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Llegados a este
punto, tenemos que hablar del tiempo que más nos afecta a nosotros directamente
porque tiene que ver con nuestra propia
realidad, con nuestro pensamiento o reflexión cristiana del siglo en que
vivimos. Y es interesante que le prestemos atención porque la verdad, nuestra
reflexión está muy perdida, nuestros pensamientos pueden estar muy confusos y
nuestros sentimientos demasiados alterados. El tiempo que nos ha tocado vivir
nos presenta un panorama que no es nada fácil de sobrellevar porque entre los
giros inesperados que nos da la vida, el acoso constante que a veces sufrimos
por los distintos estilos de vida que nos ofertan, los desengaños personales, y
un largo etcétera de situaciones por las que pasamos, provoca que un buen día
cojamos nuestra brújula y nos demos cuenta que hemos perdido el norte, que no
tenemos ni idea de cuál es el camino que tenemos que seguir.
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Nos guste o no,
nos encontramos en la cola de la revelación. No solo no oímos la palabra de
Dios, ni vemos la palabra encarnada de Dios, sino que además, llevamos la carga
de todas las interpretaciones que se han hecho acerca de la palabra de Dios.
Sin darnos cuenta estamos condicionados por esquemas, tradiciones,
interpretaciones, que han ido inoculando en nuestras vidas, y que en su momento
tuvieron su necesidad, pero que ahora no nos dicen nada. Y todas aquellas cosas
con las que tenemos que cargar, y que en su momento se hicieron en nombre de
Dios para suplir una necesidad, producen insatisfacción en nuestra vida pero
tenemos miedo de abandonar porque, según parece, no tenemos otra cosa.
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Por lo que hemos
podido ver en la reflexión que estamos llevando a cabo, la palabra de Dios
tiene sus tiempos y respuestas. En el A.T. tuvieron la ocasión de escuchar y
aprender a convivir con la palabra para poder aceptarla; los que convivieron
con Jesús pudieron no solo escuchar la palabra sino también verla, y frente a
ese acontecimiento se les brindó la oportunidad de seguirla. Sin embargo, con
la llegada del Espíritu Santo, entramos en un nuevo tiempo de la palabra de
Dios. Un nuevo tiempo en que la palabra ni se escucha ni se ve, sino que se
interioriza para que nosotros, como personas adultas, dentro de este proceso de
revelación, reflexionemos en ella para que “seamos plenamente capaces de
comprender con todos los santos cual sea la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef.
3:18-19). Así que, nos guste o no, este es el tiempo que nos ha tocado vivir.
Un tiempo que, por un lado, puede resultarnos muy dulce porque hasta los
ángeles anhelan mirar estas cosas (1ª Pedro 1:12); pero que por otro lado,
puede resultarnos algo amargo porque las conclusiones tenemos que sacarlas
nosotros de nuestra propia reflexión. Y en esta tarea nadie puede escapar,
porque todo cristiano está llamado a profundizar en el conocimiento del
“misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:2-3).
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En este nuevo
tiempo de la palabra de Dios quisiera hablaros de tres fases en las que cada
una de ellas tiene su sujeto con su responsabilidad y funcionalidad, y en la
que todos se encuentran ligados entre sí.
a)
Interiorización, cuya responsabilidad y
funcionalidad recae sobre el Espíritu Santo.
b)
Reflexión, cuya responsabilidad y
funcionalidad recae sobre el individuo.
c)
Transformación, cuya responsabilidad y
funcionalidad recae sobre la comunidad.
1.-
Función del Espíritu Santo
( 1ª Jn. 5:6; 2:26-27)
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Los pasajes
leídos, mas otros que hay, nos hablan de la función del Espíritu como la acción
interior que va unida a la palabra exterior. Esta acción es una iluminación, un
testimonio, una revelación, de que en nosotros hay alguien que obra por
iniciativa soberana, para invitarnos a reconocer y creer en la palabra de
Cristo que se nos anuncia exteriormente. Esta palabra no nos llega sola, sino
con el soplo del Espíritu, que fija la palabra y hace que permanezca en nuestro
interior.
a)
Si bien el Hijo nos dio a conocer la palabra
del Padre, el Espíritu nos la aplica y la interioriza. Su acción es disolver en
el alma la palabra oída, ya que sin la acción del Espíritu que transforma el
pensamiento y el corazón, nosotros no podríamos abrirnos a esa palabra que nos
resultaría extraña.
b)
El Espíritu interioriza, pero también
actualiza la palabra. No es que produzca en nosotros una nueva revelación, sino que produce en
nosotros una profunda inteligencia para saber interpretar la palabra que
permanece desde siempre. No es bueno que analicemos nuestra realidad a la luz
de la palabra pasada, porque eso sería matar la riqueza y eficacia de la
palabra. Es por eso que el Espíritu aplica la palabra a nuestra realidad de
forma renovada y actualizada, para que nuestra respuesta a esa palabra sea
mucho más efectiva y auténtica. Frente a esto, la pregunta que nos hacemos es
¿qué hacemos con esa palabra que se encuentra interiorizada en nuestro ser?
¿cómo la gestionamos? ¿qué tratamiento le damos?
a)
Sensibilidad
Trabajar en la búsqueda de una sensibilidad hacia la
verdadera palabra de Dios. Ser capaces de adquirir una capacidad de respuesta
al estímulo de la verdadera palabra que es la que nos alimenta y nos da el
crecimiento en nuestra vida. Porque tenemos la responsabilidad de saber
distinguir entre aquellos que nos dan la auténtica palabra de aquellos que lo
único que buscan es su propia gloria utilizando la palabra para inflar su
propia vanidad, Ya nos lo decía Juan en su primera carta (4:1): “amados, no
creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos
falsos profetas han salido por el mundo”. Y muchos continúan vivos entre
nosotros. Cuando nos dejamos arrastrar por estos personajes, no estamos mostrando sensibilidad alguna, sino que
estamos alimentando nuestra sensiblería, que viene a ser ese sentimiento
exagerado, trivial o fingido con el que pretendemos engañar a los demás y a
nosotros mismos.
El apóstol Pedro, en su primera carta (2:2) nos
aconseja, utilizando la figura del niño, a que deseemos “la leche espiritual no
adulterada”, pero el autor a los Hebreos va mucho más allá hablándonos acerca
de nuestra responsabilidad en ser expertos en la palabra cuando nos dice en
5:13-14 que “todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de
justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado
madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el
discernimiento del bien y del mal”.
b)
Aperturismo
Esforzarnos en mantener una actitud de aperturismo.
Una actitud favorable a la innovación. Y para ello hemos de tener un espíritu
de transigencia con todas aquellas cosas que pueden favorecer a nuestro
crecimiento como seres humanos. Ya nos lo decía Pablo en 1ª Tes. 5:21 cuando
nos aconseja a que “examinemos todo y sepamos retener lo bueno”. Hacer caso
omiso de este consejo significa quedarnos encerrados en nuestros esquemas y
tradiciones. Tratar de mantener vivos nuestros mensajes muertos porque están
basados en una palabra que ni es viva ni es eficaz. Dar soluciones a problemas
reales con acciones que pertenecen al pasado. Es por ello que tenemos que
aprender a abrir nuestra mente a reflexiones nuevas, aprender a renovar
nuestros odres para que el vino nuevo entre. Y no tengamos miedo a descubrir
cosas nuevas. Muchas veces, detrás de lo que nosotros creíamos que era una
herejía, se escondía una gran verdad que nos ha permitido crecer en madurez.
Tenemos que entender de que a pesar de nuestro sentimiento de incapacidad de
llegar a Dios, el más mínimo intento de comprender el amor de Dios es la
muestra más grande de agradecimiento hacia Él. Y esto nos va a resultar difícil
porque proyectamos sobre Él
-
Nuestros
fantasmas
-
Nuestros egoísmos
-
Deformamos la
imagen de Dios con nuestras ideologías y teologías: sus predestinaciones, sus
iras, sus venganzas
Todo debe ser revisado para ir alcanzando la verdadera
imagen del Dios de Jesús. Esto es posible porque si bien en el A.T. oíamos a
Dios y con Jesús veíamos a Dios, a partir de la venida del Espíritu, Él nos
capacita para poder conocer a Dios porque podemos penetrar en su misterio.
c)
Opción de renuncia
Porque mantener viva la capacidad de respuesta al
estímulo de la verdadera palabra con una mentalidad abierta al descubrimiento
de Dios, lleva consigo una opción de renuncia a todo lo aprendido y dar paso al
proceso del des aprendizaje. Porque la palabra de Dios pone en juego todo el
sentido de nuestra existencia personal, porque no se trata de aportar a nuestro
sistema de valores o a nuestro pensamiento, correcciones de detalle, sino de
orientar de otro modo todo nuestro ser. Y cuando tenemos que dejar atrás todo
lo aprendido hasta ahora, nos damos cuenta del tiempo que hemos perdido
aprendiendo cosas que lo único que han producido en nuestra vida ha sido
insatisfacción por la esclavitud a la que
nos veíamos sometidos. Es una opción de renuncia muy dura. Una frase que
me mandaron y que viene muy bien a este respecto decía: “Cuestionar nuestras
más arraigadas creencias, requiere de mucho coraje porque implica aceptar que
hemos podido estar equivocados toda la vida (más que coraje cabreo. Porque ¿a
quién pedimos cuentas del tiempo perdido?). El apóstol Pablo parece ser que lo
tiene muy claro cuando dice en su carta a los Filipenses en el capítulo 3,
después de hacer un breve pero denso repaso a todo lo que ha tenido que dejar:
“pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome
a lo que está delante, prosigo la meta, al premio del supremo llamamiento de
Dios en Cristo Jesús”.
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Espero y confío
en que hayas podido ser edificado por esta breve reflexión acerca de los
tiempos y respuestas de la palabra de Dios. Solo permitidme acabar con una
frase que leí hace unos días y no sé quién la dijo, pero que expresa muy bien
el sentido del mensaje que he pretendido transmitir: “con la juventud se
aprende, con la madurez se comprende”.
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En la juventud
del proceso comunicativo de Dios con el hombre, éste ha ido aprendiendo a
convivir con la presencia de la palabra de Dios en su vida. Con el paso de los
siglos ha ido descubriendo cosas nuevas que la gracia de Dios ha permitido que
éste conozca. Llegados a este punto y habiendo alcanzado un alto grado de madurez,
tenemos la responsabilidad de comprender para que “vosotros, oh amados,
sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los
inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria ahora y
hasta el día de la eternidad. Amén” (2ª Pedro 3:17-18).