En la reflexión anterior decíamos que si bien la fe no acepta
fácilmente una definición, sí podemos ubicarla y saber con qué tiene que ver. Y
decíamos que la fe tiene que ver con aquella capacidad que Dios nos ofrece para
dar una respuesta positiva a su revelación. Y en lo que decíamos hay tres
palabras importantes en las que tenemos que poner el foco de atención:
ofrecimiento, respuesta y revelación. Si es una capacidad que Dios nos ofrece
es que la fe tiene su origen en Dios, procede de Él. El término revelación nos
indica que Dios sale a nuestro encuentro donde el hombre es requerido
existencialmente por Dios a conocerle y tener relación con Él para que nuestra
fe se desarrolle en su conocimiento. Y ante esa oferta generosa por parte de
Dios a conocerle y mantener una estrecha relación con Él, el hombre debe
decidir si responde positivamente o no a ese requerimiento. Por eso la fe, que
nace del encuentro con Dios y se alimenta de la relación con su persona, debe
manifestarse en una acción que no deja de ser una respuesta. Y esa respuesta es
la que establece la diferencia entre aquellos que tienen fe y la desarrollan o
no, la diferencia entre aquellos que agradan a Dios o no porque como ya
sabemos: “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Y sería
lamentable pertenecer al grupo de aquellos que, a lo mejor habiendo recibido la
oferta de Dios en cuanto a la fe, no muestran ningún interés en desarrollarla,
porque esto sería el mayor desprecio que se le pueda hacer a Dios, que después
de su interés en que le conozcamos, el interés nuestro esté en satisfacer a Dios a través de nuestras ofrendas y sacrificios. Sería lamentable
acercarnos a Dios solamente movidos por nuestra tradición, liturgia o solo
porque la Biblia lo dice, y no por la pasión de responder a su oferta en cuanto
a mantener una relación de amistad con Él.
Son muchos los siglos que han pasado desde que estos hombres y mujeres
nos hablaron, mediante su testimonio, de su fe. Y a pesar del paso del tiempo y
de vivir realidades distintas porque vivimos en espacios distintos, el
requerimiento de Dios continua siendo el mismo: “ Fíate de Jehová con todo tu
corazón” (Prov. 3:5).
1.- En el espacio de cotidianidad
En nuestro vivir diario. En nuestro levantar y nuestro acostar. En
todos aquellos proyectos que tenemos que acometer en el día a día y en las decisiones
que tenemos que tomar, unas más importantes que otras. En nuestra realidad
presente la fe debe abarcar toda nuestra existencia porque la fe es la que
tiene que definir nuestra nueva humanidad en Cristo Jesús.
Dicho esto así, parece que la mejor forma de vivir es la de no
levantarse de la cama y dejar que la vida pase o mejor enterrarla para que no
se manche como hizo aquel de la parábola que enterró el dinero que le dio su
señor para poder devolvérselo intacto. Dicho esto así, de lo que se trata es de
vivir nuestro día a día permitiendo que la fe forme parte de nuestra existencia
que no es otra cosa que el conjunto de aciertos y desaciertos, de conflictos y
estados de confort, de risas y lágrimas, de malas y buenas noticias, de amigos
y enemigos, etc., etc.. Todo esto y más es el conjunto de nuestra existencia y
la fe tiene que formar parte de ella. Y no me digas que esto es fácil porque
hasta los que menciona Hebreos lo tuvieron muy mal en muchas ocasiones.
Pero si la fe es para vivirla en el día a día ¿cómo podemos vivir esa
fe? ¿cómo vivir nuestra realidad y que la fe abarque toda nuestra existencia?.
A esta cuestión podemos dar dos respuestas: podemos practicar nuestra fe desde
la esclavitud o desde la libertad.
Si lo hacemos desde la esclavitud tendremos la sensación de mantener
pura nuestra fe y de que nadie pueda contaminarla. Seremos conocidos como
hombres y mujeres de fe, pero si lo hacemos desde la esclavitud nos habremos
perdido la oportunidad de vivir la fe, porque habremos dedicado nuestro tiempo
y esfuerzo a vivir de acuerdo con la norma, a cumplir con la tradición. Si
vivimos nuestra fe desde la esclavitud habremos perdido de vista la esencia de
la fe que no es otra que fiarnos de Dios porque le conocemos y nos relacionamos
con Él desde la amistad.
Frente a esto, podemos practicar
nuestra fe desde la libertad donde la única norma que se nos impone es la de:
“estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). Pero vivir la fe desde
la libertad implica que nuestra fe queda expuesta a la duda, a la
incertidumbre, y eso nos llevará a tener que vivir muchas situaciones de
conflicto que nosotros tendremos que resolver.
2.- En un espacio
de dificultad
Es por eso que la fe también hay que
vivirla desde espacios de dificultades que siempre nos acompañan en nuestro
vivir. Pero hablar de la fe en espacios de dificultades puede crear en nosotros
conflictos espirituales muy serios porque tenemos que resolver las tensiones
que esto puede generar. Porque cómo podemos gestionar la fe en situaciones de
fracaso, de frustración, de dolor, de paro, de enfermedad, de engaño, etc.,
etc. Y más cuando le estamos pidiendo a Dios fervientemente que nos libere de
esa situación. En situaciones así el pensamiento que asalta nuestra mente es
que las palabras del salmista: ”aunque ande en valle de sombra de muerte, no
temeré mal alguno”, es una falacia que como pensamiento para compartir en el
culto está muy bien pero no son palabras que cambian mi realidad.
Frente a esta situación, el autor de
Hebreos nos propone fijar nuestro pensamiento en aquellos que experimentaron el
júbilo de que Dios les saliera al encuentro en su admirable poder y bondad.
Personas que lo que tienen en común es que no buscan ser héroes, no buscan
publicidad de sus actos, ni siquiera buscan que Dios los libere de los
conflictos sino que aceptan la realidad que les ha tocado vivir porque
decidieron fiarse de Dios.
Pero entre todos los testigos, hay
uno que sobresale a todos, uno al que el autor lo presenta como aquel en el que
tenemos que poner nuestra mirada porque él es el “autor y consumador de nuestra
fe”. Es decir que él es el principio y el fin de nuestra fe porque en él queda
enmarcada la fe y si alguno quiere saber lo que es la fe, solo tiene que leer
los evangelios donde Jesús, a través de sus palabras y acciones, nos explica
qué es la fe. Porque en su vida la fe queda definida.
Y mientras nosotros sigamos
definiendo la fe en función de la respuesta positiva de Dios, la sensación de
sentirnos engañados estará consumiéndonos por mucho que nosotros lo disfracemos
en que esto es la voluntad de Dios. Por eso, para bien nuestro, debemos
aprender a compartir la fe de Jesús. Una fe cimentada en el encuentro y
relación con su Padre que le lleva a tener un conocimiento íntimo de su persona
y así poder aceptar día a día la realidad que le toca vivir hasta sus últimas
consecuencias, y todo desde el mismo requerimiento que se nos hace a nosotros:
“fíate de Jehová con todo tu corazón” (Prov. 3:5), y así poder llegar a
comprender que nuestro socorro no viene de las nubes, sino del Padre que está a
nuestro lado acompañándonos en los espacios de la cotidianidad y en los
espacios de las dificultades.
3.- Cimentar
nuestra realidad de futuro
Pero la fe no solo debe formar parte
de nuestra realidad presente, sino que también debe cimentar nuestra realidad
de futuro. Porque por la fe entendemos que Dios no solo está en nuestra
realidad presente sino también en nuestra realidad futura. Una realidad que no
vemos pero que por la fe anhelamos alcanzar porque, aunque deseamos seguir
viviendo, no nos conformamos con esta realidad presente. Esta reflexión la
encontramos expresada en dos pensamientos que el autor desarrolla a través de
su carta:
-
Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios
-
Nos ha preparado una casa
3.1 Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios
En la carta a los Hebreos el término
“vergüenza” está referido a la acción salvífica de Dios. Es decir que Dios no
ha sentido ningún oprobio, afrenta o algún pudor que le haya hecho sentir mal
por el hecho de llevar a cabo la obra de salvación de su creatura. Una obra
que, como todos sabemos, incluyó no solo la encarnación de su Hijo sino que
además fuera sentenciado a una muerte infamante, llena de maldición y oprobio.
Si pudiéramos hacer un gran ejercicio
de imaginación podríamos oír la conversación de los dioses que ha habido a
través de la historia, en cuanto a la actuación del Dios de Israel, y mucho más
en cuanto a la actuación del Dios de los cristianos. Cómo es posible que este
Dios que dice ser quien es, sea capaz de poner su mirada en lo insensato, en lo
débil, lo necio, lo vil y lo menospreciado (1ª Cor. 1:25-28). Y no solo ha
puesto su mirada, sino que además, frente a las palabras del autor de Hebreos
en el versículo 38 del capítulo 11 donde dice que “de los cuales el mundo no
era digno”, Dios declara abiertamente que no se avergüenza de ser el Dios de
ellos.
Si hay algún pensamiento que haya
escandalizado más a todas las religiones de todos los tiempos, incluida la
cristiana, es la idea de la amistad de Dios con el ser humano expresada en su
Hijo: amigo de publicanos, de prostitutas, de pobres, de fracasados, de
inmundos, de enfermos, de poseídos. Una amistad que la llevó hasta sus últimas
consecuencias porque la piedad creyente no soportaba esa idea de Dios. Por eso
nos dice en 12:2 que el Hijo “sufrió la cruz menospreciando la vergüenza” que
este acto llevaba implícito, porque Jesús, el Hijo de Dios, muere según los
religiosos de su tiempo, condenado por la ley que Dios había establecido. Y
frente a este oprobio, Jesús acepta su realidad y se pone en las manos de su
Padre para que Él acepte su profundo respeto, tal y como se nos dice en 5:7. Y
porque él ha sufrido esta situación, tampoco se avergüenza de llamarnos
hermanos, como nos dice el autor en 2:11.
3.2 Nos ha preparado casa
Por eso cuando nos acerquemos a Dios,
no seamos ingratos despreciando esa amistad al sentirnos indignos de estar
delante de suya porque Él no se avergüenza de ti ni de mi. Y la manera en que
el autor nos expresa este pensamiento es comunicándonos que nos ha preparado
casa.
En el A.T. el encuentro del hombre
con Dios se realizaba a través de un lugar santo. Y lo que en un primer momento
fue en el Tabernáculo o tienda de reunión, pasó más tarde a ser en el Templo de
Jerusalén.
Sin embargo, en el N.T. el proyecto
de Dios toma un giro inesperado para los hombres a través de la pasión de
Jesús, porque con la resurrección de Jesús el Cristo se ha conquistado la
capacidad de que los creyentes seamos acogidos en su cuerpo y ser incorporados
en su humanidad glorificada.
Pienso que si se utilizan términos
como casa o ciudad, es para que podamos tener una representación gráfica. Son
términos referenciales conocidos por nosotros para que sepamos que hay algo más
que esta vida terrena. Pero en realidad creo que la vida eterna consiste, no en
estar en el cielo, sino en formar parte de la misma esencia del Padre por medio
de su Hijo. Ese creo que es nuestro futuro y por eso Dios no se avergüenza de
nosotros porque formamos parte de Él. Venimos de Dios y hacia Dios vamos.
¿Qué es la fe? Particularmente no me preocupa.
Lo que si me preocupa es que mi fe esté definida por las cosas que le pido y
recibo. Quiero que mi fe esté definida por un encuentro y por una relación
personal e íntima con el Dios que me ha perdonado en el ofrecimiento que me ha
hecho en su Hijo. Quiero que esta relación me lleve a un conocimiento íntimo de
su persona y que, como resultado de este conocimiento, tenga un profundo
respeto fiándome de Él en la aceptación de mi realidad en el espacio cotidiano
o en el espacio de dificultad. Quiero que mi fe se desarrolle en mi relación
personal contigo y, juntos, seamos acogidos en el Hijo para formar parte de la
plenitud del Padre. Por esto Dios no se avergüenza de ser nuestro Dios, sino
que se siente muy glorificado por la obra que ha realizado.
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