lunes, 20 de abril de 2015

La palabra de Dios en el Espíritu (3)

·       Llegados a este punto, tenemos que hablar del tiempo que más nos afecta a nosotros directamente porque tiene que ver  con nuestra propia realidad, con nuestro pensamiento o reflexión cristiana del siglo en que vivimos. Y es interesante que le prestemos atención porque la verdad, nuestra reflexión está muy perdida, nuestros pensamientos pueden estar muy confusos y nuestros sentimientos demasiados alterados. El tiempo que nos ha tocado vivir nos presenta un panorama que no es nada fácil de sobrellevar porque entre los giros inesperados que nos da la vida, el acoso constante que a veces sufrimos por los distintos estilos de vida que nos ofertan, los desengaños personales, y un largo etcétera de situaciones por las que pasamos, provoca que un buen día cojamos nuestra brújula y nos demos cuenta que hemos perdido el norte, que no tenemos ni idea de cuál es el camino que tenemos que seguir.
·       Nos guste o no, nos encontramos en la cola de la revelación. No solo no oímos la palabra de Dios, ni vemos la palabra encarnada de Dios, sino que además, llevamos la carga de todas las interpretaciones que se han hecho acerca de la palabra de Dios. Sin darnos cuenta estamos condicionados por esquemas, tradiciones, interpretaciones, que han ido inoculando en nuestras vidas, y que en su momento tuvieron su necesidad, pero que ahora no nos dicen nada. Y todas aquellas cosas con las que tenemos que cargar, y que en su momento se hicieron en nombre de Dios para suplir una necesidad, producen insatisfacción en nuestra vida pero tenemos miedo de abandonar porque, según parece, no tenemos otra cosa.
·       Por lo que hemos podido ver en la reflexión que estamos llevando a cabo, la palabra de Dios tiene sus tiempos y respuestas. En el A.T. tuvieron la ocasión de escuchar y aprender a convivir con la palabra para poder aceptarla; los que convivieron con Jesús pudieron no solo escuchar la palabra sino también verla, y frente a ese acontecimiento se les brindó la oportunidad de seguirla. Sin embargo, con la llegada del Espíritu Santo, entramos en un nuevo tiempo de la palabra de Dios. Un nuevo tiempo en que la palabra ni se escucha ni se ve, sino que se interioriza para que nosotros, como personas adultas, dentro de este proceso de revelación, reflexionemos en ella para que “seamos plenamente capaces de comprender con todos los santos cual sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:18-19). Así que, nos guste o no, este es el tiempo que nos ha tocado vivir. Un tiempo que, por un lado, puede resultarnos muy dulce porque hasta los ángeles anhelan mirar estas cosas (1ª Pedro 1:12); pero que por otro lado, puede resultarnos algo amargo porque las conclusiones tenemos que sacarlas nosotros de nuestra propia reflexión. Y en esta tarea nadie puede escapar, porque todo cristiano está llamado a profundizar en el conocimiento del “misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:2-3).
·       En este nuevo tiempo de la palabra de Dios quisiera hablaros de tres fases en las que cada una de ellas tiene su sujeto con su responsabilidad y funcionalidad, y en la que todos se encuentran ligados entre sí.
a)     Interiorización, cuya responsabilidad y funcionalidad recae sobre el Espíritu Santo.
b)    Reflexión, cuya responsabilidad y funcionalidad recae sobre el individuo.
c)     Transformación, cuya responsabilidad y funcionalidad recae sobre la comunidad.
 
1.-  Función del Espíritu Santo ( 1ª Jn. 5:6; 2:26-27)
 ·       La acción del Espíritu es dar testimonio en cuanto a que obra en el interior del ser humano para que éste reconozca la verdad. El que cree, acepta el testimonio del Espíritu que obra en él para que reciba la palabra. Él es el que fija la palabra para que permanezca en ella como fuerza viva, activa. A través de Él la palabra es interiorizada y asimilada de forma indefinida.
·       Los pasajes leídos, mas otros que hay, nos hablan de la función del Espíritu como la acción interior que va unida a la palabra exterior. Esta acción es una iluminación, un testimonio, una revelación, de que en nosotros hay alguien que obra por iniciativa soberana, para invitarnos a reconocer y creer en la palabra de Cristo que se nos anuncia exteriormente. Esta palabra no nos llega sola, sino con el soplo del Espíritu, que fija la palabra y hace que permanezca en nuestro interior.
a)     Si bien el Hijo nos dio a conocer la palabra del Padre, el Espíritu nos la aplica y la interioriza. Su acción es disolver en el alma la palabra oída, ya que sin la acción del Espíritu que transforma el pensamiento y el corazón, nosotros no podríamos abrirnos a esa palabra que nos resultaría extraña.
b)    El Espíritu interioriza, pero también actualiza la palabra. No es que produzca en nosotros una  nueva revelación, sino que produce en nosotros una profunda inteligencia para saber interpretar la palabra que permanece desde siempre. No es bueno que analicemos nuestra realidad a la luz de la palabra pasada, porque eso sería matar la riqueza y eficacia de la palabra. Es por eso que el Espíritu aplica la palabra a nuestra realidad de forma renovada y actualizada, para que nuestra respuesta a esa palabra sea mucho más efectiva y auténtica. Frente a esto, la pregunta que nos hacemos es ¿qué hacemos con esa palabra que se encuentra interiorizada en nuestro ser? ¿cómo la gestionamos? ¿qué tratamiento le damos?
 2.-  Función del individuo
 ·       Aquí es donde entra la responsabilidad de cada uno, porque como ya se ha comentado, todo cristiano está llamado a profundizar en el conocimiento de esta palabra. Es por ello que no podemos quedarnos solamente con la letra, porque la letra tiene su importancia, pero no puede adaptarse a las situaciones concretas de la vida. Y para que la letra no sea muerta, se tiene que realizar una propia versión. Si no es así acabamos momificando al Espíritu y haciendo imposible la fe. Es por esto que el Espíritu confiere al creyente el poder de tomar, en cualquier situación dada, la decisión acorde al tiempo. Por esto Pablo nos advierte en Romanos 12:2 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Y vuelve a decirnos en Efesios 4:23: “renovaos en el espíritu de vuestra mente”. Él nos capacita y nos invita a poder hacerlo. Para ello deberíamos trabajar algunos aspectos que quiero proponeros:
a)     Sensibilidad
Trabajar en la búsqueda de una sensibilidad hacia la verdadera palabra de Dios. Ser capaces de adquirir una capacidad de respuesta al estímulo de la verdadera palabra que es la que nos alimenta y nos da el crecimiento en nuestra vida. Porque tenemos la responsabilidad de saber distinguir entre aquellos que nos dan la auténtica palabra de aquellos que lo único que buscan es su propia gloria utilizando la palabra para inflar su propia vanidad, Ya nos lo decía Juan en su primera carta (4:1): “amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. Y muchos continúan vivos entre nosotros. Cuando nos dejamos arrastrar por estos personajes, no estamos  mostrando sensibilidad alguna, sino que estamos alimentando nuestra sensiblería, que viene a ser ese sentimiento exagerado, trivial o fingido con el que pretendemos engañar a los demás y a nosotros mismos.
El apóstol Pedro, en su primera carta (2:2) nos aconseja, utilizando la figura del niño, a que deseemos “la leche espiritual no adulterada”, pero el autor a los Hebreos va mucho más allá hablándonos acerca de nuestra responsabilidad en ser expertos en la palabra cuando nos dice en 5:13-14 que “todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”.
b)    Aperturismo
Esforzarnos en mantener una actitud de aperturismo. Una actitud favorable a la innovación. Y para ello hemos de tener un espíritu de transigencia con todas aquellas cosas que pueden favorecer a nuestro crecimiento como seres humanos. Ya nos lo decía Pablo en 1ª Tes. 5:21 cuando nos aconseja a que “examinemos todo y sepamos retener lo bueno”. Hacer caso omiso de este consejo significa quedarnos encerrados en nuestros esquemas y tradiciones. Tratar de mantener vivos nuestros mensajes muertos porque están basados en una palabra que ni es viva ni es eficaz. Dar soluciones a problemas reales con acciones que pertenecen al pasado. Es por ello que tenemos que aprender a abrir nuestra mente a reflexiones nuevas, aprender a renovar nuestros odres para que el vino nuevo entre. Y no tengamos miedo a descubrir cosas nuevas. Muchas veces, detrás de lo que nosotros creíamos que era una herejía, se escondía una gran verdad que nos ha permitido crecer en madurez. Tenemos que entender de que a pesar de nuestro sentimiento de incapacidad de llegar a Dios, el más mínimo intento de comprender el amor de Dios es la muestra más grande de agradecimiento hacia Él. Y esto nos va a resultar difícil porque proyectamos sobre Él
-         Nuestros fantasmas
-         Nuestros egoísmos
-         Deformamos la imagen de Dios con nuestras ideologías y teologías: sus predestinaciones, sus iras, sus venganzas
Todo debe ser revisado para ir alcanzando la verdadera imagen del Dios de Jesús. Esto es posible porque si bien en el A.T. oíamos a Dios y con Jesús veíamos a Dios, a partir de la venida del Espíritu, Él nos capacita para poder conocer a Dios porque podemos penetrar en su misterio.
c)     Opción de renuncia
Porque mantener viva la capacidad de respuesta al estímulo de la verdadera palabra con una mentalidad abierta al descubrimiento de Dios, lleva consigo una opción de renuncia a todo lo aprendido y dar paso al proceso del des aprendizaje. Porque la palabra de Dios pone en juego todo el sentido de nuestra existencia personal, porque no se trata de aportar a nuestro sistema de valores o a nuestro pensamiento, correcciones de detalle, sino de orientar de otro modo todo nuestro ser. Y cuando tenemos que dejar atrás todo lo aprendido hasta ahora, nos damos cuenta del tiempo que hemos perdido aprendiendo cosas que lo único que han producido en nuestra vida ha sido insatisfacción por la esclavitud a la que  nos veíamos sometidos. Es una opción de renuncia muy dura. Una frase que me mandaron y que viene muy bien a este respecto decía: “Cuestionar nuestras más arraigadas creencias, requiere de mucho coraje porque implica aceptar que hemos podido estar equivocados toda la vida (más que coraje cabreo. Porque ¿a quién pedimos cuentas del tiempo perdido?). El apóstol Pablo parece ser que lo tiene muy claro cuando dice en su carta a los Filipenses en el capítulo 3, después de hacer un breve pero denso repaso a todo lo que ha tenido que dejar: “pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
 3.-  Función de la comunidad  
 ·       El Espíritu Santo interioriza la palabra en nosotros y nos capacita para profundizar en su conocimiento. Nosotros tenemos la responsabilidad de aceptar esta invitación y comenzar a reflexionar en ella para la renovación mental y transformación de nuestra vida a la que somos llamados en tantas ocasiones. Pero esta transformación, si bien es una responsabilidad individual, no se completa en nosotros sin la presencia de la comunidad. El apóstol Pablo así lo entendió y así educó a las comunidades de su tiempo (1ª Cor. 3:11-17; Ef. 2:19-22). Para Pablo el concepto de “edificaos unos a otros” era de vital importancia, porque no se puede entender mi transformación existencial sin la presencia de la comunidad donde pueda desarrollarse. Tú eres el propósito  final de todo lo que soy o pueda llegar a ser.
·       Espero y confío en que hayas podido ser edificado por esta breve reflexión acerca de los tiempos y respuestas de la palabra de Dios. Solo permitidme acabar con una frase que leí hace unos días y no sé quién la dijo, pero que expresa muy bien el sentido del mensaje que he pretendido transmitir: “con la juventud se aprende, con la madurez se comprende”.
·       En la juventud del proceso comunicativo de Dios con el hombre, éste ha ido aprendiendo a convivir con la presencia de la palabra de Dios en su vida. Con el paso de los siglos ha ido descubriendo cosas nuevas que la gracia de Dios ha permitido que éste conozca. Llegados a este punto y habiendo alcanzado un alto grado de madurez, tenemos la responsabilidad de comprender para que “vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2ª Pedro 3:17-18).
 

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