sábado, 19 de junio de 2010

EN RECUERDO DE UN NOMBRE

En mi pueblo han inaugurado un parque que, aunque un poco austero, está bien ubicado para poder pasear y estar tranquilo, a parte de que los niños pueden quemar sus energías en las instalaciones que les han puesto. Y en ese parque no podía faltar la placa conmemorativa del ayuntamiento, nombre del alcalde en su momento incluido, donde se nos indica que gracias a él ese parque ha visto la luz. Y como decía, el nombre del alcalde está bien marcado para que en generaciones futuras se recuerde que fué ese alcalde, y no otro, el que contribuyó a que ese parque se hiciera realidad para beneficio de la comunidad. Y mientras contemplaba esa minúscula placa, pensaba en lo difícil que se nos hace a los seres humanos que, pasados los años o incluso a veces tan solo días, se nos olvide. Pero, sinceramente, encuentro que es mucho más patético que se nos recuerde solo por el nombre, porque ese nombre se encuentra vacío de contenido, que no es referente de nada. Resulta bien triste y frustrante que al final del camino, echemos la vista atrás y la única estela de recuerdo con respecto a nosotros, sea el recuerdo del nombre. Y esa es mi mayor pena. Que después de toda una vida repleta de oportunidades para dejar recuerdos, de una vida llena de aventuras por vivir, de poder liberar pasiones para enriquecer a otros, se marcha uno teniendo al silencio como testigo de la partida y dejando un único recuerdo: el nombre.

Cuando el antiguo Israel, el Israel del Antiguo Testamento, era amonestado por Yahvé a recordar y tener presente su nombre, encontramos que ese acto llevaba implícito el recuerdo de todos los actos que Yahvé había llevado en favor del pueblo. Su nombre se encontraba unido a todas las grandes gestas que habían acontecido en la historia del pueblo. Decir Yahvé llevaba a pensar en la grandiosa liberación de Egipto, de cómo El había luchado y vencido a todos sus dioses; era pensar en el cruce del Mar Rojo, de cómo se había partido en dos para que ellos pasaran; de cómo un tropel de esclavos se había convertido en una nación temible y grandiosa porque en el nombre de Yahvé luchaban contra sus enemigos y los sometían.

A lo largo de la historia, recordamos nombres, unos más lejanos y otros más cercanos; unos más relacionados con la creencia en Dios y otros más con la laicidad, pero en definitiva todos tienen en común que han formado parte de nuestra sociedad y junto con su nombre nos han dejado el legado de su autodonación, de su entrega al ser humano. Recordamos sus nombres, pero esos nombres están llenos de riqueza, tienen un contenido excepcional, y el recuerdo de sus actos es lo que hace que su nombre llegue a nuestro presente de manera muy especial.
Estoy en las postrimerías de los 55 años, y comienzo a vislumbrar la cumbre de la montaña que me ha tocado escalar, y mucho me temo que, salvo mi familia y unos cuantos amigos, nadie recordará ni siquiera mi nombre. Este pensamiento me entristece. Espero que vuestros nombres no sean recordados por una placa conmemorativa, sino por vuestra entrega al otro.

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