martes, 22 de junio de 2010

EL CAMINO HACIA LA PAZ

Dicen que después de la tormenta viene la calma. Y cuánta razón tiene el dicho popular, porque toda situación crítica viene acompañada de un espacio donde se puede respirar. Este proverbio, que curiosamente parece no ser chino, resulta bien aplicable a la práctica cristiana, aunque con un pequeño matiz. Y es que en la existencia cristiana se da un fenómeno curioso que apunta al hecho de que para que la calma pueda ser experimentada, se hace necesario apostar, en primer lugar, por saborear la tormenta. Y no me refiero al hecho de pasar por las dificultades que la vida nos regala casi cada día, sino a la tormenta que representa para nuestras vidas seguir el principio divino de confiar en Dios, porque en el cumplimiento de ese principio está el origen de la rotura de nuestros esquemas. Y cuando aprendemos, en la cotidianidad de nuestra vida, a echar toda nuestra ansiedad sobre Dios, El se convierte en nuestra paz. Y esto es un acto de fe basado en datos.
Cuando afirmamos que Dios es nuestra paz porque hemos aprendido a confiar en El, esto es un acto de fe basado en testimonios reales de personas que así nos lo han confirmado. Y entre todas estas personas, el testimonio más destacable es el de Jesús. El es nuestro mejor referente porque nos puede ofrecer un testimonio auténtico basado en su vida. ¿ Y qué es lo que hace que este acto de fe sea algo especial si está basado en datos?. El acto de fe brota de la individualidad, es uno mismo el que tiene que tomar la decisión, el que se arriesga poniendo a Dios como depositario de su existencia a pesar de que no le ve. Es uno mismo el que tiene que ejercer su propia toma de decisión de apropiarse de la experiencia del otro y creer que Dios también le sostendrá a él en la conflictividad.
Si prestamos atención a la interpretación que los evangelistas hacen de la vida de Jesús, a la luz de la experiencia de su resurrección, podemos apreciar que la dependencia de Jesús hacia el Padre fue un ejercicio constante en su vida. En medio de la incomprensión, del rechazo, del fracaso, de su soledad, de la presión, de la violencia, de la hipocresía, y de tantas otras cosas a las que se vió sometido, Jesús confía en su Padre. Y esta confianza le lleva a aceptar el paso más terrible que tuvo que dar: someterse al drama de la cruz. Ante la contemplación de la cruz, Jesús se rompe por dentro, la presión a la que se ve sometido le hace sudar sangre, pero es tal el grado de confianza que él tiene en su Padre, que le hace decir: "Hágase tu voluntad". En esas palabras, la muerte es absorbida en victoria y la consumación de la redención del ser humano se lleva a cabo. La cruz se convierte así en la expresión de esa declaración de confianza.
Y después de la tempestad vino la calma. Jesús ha finalizado con éxito el largo camino de su aprendizaje y es proclamado Señor y Cristo. Ante tal testimonio, se hace necesario que abramos un serio debate en nuestra interioridad que nos lleve a reflexionar de que el camino de la autosuficiencia solo conduce a la frustración y a la ansiedad. Ante esto, no caben excusas, solo roturas. Rotura de nuestro orgullo, de nuestra prepotencia, de nuestra seguridad, de nuestra soberbia. Contra tales cosas siempre estamos en guerra, una guerra que tenemos que ganar para que El sea nuestra paz, porque habremos aprendido a confiar plenamente en El.

1 comentario:

  1. Gracias por compartir tus pensamientos vitales.

    No digo nada para no parecer excesiva y reiteradamente adulador.

    Un abrazo.

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