sábado, 19 de junio de 2010

VIDA EN MEDIO DE LA MUERTE

Cuando la muerte viene a hurtadillas produce resignación, cuando se anuncia provoca indignación. Pero tanto en un caso como en otro, enciende la rebelión, Rebeldía porque una vida se apaga; rebeldía ante la impotencia de no poder hacer valer nuestra condición privilegiada de ser humano, con nuestros conocimientos, nuestra fortaleza, nuestra grandeza. A todos y a cada uno, nos llega el fatídico momento en que tenemos que mirar a la muerte cara a cara y tutearla como se tutea al amigo más cercano, porque todos nacemos con una fecha de caducidad. Y cuando esto ocurre sabemos que todo se ha acabado, que el final ha llegado.

Si atendemos a las palabras del sabio predicador en Eclesiates, cuando dice que "Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre", entendemos que sea normal el drama que la muerte produce en el corazón del ser humano, y de una manera u otra luchemos desesperadamente contra ese monstruo que nos acecha desde que nacemos; aunque para qué luchar, si como decía José Saramago, la muerte siempre gana. Lamentablemente, la muerte es parte vital de la vida, y así tenemos que asumirla, pero en este acto no debemos perder nunca la visión de que la eternidad continúa existiendo. De ningún modo ha sido declarada obsoleta por la entrada de la muerte. Tal vez oriente ha sabido mantener con más claridad el concepto muerte/eternidad, que en occidente. La cultura oriental hacia la visión de la muerte es distinta a la cultura occidental. Mientras oriente prepara al muerto de cara a la eternidad y acepta la muerte como parte del ciclo de la vida, para occidente la muerte es el final del ciclo y se preocupa más de la estancia del muerto, de cómo van a estar los restos aqui en la tierra, y para eso no tienen reparos en gastarse grandes cantidades de dinero en buenos ataúdes. Y es que occidente tiene algo personal en contra de la idea de la eternidad. Le cuesta, aunque mantiene un cierto estupor, reconocer que puede existir un más allá, y por eso prefiere que el fallecido esté bien dentro del ataud porque esa será su estancia. Y cuando vaya, de vez en cuando, al cementerio para ver a su ser querido, su idea de la muerte quedará confirmada al comprobar que el nicho, con los restos de la persona, contiúa estando en el mismo sitio.
Frente a esta idea tan limitada de la muerte que tiene occidente, qué respuesta pueden dar aquellos que aceptan la muerte como el último paso de una vida hacia otra vida transformada. Aquellos que creen que la muerte no es un punto final, sino un punto y seguido, porque nuestra estancia corporal se verá proyectada en una estancia espiritual en la eternidad. Nuestra respuesta no debería ser de catecismo. No podemos formular una respuesta conciliar basada en argumentos teológicos, donde el conocimiento supera la vivencia. Si bien es cierto que la razón y la reflexión deben ocupar un espacio en nuestra respuesta, ésta debe darse en el marco existencial de la persona. Porque es el sujeto quien, dentro de su propio entramado social, debe reflejar en sus actitudes y comportamientos que acepta la idea de eternidad como parte de su vida. Y al hacerlo, transmite eternidad en su mirada, sus palabras estarán cuajadas de esperanza y sus pies caminarán firmes en el sendero que conduce hacia la vida eterna. Si existe algo que nos puede diferenciar de los que nos rodean, no puede ser nuestra ética, sino que la diferencia debe estar marcada por encontrarnos en posesión de la esperanza; una esperanza que está fundamentada en el mismo discurso de Dios.

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