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Si nos
quedáramos solamente con lo que vimos en la introducción, porque el himno que
nos presenta Pablo en filipenses se acabara en el v. 7, el pensamiento de la
iglesia institucional quedaría justificado porque hasta aquí estaríamos
hablando de la encarnación desde el aspecto religioso, el aspecto litúrgico o
cultual. Pero el himno continúa y si bien en los versículos anteriores nos hablaba de La diferencia desde su
divinidad, ahora nos va a hablar de su diferencia desde su humanidad. Y esta
diferencia viene determinada por dos palabras: humillación y obediencia.
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Este
concepto que tiene Pablo de la encarnación tiene que ver con el cómo se
desarrolla esta encarnación y no con el propósito. Porque a veces podemos
confundir el concepto. Si bien es cierto que se habla mucho de la humillación y
obediencia de Jesús, porque su vida estuvo marcada por estas acciones, tenemos
que entender que el propósito del Logos al encarnarse no era mostrarnos su
humillación y obediencia para que supiéramos cuáles son los signos del hijo de
Dios.
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Cuando el
Logos de Dios decide despojarse de su divinidad y hacerse diferente, es para
mostrarse al mundo como el nuevo hombre, como el Hombre con mayúscula, que no
se deja convencer ni vencer por el pensamiento de querer ser como Dios, sino
que decide, desde su libertad, aceptar su condición de creatura de Dios y vivir
bajo el amparo del Altísimo. Y al vivir desde esa aceptación, Jesús puede
desarrollar su existencia sin ser esclavo de pasiones, de ideas, de esquemas,
de personas, y mostrarse al mundo como el enteramente libre. Y desde esa
libertad poder descubrir la existencia del otro, del diferente, para aceptar su
responsabilidad con él y servirle. Por eso Jesús puede abandonar la comunidad
humana de los piadosos y tratar con los pecadores y delincuentes. Él, como
hombre verdadero, como aquel que no renuncia a su humanidad, se muestra como el
diferente, el que no actúa como los demás, como aquel que tiene otros valores,
otra visión de la vida. Por eso puede abrirse a los demás y acoger a todos los
que quieran ser atendidos en sus necesidades. Y si en su abandono de su estado
divino se convierte en el anti divino, ahora en su actuación, se convierte en
el anti humano. Porque él es diferente a los demás. Su respuesta es diferente. Y
al mostrarse diferente, Jesús acepta la humillación y obediencia que su
comportamiento frente a los demás lleva implícito.
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Humillación
porque la decisión de ser hombre y vivir como hombre en el contexto existencial
de la sociedad humana lleva implícito el pensar, actuar, hablar y sentir de
forma diferente a como lo hacen los demás. Lógicamente, la comunidad que le
rodea no soporta esta actitud de Jesús y se enfrenta a él de forma violenta
tratando de desacreditarle. Por eso buscan su continua humillación despreciándole,
rechazándole, tentándole y al final llegar hasta su propio asesinato
político-religioso. Jesús no busca la humillación, la soporta por su firme
decisión de vivir íntegramente como verdadero hombre en su plenitud.
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Obediencia
no en el sentido de cumplir la voluntad de quien manda, o una obediencia debida
en la que uno se ve sometido a realizar algo que no le gusta pero tiene que
hacerlo porque lo manda el superior jerárquico. Es obediencia que surge del
profundo respeto que Jesús tiene por su Dios que le envía a mostrarse, a pesar
del rechazo y de la humillación, a comportarse como un verdadero hombre en
medio de aquellos que le rodean. Respeto a su Padre al tomar la responsabilidad
de ser y vivir como hombre y asumir las consecuencias que conlleva ese respeto.
Jesús soporta el desprecio, el rechazo, la mentira, la falsa piedad, la
arrogancia, etc., en nombre de su humanidad.
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Esta
humillación y obediencia de Jesús se convirtieron en el modelo de la actitud y
disposición de todos aquellos que, formando parte o no de la comunidad
cristiana, asumen el compromiso de vivir como auténticos seres humanos y, desde
su singularidad, acogen al diferente no tan solo para darle la dignidad que
merece sino porque es un ser humano. Porque este comportamiento no es
patrimonio de los cristianos, sino también de todos aquellos que, sin creer en
Jesús, viven entregados a los demás y, sin saberlo, se convierte en “cristianos
anónimos”. Porque no podemos desasociar la creencia en Jesús de su entrega al
ser humano; por lo tanto, si creo en Jesús acepto su entrega y la tomo como
modelo, pero si no creo en Jesús pero mi vida es un compromiso de vivir
entregado al ser humano, estoy creyendo en Jesús aunque por alguna
circunstancia me haya llevado a no creer en él.
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Ese
profundo respeto de Jesús hacia el Padre fue una constante en su vida. De tal
forma que en ningún momento se pudo apreciar en él ni un ápice de menosprecio
hacia su humanidad deseando “ser como Dios” y eso que él tenía todo el derecho
a desearlo. Sin embargo, él continuó firme en su deseo y esto le llevó a la
muerte. Así pues podemos ver que tanto humillación como obediencia y muerte, no
forman parte del propósito inicial sino consecuencias del propósito inicial,
que no fue otro que hacerse diferente para acoger al diferente.
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Fue tal
su compromiso en la demostración de su humanidad, en mostrarse a todos como
verdadero hombre, que vive de acuerdo con la voluntad de su Padre, que tuvo que
enfrentarse de forma continuada con ese pensamiento que vive enraizado en la
mente y corazón del ser humano: querer ser como Dios. Muchos ya habían llegado
a la condición de ser como Dios; otros, que son la mayoría, aspiran a serlo. Y
Jesús, con su actuación, les muestra que el único camino para llegar a Dios
pasa por la aceptación de nuestra humanidad y un respeto hacia el Dios que nos
ha creado. Vivir desde esta mentalidad que nos muestra Jesús, es enfrentarse a
la soberbia, a la arrogancia, a la prepotencia, de todos aquellos que aspiran a
ser como Dios siguiendo sus propios caminos. Es por esto que Jesús tiene que
vivir desde la humillación y la obediencia al Padre para poder vivir desde la
condición de ser humano. Y al vivir desde este compromiso, nos dice Pablo que
le costó la muerte, y añade para recalcar la magnitud del suceso “y muerte de
cruz”.
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Y con
esta muerte nos encontramos con el hecho más antagónico de toda la vida de
Jesús. Porque si bien nos fijamos en los escribas, fariseos y sacerdotes como
los que condenan a Jesús, ellos fueron solo el instrumento para llevar a cabo
su muerte. Quien realmente condena a Jesús a muerte es la propia ley. Y ¿cómo
puede ser que Jesús cumpliera con la ley y fuera la misma ley quien le
condenara? Porque la ley que cumple Jesús y le mata es la misma.
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La muerte
de Jesús, al margen de su sentido teológico, legal o religioso, se produce por
una sencilla razón: es diferente. Y todo lo que es diferente crea tensión en el
ser humano. Y esa diferencia Jesús la proyecta a través de un comportamiento
humano que no se ajusta a las reglas sociales (comete actos anti sociales como
la atención a los niños, los pobres, las mujeres…) y mucho menos frente a las
reglas de los religiosos, manteniendo una actitud totalmente diferente a la de
ellos (sábado, leprosos, ritos de purificación, perdón de pecados,
prostitutas…). Jesús muestra su verdadera humanidad acogiendo al diferente.
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¿Por qué
Jesús es diferente? ¿qué es lo que hace que Jesús sea diferente? Porque ni en
su corazón ni en su mente alberga el deseo de querer ser como Dios (aunque ha
recibido ofertas para tener ese deseo). No es que él busque esto para ser
diferente. Porque Jesús ni quiere ni pretende ser diferente. Su única
pretensión es mostrar a su gente su humanidad desde el amor a su Padre y al
prójimo. Por eso Jesús se acerca a la ley poniendo su mirada únicamente en esos
dos principios. Y partiendo de ellos, todo lo demás recibirá el beneplácito del
Padre (éste es mi hijo amado…).
En cambio los religiosos tenían otra mirada de la ley.
Si ellos ponían todo su empeño en cumplir con la ley, no era por respetar a
Dios y al prójimo, sino porque buscaban su propio interés, Qué mejor camino
para dar rienda suelta a su anhelo de ser como Dios que cumpliendo la ley.
Buscar la piedad y vivir en ella nos llevará a ser como Dios. Eso era usar la
ley para cumplir sus propósitos. Manipular la voluntad de Dios.
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Es por
eso que Jesús cumple la ley y al mismo
tiempo la ley lo condena. Por eso Jesús no viene a quitar la ley sino a darle
el sentido correcto que no es otro que dar el debido respeto a Dios, respetar
mi humanidad y respetar al diferente. Todos los demás actos de mi vida deberán
ser analizados o valorados teniendo en cuenta estos parámetros.
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Esta
humillación y obediencia de Jesús debería ser el modelo de la actitud, de la
disposición que ha de adoptar la comunidad; una comunidad que es constantemente
remitida a la realidad de Jesús.
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