Una de las preguntas que con más frecuencia asalta mi mente es ¿por qué
Dios tiene un propósito para mi vida? Porque escucho con bastante frecuencia a
través de programas de carácter religioso o bien leo a través de libros que se
publican, que Dios tiene un propósito para mi vida. Y a partir de esa
observación, uno se convierte en una especie de estatua de sal a la espera de
recibir a través del Espíritu que se le informe de cuál es el propósito por el
cual está aquí en el planeta Tierra. Y al final, lo único que observo es que el
hombre nace, se desarrolla y muere. ¿Y dónde está el propósito por el cual
hemos nacido? ¿Cuál ha sido el sentido de nuestra existencia?.
Dentro del proceso existencial del ser humano, desde que nace hasta que
muere, se observa que su desarrollo no se produce en soledad, que no está solo,
porque su mundo está lleno de personas que como él, también nacen, se
desarrollan y mueren con o sin propósito cumplido. Y es a través de ese
encuentro con el mundo exterior donde yo empiezo a encontrarme conmigo mismo y
a entender que la pregunta no es ¿cuál es el propósito de Dios para mi vida?
Sino ¿qué sentido tienen las personas para mi? ¿qué propósito tiene que yo me
encuentre cada día con personas que forman parte de mi viaje?. Y en la respuesta
a esa pregunta va a influir bastante la mirada que yo tenga de ellos. Porque a
través de la mirada que yo tenga de las personas voy a entender qué sentido
tienen para mi.
Dice la RAE que mirar es: “dirigir la vista a un objeto. Observar las
acciones de alguien”. Y los datos que recibimos con esta observación que
realizamos a través de nuestra mirada, se transmiten a nuestro cerebro para que
analicemos correctamente el objeto observado y sepamos atender bien a quién es,
para no ejecutar algo ajeno a su estado. Atender bien a lo que se mira, no vaya
a ser que nuestra acción con respecto a lo observado no sea la debida. Y para
atender bien a lo que se mira, es importante tener en cuenta el espacio desde
donde se realiza la observación. No es lo mismo ver a las personas desde lejos
o desde cerca; desde el local o desde la calle; desde la oración o desde la
presencia; desde la altura o desde la bajura (como Dios hizo con nosotros).
El autor a los Hebreos nos habla de un espacio que podría ser el ideal
desde donde podríamos tener una visión más correcta y poder atender bien a lo
que se mira para darle la importancia que merece el objeto observado, que en
este caso son las personas, lo que verdaderamente da sentido a nuestra vida.
El autor a los Hebreos en su capítulo 13:11-13 nos dice:" Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio". Y en estas
palabras se nos habla de tres sujetos, distintos entre ellos, pero con un común
denominador que es el espacio que comparten: “fuera del campamento”. Los
animales, Jesús y los creyentes son los que ocupan ese espacio. Un espacio que
en el A.T. era compartido por todas aquellas cosas o sujetos que eran indignos
de pertenecer al campamento. Un campamento que congregaba al pueblo de Dios y
que debía ser un lugar sin contaminación porque Dios habitaba en medio de su pueblo
y se relacionaba con él. Era un espacio puro. Por eso los animales, una vez que
habían sido utilizados en el sacrificio como expiación por los pecados del
pueblo, debían ser llevados fuera y allí quemados (Lv. 16:27-28). Y no solo los
animales, sino todo aquello que fuera inmundo o sucio debía ser llevado fuera
para no contaminar el campamento. Incluso las personas que pudieran contaminar
el campamento con su actuación (Lv. 24:14). Esta idea se ha ido proyectando a
través de los siglos y todavía convive con nosotros en nuestro siglo de
bienestar (ej. barrios marginales). Incluso se da entre las naciones (Africa, India…).
Nunca le ha interesado al poder que se vean las miserias de la gente para no
tener que convivir con ellas.
Es por esto que, en la reflexión del autor, el espacio que debía ocupar
Jesús en su muerte, debía ser fuera del campamento, fuera de la ciudad. Porque
el testimonio de Jesús, con sus enseñanzas, sus palabras, sus reflexiones
acerca de Dios y la ley, y sobre todo su actuación basada en la autoridad
recibida de Dios, era merecedor de una muerte llevada a cabo fuera de la
ciudad. Por eso la muerte de Jesús no tuvo nada de sacrificio en el sentido
antiguo de la palabra, sino que fue exactamente lo contrario, la ejecución de
una condena. Porque un sacrificio era un acto de consagración, un ritual
realizado en un lugar santo, en un entorno de santidad. En cambio, las
ejecuciones de condenas eran actos de rechazo completo e infamante, y por ello
se efectuaban fuera de la ciudad santa. Jesús muere “fuera de las puertas de la
ciudad”, y por lo tanto, se muerte le excluía para siempre del culto sacerdotal
antiguo. Pero en el testimonio vivo de Jesús vemos que esa preocupación no
formaba parte de su realidad, ya que él no pertenecía a la familia sacerdotal
ni se preocupó en absoluto por la pureza ritual: tocó leprosos (Mc. 1:4),
muertos (Mc. 5:4), comió con pecadores (Mc. 2:16; Lc. 15:1-2), atendió a
prostitutas.
Podemos decir que Jesús muere fuera del campamento porque su vida se
mantuvo siempre fuera del campamento. Porque él no compartía a Dios de la misma
manera que lo hacía la religión; no tenía la misma visión de Dios y maldecía la
falsa espiritualidad que tenían los líderes religiosos. Supo mantenerse siempre
al margen del discurso teológico de los fariseos manteniendo su propia
reflexión acerca de Dios y transmitiéndola a la gente a través de un discurso
pastoral desde la cercanía con una fuerte carga pedagógica. Porque para él lo
importante no era buscar el sentido de su vida a través de los esquemas
teológicos acerca de Dios y su relación con El, sino una aproximación a la
gente de su tiempo, desde la exigencia del desprendimiento, desde una fuerte
vocación de servicio, con tal de poder atender a lo verdaderamente alimenta y
enriquece el sentido de su vida. Disfrutar de la cercanía de las personas y
atender sus necesidades es lo que verdaderamente alimenta a Jesús y le da
sentido a su existencia.
Es por ello que debemos tener cuidado con lo que deseamos cuando
nuestra preocupación y anhelo es parecernos a Jesús. Porque adonde nos quiere
llevar el autor de Hebreos es a esto, a que, al igual que Jesús, “salgamos
fuera del campamento” a la periferia, para no estar atados a la pureza del
ritualismo religioso y vivamos desde la indignidad, desde la contaminación con
lo humano, donde lo verdaderamente importante son las personas y sus
necesidades, sin importarnos el tener que vivir desde la inseguridad, desde la
afrenta o deshonra, desde la crítica, por desatender nuestras costumbres
evangélicas, nuestro patrimonio religioso, y prestar atención a lo que
verdaderamente da sentido a nuestra existencia: la preocupación por el ser
humano. Una preocupación que debe ejercerse en función de nuestra mirada del
objeto hacia el cual dirigimos nuestra preocupación: y en este caso se trata de
personas. Que no son objetos a los cuales solo hay que salvar, sino también
sanar atendiendo sus dolencias y preocupaciones. Porque salvar esta muy bien,
pero esa no es nuestra función.
Nuestra vocación debe estar enfocada hacia las personas, a la gente que
nos rodea y espera que alguien les preste un poquito de atención, que les den
un poquito de calor y se puedan sentir arropados por alguien que en un momento
dado pueden contar con su ayuda. Y para esto se necesita que la mirada que
tenemos hacia ellos produzca en nosotros una excitación de nuestra sensibilidad
que nos lleve a tener el atrevimiento de traspasar nuestro círculo de
bienestar, de seguridad. Porque si bien las necesidades físicas son muy
importantes, existen otras necesidades en el ser humano que deben ser
atendidas. Y a veces no nos damos cuenta que actos tan pequeños como pueden ser
dar la mano, preguntar cómo está o conocer su nombre, pueden dar un poco de
dignidad a la persona que siente cómo nadie se preocupa de él.
Por eso, el autor de Hebreos nos invita a tener un encuentro con Jesús,
que nos espera fuera del campamento, para llevar el mismo oprobio, la misma
deshonra, la misma humillación que representó para él, por parte de la
sociedad, la atención que dedicó a todos aquellos que por su condición social,
económica, religiosa o física, pasaban por este mundo sin ser vistos.
Es por esto que el autor de Hebreos considera importante el hecho de
“salir fuera del campamento” para tener otra mirada, otra visión de las
personas. Porque ese nuevo espacio desde donde poder contemplar a las personas
nos va a permitir proyectar sobre ellos la misma mirada que Jesús tuvo sobre
aquellos que le rodeaban. Una mirada desacralizadora, una mirada reparadora y una mirada esperanzadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario