martes, 1 de marzo de 2016

Una visión del hombre desde la periferia (1)


Una de las preguntas que con más frecuencia asalta mi mente es ¿por qué Dios tiene un propósito para mi vida? Porque escucho con bastante frecuencia a través de programas de carácter religioso o bien leo a través de libros que se publican, que Dios tiene un propósito para mi vida. Y a partir de esa observación, uno se convierte en una especie de estatua de sal a la espera de recibir a través del Espíritu que se le informe de cuál es el propósito por el cual está aquí en el planeta Tierra. Y al final, lo único que observo es que el hombre nace, se desarrolla y muere. ¿Y dónde está el propósito por el cual hemos nacido? ¿Cuál ha sido el sentido de nuestra existencia?.
Dentro del proceso existencial del ser humano, desde que nace hasta que muere, se observa que su desarrollo no se produce en soledad, que no está solo, porque su mundo está lleno de personas que como él, también nacen, se desarrollan y mueren con o sin propósito cumplido. Y es a través de ese encuentro con el mundo exterior donde yo empiezo a encontrarme conmigo mismo y a entender que la pregunta no es ¿cuál es el propósito de Dios para mi vida? Sino ¿qué sentido tienen las personas para mi? ¿qué propósito tiene que yo me encuentre cada día con personas que forman parte de mi viaje?. Y en la respuesta a esa pregunta va a influir bastante la mirada que yo tenga de ellos. Porque a través de la mirada que yo tenga de las personas voy a entender qué sentido tienen para mi.
Dice la RAE que mirar es: “dirigir la vista a un objeto. Observar las acciones de alguien”. Y los datos que recibimos con esta observación que realizamos a través de nuestra mirada, se transmiten a nuestro cerebro para que analicemos correctamente el objeto observado y sepamos atender bien a quién es, para no ejecutar algo ajeno a su estado. Atender bien a lo que se mira, no vaya a ser que nuestra acción con respecto a lo observado no sea la debida. Y para atender bien a lo que se mira, es importante tener en cuenta el espacio desde donde se realiza la observación. No es lo mismo ver a las personas desde lejos o desde cerca; desde el local o desde la calle; desde la oración o desde la presencia; desde la altura o desde la bajura (como Dios hizo con nosotros).
El autor a los Hebreos nos habla de un espacio que podría ser el ideal desde donde podríamos tener una visión más correcta y poder atender bien a lo que se mira para darle la importancia que merece el objeto observado, que en este caso son las personas, lo que verdaderamente da sentido a nuestra vida.
El autor a los Hebreos en su capítulo 13:11-13 nos dice:" Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio". Y en estas palabras se nos habla de tres sujetos, distintos entre ellos, pero con un común denominador que es el espacio que comparten: “fuera del campamento”. Los animales, Jesús y los creyentes son los que ocupan ese espacio. Un espacio que en el A.T. era compartido por todas aquellas cosas o sujetos que eran indignos de pertenecer al campamento. Un campamento que congregaba al pueblo de Dios y que debía ser un lugar sin contaminación porque Dios habitaba en medio de su pueblo y se relacionaba con él. Era un espacio puro. Por eso los animales, una vez que habían sido utilizados en el sacrificio como expiación por los pecados del pueblo, debían ser llevados fuera y allí quemados (Lv. 16:27-28). Y no solo los animales, sino todo aquello que fuera inmundo o sucio debía ser llevado fuera para no contaminar el campamento. Incluso las personas que pudieran contaminar el campamento con su actuación (Lv. 24:14). Esta idea se ha ido proyectando a través de los siglos y todavía convive con nosotros en nuestro siglo de bienestar (ej. barrios marginales). Incluso se da entre las naciones (Africa, India…). Nunca le ha interesado al poder que se vean las miserias de la gente para no tener que convivir con ellas.
Es por esto que, en la reflexión del autor, el espacio que debía ocupar Jesús en su muerte, debía ser fuera del campamento, fuera de la ciudad. Porque el testimonio de Jesús, con sus enseñanzas, sus palabras, sus reflexiones acerca de Dios y la ley, y sobre todo su actuación basada en la autoridad recibida de Dios, era merecedor de una muerte llevada a cabo fuera de la ciudad. Por eso la muerte de Jesús no tuvo nada de sacrificio en el sentido antiguo de la palabra, sino que fue exactamente lo contrario, la ejecución de una condena. Porque un sacrificio era un acto de consagración, un ritual realizado en un lugar santo, en un entorno de santidad. En cambio, las ejecuciones de condenas eran actos de rechazo completo e infamante, y por ello se efectuaban fuera de la ciudad santa. Jesús muere “fuera de las puertas de la ciudad”, y por lo tanto, se muerte le excluía para siempre del culto sacerdotal antiguo. Pero en el testimonio vivo de Jesús vemos que esa preocupación no formaba parte de su realidad, ya que él no pertenecía a la familia sacerdotal ni se preocupó en absoluto por la pureza ritual: tocó leprosos (Mc. 1:4), muertos (Mc. 5:4), comió con pecadores (Mc. 2:16; Lc. 15:1-2), atendió a prostitutas.
Podemos decir que Jesús muere fuera del campamento porque su vida se mantuvo siempre fuera del campamento. Porque él no compartía a Dios de la misma manera que lo hacía la religión; no tenía la misma visión de Dios y maldecía la falsa espiritualidad que tenían los líderes religiosos. Supo mantenerse siempre al margen del discurso teológico de los fariseos manteniendo su propia reflexión acerca de Dios y transmitiéndola a la gente a través de un discurso pastoral desde la cercanía con una fuerte carga pedagógica. Porque para él lo importante no era buscar el sentido de su vida a través de los esquemas teológicos acerca de Dios y su relación con El, sino una aproximación a la gente de su tiempo, desde la exigencia del desprendimiento, desde una fuerte vocación de servicio, con tal de poder atender a lo verdaderamente alimenta y enriquece el sentido de su vida. Disfrutar de la cercanía de las personas y atender sus necesidades es lo que verdaderamente alimenta a Jesús y le da sentido a su existencia.
Es por ello que debemos tener cuidado con lo que deseamos cuando nuestra preocupación y anhelo es parecernos a Jesús. Porque adonde nos quiere llevar el autor de Hebreos es a esto, a que, al igual que Jesús, “salgamos fuera del campamento” a la periferia, para no estar atados a la pureza del ritualismo religioso y vivamos desde la indignidad, desde la contaminación con lo humano, donde lo verdaderamente importante son las personas y sus necesidades, sin importarnos el tener que vivir desde la inseguridad, desde la afrenta o deshonra, desde la crítica, por desatender nuestras costumbres evangélicas, nuestro patrimonio religioso, y prestar atención a lo que verdaderamente da sentido a nuestra existencia: la preocupación por el ser humano. Una preocupación que debe ejercerse en función de nuestra mirada del objeto hacia el cual dirigimos nuestra preocupación: y en este caso se trata de personas. Que no son objetos a los cuales solo hay que salvar, sino también sanar atendiendo sus dolencias y preocupaciones. Porque salvar esta muy bien, pero esa no es nuestra función.
Nuestra vocación debe estar enfocada hacia las personas, a la gente que nos rodea y espera que alguien les preste un poquito de atención, que les den un poquito de calor y se puedan sentir arropados por alguien que en un momento dado pueden contar con su ayuda. Y para esto se necesita que la mirada que tenemos hacia ellos produzca en nosotros una excitación de nuestra sensibilidad que nos lleve a tener el atrevimiento de traspasar nuestro círculo de bienestar, de seguridad. Porque si bien las necesidades físicas son muy importantes, existen otras necesidades en el ser humano que deben ser atendidas. Y a veces no nos damos cuenta que actos tan pequeños como pueden ser dar la mano, preguntar cómo está o conocer su nombre, pueden dar un poco de dignidad a la persona que siente cómo nadie se preocupa de él.
Por eso, el autor de Hebreos nos invita a tener un encuentro con Jesús, que nos espera fuera del campamento, para llevar el mismo oprobio, la misma deshonra, la misma humillación que representó para él, por parte de la sociedad, la atención que dedicó a todos aquellos que por su condición social, económica, religiosa o física, pasaban por este mundo sin ser vistos.
Es por esto que el autor de Hebreos considera importante el hecho de “salir fuera del campamento” para tener otra mirada, otra visión de las personas. Porque ese nuevo espacio desde donde poder contemplar a las personas nos va a permitir proyectar sobre ellos la misma mirada que Jesús tuvo sobre aquellos que le rodeaban. Una mirada desacralizadora, una mirada reparadora y una mirada esperanzadora.

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