidad para Israel y va a abrir el camino hacia el conocimiento de Dios.

Conclusión

Treinta siglos más tarde, la pregunta de quién es Dios, continúa siendo vigente en la actualidad. Y en los tiempos en que vivimos de tanta confusión religiosa, de tanta crisis espiritual, de tanta desorientación bíblica, de tanta irreflexión teológica, urge que nos replanteemos de nuevo esta pregunta. Pero al hacerlo, procuremos orientarla hacia la comunidad y no hacia aquellos que demandan razón de nuestra fe. Porque una falta de claridad en cuanto a nuestro conocimiento de quién es Dios nos lleva a la idolatría en cuanto a que podemos estar presentando un dios diferente al Dios que se ha revelado.

·       Pero cómo contestar esta pregunta cuando las referencias que tenemos acerca de lo que ha hecho nuestro Dios se remonta a siglos pasados y tienen que ver con experiencias que a nosotros no nos afecta para nada. Porque qué tenemos nosotros que ver con el éxodo, con la ley o con las experiencias que tuvieron los israelitas. Todo lo ocurrido tiene que ver con experiencias vitales para ellos, pero no para nosotros.
·       Sin embargo, detrás de cada experiencia hay una enseñanza acerca de quién es nuestro Dios. Una enseñanza que nos aclara quién es el Dios que confesamos y que decimos tener. Porque lo importante no es el hecho en sí sino la enseñanza que esconde ese hecho y que se nos quiere transmitir. Y en este sentido la enseñanza permanece en el tiempo. La cuestión es si seremos capaces de alcanzar la enseñanza, reflexionar sobre ella y aplicarla a nuestro contexto vital, o bien preferimos quedarnos con el acto de Dios sobre el pueblo de Israel.
·       Dicho esto, deberíamos realizar una lectura diferente de las narraciones bíblicas. Una lectura fresca y renovada que nos lleve a una interiorización más actualizada, con la complicidad del Espíritu, de quién es el Dios que tenemos, y dejemos de lado nuestras preferencias cognitivas acerca del Dios que queremos tener, porque esto podría ser que nos  llevaran a tener experiencias religiosas estimulantes, pero no a la firmeza de nuestra fe en el siglo que vivimos.