viernes, 16 de abril de 2010

ACCION DEL ESPIRITU EN JESUS

Es evidente que cuando hablamos del Espíritu Santo, tenemos que hacerlo sin perder su relación con la cristología, porque la experiencia del Espíritu es una referencia a Cristo. Al estar la pneumatología en correlación con la cristología, hemos de reconocer la necesidad de ver ésta relación desde un doble enfoque: desde una cristología descendente y desde una cristología ascendente, ya que el método a seguir es ver la experiencia del Espíritu desde una cristología ascendente, en detrimento de la descendente.
En la vida de Jesús existen tres momentos en los que es exaltado como Hijo de Dios y en los que el Espíritu es mencionado como agente o instrumento de esta exaltación.
1.- En el relato de la anunciación, se nos muestra que Jesús, desde su primer comienzo era ya Hijo de Dios, el Santo por excelencia. Desde el principio Jesús va a ser constituido por el Espíritu como el Hombre Nuevo, el Hijo de Dios. El Espíritu está aquí no solo para realizar el milagro de la concepción virginal, sino sobre todo para dar la dignidad y poder de Hijo de Dios al que ha de ser concebido.
2.- En el relato del bautismo, se nos muestra cómo Jesús recibe el don del Espíritu desde los inicios de su misión, cumpliéndose así las palabras del profeta: "sobre él reposa el Espíritu de Yahvé" ( Is.11:2). Y Pedro va a relacionar así el Espíritu y el poder de Dios en su discurso ante Cornelio (Hch. 10:37-38).
3.- Con la resurrección se produce la exaltación de Cristo y su entronización, por la cual recibe no solo el nombre de Señor, sino el de Hijo de Dios. Y este hecho glorioso tiene lugar como obra del Espíritu Santo (Rm. 1:4). El Espíritu es visto como el instrumento del poder de Dios que resucita a Jesús y que comunica este mismo poder al resucitado.
En los tres relatos, el Espíritu aparece siempre en relación con el poder divino. El es el instrumento o agente del poder de Dios. Así pues el Espíritu se nos presenta como el poder de Dios comunicado al Hijo. Y siendo el poder de Dios como constitutivo esencial de su divinidad, decir que el Espíritu otorga a Jesús el poder de Dios es lo mismo que decir que le otorga su divinidad.
Veamos ahora el Espíritu en el marco de lo que se llama cristología descendente. Si la cristología ascendente se encuentra formulada en la introducción a la carta a los romanos, la cristología descendente podría hallarse resumida en el prólogo del evangelio de Juan: Jesús es el verbo eterno y preexistente de Dios, descendido y hecho carne entre nosotros.
El Espíritu Santo va a ser el instrumento o agente para que se lleve a cabo la mayor expresión de Dios en cuanto a transmitir su palabra al ser humano con el propósito de establecer de forma permanente un diálogo en el que Dios toma la iniciativa de abrirse de par en par al ser humano, con miras a la posibilidad de iniciar una amistad, una comunión de vida, y así poder restablecer la armonía en el caos que se produjo en la creación. En Jesús, por la acción del Espíritu, podemos ver la máxima expresión de autodonación de Dios, desgarrándose a sí mismo para mostrarnos su interioridad.
La relación entre la actuación de Jesús y la acción del Espíritu no pueden ser distintos. Lo que sucede es que a veces se llega a esquematizar de manera diferente según nos acojamos a un esquema de cristología descendente o a uno ascendente. Pero los dos esquemas forman parte de uno solo y no podemos separarlos, ya que la acción del Espíritu es única en los dos.

Hace ya más de 20 siglos que Jesús dijo que volvería y no ha vuelto. Pero de hecho el retorno y la presencia de Jesús ya tuvo lugar de alguna manera con la venida del Espíritu con el propósito de mantener a la comunidad en contacto con Cristo. A través del Espíritu se extiende la personalidad de Cristo en medio de su comunidad, haciéndose presente en su ausencia glorificada.
Así pues, estando presente Cristo en su comunidad, por la acción del Espíritu, nuestra existencia comunitaria debe ser de continuidad. Una continuidad que nos lleve a una práctica comunitaria dentro de los dos esquemas cristológicos.
Desde el esquema descendente. desarrollar nuestra existencia comunitaria dentro de los valores y principios que impulsaron a Jesús enfrentarse a los esquemas religiosos, políticos y sociales. No podemos vivir como Jesús vivió, ni podemos seguir a Jesús en sus pisadas, pero sí podemos alimentarnos de su pasión por el prójimo, endurecer nuestro rostro ante las injusticias, levantar nuestra voz al denuncuar la explotación del pobre, en un mundo distinto al que él vivió pero con el mismo mensaje.
Desde el esquema ascendente, alimentar nuestra experiencia comunitaria con el sentimiento que produce la visión del Resucitado. No desde la cruz, porque la cruz nos invita a la contemplación, sino desde la resurrección que nos invita a la acción. Una comunidad que vive por y para el Resucitado por la acción del Espíritu.

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